Egon Friedler
Periodista
La Republica
30/7/2011
La siguiente historia aparece en la edición en inglés en Internet de la BBC (24.7.2011): «La empleada doméstica indonesia Sumiati Cinti Salan Mustapa, de 23 años, fue internada en un hospital saudita con huesos quebrados y quemaduras en su rostro y su cuerpo. Su historia circuló internacionalmente y el presidente de Indonesia reclamó justicia. La empleadora de la muchacha, una mujer de 53 años fue sentenciada a tres años de cárcel por una corte en la ciudad de Medina. Pero la patrona saudita apeló contra la sentencia y fue liberada el sábado luego de que un juez estableciera que no había pruebas suficientes contra ella. Un diplomático indonesio en Arabia Saudita dijo que si el veredicto no hubiera sido anulado habría tenido un carácter histórico: habría sido la primera vez en Arabia Saudita que una empleada doméstica indonesia hubiera logrado que un empleador abusivo sea castigado.
Otra noticia en la BBC el mismo día informa que parlamentarios indonesios hicieron un llamado a prohibir el envío de trabajadores de su país al Medio Oriente luego de que Arabia Saudita ejecutara a una sirvienta indonesia sin informar al gobierno de Yakarta. Indonesia retiró su embajador en Ryad en señal de protesta. La sirvienta, Ruyati Cinti Sapubi, fue descabezada con una espada luego de que confesó haber matado a su patrón que le negó el permiso para regresar a su patria. Se estima que hay un millón y medio de indonesios que trabajan en Arabia Saudita, gran parte de los cuales son empleadas domésticas.
El problema de la actitud saudita hacia los trabajadores extranjeros hacia ambos sexos no es nuevo y cada tanto salta a los titulares con motivo de algún nuevo escándalo. En un artículo en el diario pakistaní «Dawn» alguien que vivió directamente la experiencia, explica sus características. El autor se llama Ahmad Ali Khalid y el artículo se titula «Un peligroso affaire saudita». En la parte medular del artículo escribe: «Personalmente tengo buenas experiencias de mi estadía en el Reino durante muchos años. Pero debemos ver las cosas como son: existe un conflicto entre la conveniencia personal y la integridad ética cuando se habla de Arabia Saudita. Existe allí una evidente forma de racismo, una especie de sentimiento de superioridad saudita que considera a otros árabes y particularmente a los expatriados del Sur de Asia, sobre todo trabajadores, como inferiores y como «cosas» que pueden ser compradas y vendidas».
«A este sentimiento de superioridad racial se une el intento de impedir toda crítica al régimen mediante argumentos religiosos. Los libros de texto sauditas están llenos de odio: el currículo de estudios islámicos en ese país es simplemente bárbaro. Yo estudié con un maestro de estudios islámicos en una de las más exclusivas escuelas privadas en Ryad quien nos alertó sobre los peligros de tener amigos no-musulmanes y sobre las siniestras conspiraciones urdidas por cristianos, judíos y shiítas».
«En Pakistán, los petrodólares sauditas han creado fábricas de odio por medio del sistema de madrasas. El PetroIslam es una amenaza temible. Por el gran poder del dinero, su austera y peligrosa teología puede derrotar a las fuerzas moderadas en cualquier sociedad».
«El tratamiento inhumano a los trabajadores pakistaníes es muy común en Arabia Saudita. La lógica que hay atrás de esta conducta es que un no-saudita nunca puede ser un igual. Los pakistaníes suelen criticar la hostilidad europea hacia los inmigrantes, pero el sentimiento de rechazo al inmigrante no es menos fuerte en Arabia Saudita. Sin embargo, nunca es analizado ni censurado».
En otra parte de su artículo Ali Khalid censura la hipocresía de la sociedad saudita en la cual la élite lleva una vida hedonista con fiestas con alcohol en clubs privados, mientras la policía religiosa convierte en un infierno la vida de la gente común. El articulista asimismo hace extensivas sus críticas a los malos tratos a los trabajadores extranjeros a los países del Golfo donde «se practica una especie de esclavitud moderna».
Pero el tema no se limita solo a los países petroleros más ricos. El veterano corresponsal de «La Vanguardia» de Barcelona en el Líbano, Tomás Alcoverro escribe un artículo que evoca sin demasiado humor a una famosa aria de zarzuela : «Pobres chicas las que tienen que servir…en los países árabes». En su columna, titulada «Espejismos de Oriente» escribe el periodista español: «No es solo en la península arábiga, en las monarquías del petróleo como Arabia Saudita o el principado de Kuwait donde hay escandalosos abusos de esta de mano de obra asiática y africana, sino también en esta república levantina. Es indudable que su situación aquí es más conocida y ventilada gracias a la libertad de prensa, casi inexistente en las demás capitales árabes. Un reportaje en el influyente diario «An Nahar»: «Las ceilandesas, nuestros animales domésticos» agravó el escándalo».
«Hay una práctica común en estos países. Tan pronto llegan al aeropuerto las filipinas, las ceilandesas, las etíopes, sus patronos se quedan con sus pasaportes. Lo justifican porque, como sufragaron su viaje de ida y vuelta a través de una agencia local a la que la desamparada mujer debe entregar sus primeras mensualidades para rembolsar sus gastos, constituye una medida. A menudo aparecen en los diarios anuncios de «se busca ceilandesa» con su fotografía y sus señas de identidad, advirtiendo a quien la localice que comunique su paradero, y se abstenga, sobre todo, de contratarla. Un informe del 2008 del Human Rights Watch dio cuenta que ese año en el Líbano murieron 95 mujeres trabajadoras del servicio doméstico, cuatro de ellas suicidándose al arrojarse por el balcón. Estas muertes fueron provocadas por el enclaustramiento, los abusos y servicios sexuales, los malos tratos, la depresión. ¿Cuántas víctimas puede haber en la vasta y oscurantista Arabia Saudita, o en los principados petrolíferos del Golfo».
Más tarde, Alcoverro recuerda que en el reino saudita la esclavitud no fue abolida hasta 1962, un año antes de que lo fuese en los Emiratos Arabes, todavía bajo dominio británico.
El artículo comienza con un dato que seguramente es ignorado por el 99% de sus lectores: «En árabe la palabra «bed» quiere decir, a la vez, esclavo y negro».
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