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| domingo diciembre 22, 2024

No ignorar la primavera árabe


Alberto Mazor

Tres guerras civiles tienen lugar actualmente en Oriente Medio: en Libia, Siria y Yemen. El gobierno iraquí se encuentra al borde de su disolución. Egipto oscila entre un gobierno militar y uno civil sin ninguna posibilidad de anticipación acerca de qué tipo de régimen habrá de generar el levantamiento popular. Líbano consiguió formar gobierno después de cinco meses en blanco. El régimen iraní conduce una inusual lucha política con un proyecto nuclear sobre sus espaldas y Turquía se encuentra después de un proceso electoral que podría generar una revolución constitucional.

Y en Israel, nada. Algunas decenas de manifestantes tratando de cruzar la frontera con Siria, y controlados por Tzáhal, constituyen «nuestra amenaza existencial». Lo que habrá de suceder en septiembre, y no lo que viene aconteciendo desde enero en Oriente Medio, se define como “tsunami político». La nave israelí continúa navegando a la deriva como si fuera una isla flotante a la cual bastará defender con el sistema “Cúpula de Hierro”; algo que puede permanecer inmutable al margen de terremotos y fuertes ondas expansivas que van extendiéndose por la región.

Sin embargo, la preocupante situación en Egipto se centra en las políticas que vaya a adoptar el gobierno tras las elecciones venideras. La apertura del paso fronterizo de Rafah, las negociaciones no oficiales con Irán acerca de renovar relaciones diplomáticas, las protestas frente a la Embajada de Israel, la exigencia de revisar los Acuerdos de Camp David (por lo menos sus cláusulas económica): todos estos son signos de nuevos desafíos que el país del Nilo presenta a Israel.

En Siria hay dos escenarios posibles. Si Assad logra sobrevivir a la oleada de protestas armadas, será a cambio de profundas reformas políticas que arrancarán de raíz su control absoluto sobre la nación, o después de un baño de sangre que sacudirá al país en sus cimientos, eliminando de ese modo su influencia regional. Por el contrario, si el régimen cae, Siria podría verse envuelta en un largo período de inestabilidad política y en una violenta batalla de limpieza étnica contra la minoría alauita. Irán, Turquía, EE.UU, Rusia y la Unión Europea competirán por ejercer allí su influencia.

Sin el «efecto Assad», el cual logró contener con eficacia durante años los brotes de violencia, el Líbano también podría caer en el caos. Hezbolá, una vez perdido su apoyo logístico y político, intentaría por medio de la violencia construir un Estado a su gusto.

Incluso Yemen constituye un serio motivo de preocupación, en particular debido a su ubicación en el Estrecho de Bab el-Mandeb, a través del cual el tráfico marítimo logra llegar a los puertos de Arabia Saudita, Eilat y Ákaba. Al-Qaeda cuenta con una base relativamente grande en el sur de ese país, e Irán ya informó ya que sus submarinos «visitaron» el Mar Rojo reuniendo información de inteligencia militar.

Hasta el momento, Jordania logró escapar exitosamente a un destino similar al de Yemen y Siria; pero el índice de insatisfacción con la monarquía está por las nubes. El reino hachemita no cuenta con una póliza de seguro en caso de tsunami, y las implicaciones de cara a Israel no necesitan explicación.

La pregunta, entonces, es cuál habrá de ser la política de EE.UU en Oriente Medio. Se puede suponer que hará todo lo posible para reforzar su control sobre la región tras los cambios. Obama ya se comprometió a entregar dos mil millones de dólares a Egipto, y seguramente no negará su asistencia al nuevo gobierno de Yemen una vez que éste se forme. Lo mismo sucederá en el caso de los rebeldes libios si alcanzan la victoria. En cuanto a Siria, el presidente aspira, junto con la Unión Europea, a ganar la carrera contra Irán y Rusia. De ser así, podría esperarse que después de Assad ese país también disfrute de una cálida ayuda norteamericana.

Pero no se trata sólo de ayuda económica. El paso siguiente podría ser una alianza árabe entre nuevos gobiernos. Ciertamente, no será una nueva Liga Árabe sino un campo de intereses comunes en el que viejos regímenes como Arabia Saudita, Qatar y Kuwait, interactuarán con los nuevos. Por lo tanto, sería ésta una alianza en la que EE.UU demostraría su aspiración a ser un socio dominante.

¿Y qué quedará de nuestra “isla flotante” israelí? El general David Petraeus, quien fuera comandante de las fuerzas en Afganistán y ahora lidera la CIA, advirtió que la política israelí en los territorios ocupados perjudica los intereses de EE.UU en la región. Si Israel no cambia su dirección una vez que la situación en la zona se normalice y no colabora con la influencia norteamericana sobre la misma, será considerado sospechoso, o en el peor de los casos, un obstáculo fastidioso.

Todo ello conduce a que el interés estratégico de Israel no debe ser ignorar la primavera árabe, ni que Netanyahu no pueda llegar a un entendimiento con Obama.

 
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