Ronen Bergman
The New York Times
Publicado: 9 de noviembre de 2011
En la tarde del 27 de junio de 1976, terroristas palestinos y alemanes secuestraron un avión de Air France procedente de Israel y, finalmente, lo condujeron al aeropuerto de Entebbe en Uganda, donde la mayoría de los no israelíes a bordo fueron puestos en libertad inmediatamente. Mantuvieron más de 100 rehenes, 83 de los cuales eran israelíes. Fueron retenidos durante los próximos seis días, hasta que un equipo comando de elite de la Fuerza de Defensa de Israel los liberó, en la famosa incursión conocida como Operación Entebbe. El nombre de la misión se convirtió en sinónimo de la negativa de Israel a ceder ante las demandas de terroristas y su deseo de llegar hasta extraordinarios extremos, y con riesgo de muchas vidas, para liberar a rehenes israelíes.
A pesar de la decisión final del primer ministro Yitzhak Rabin, de utilizar una operación militar para rescatar a los rehenes de Entebbe, documentos recientemente desclasificados cuentan una historia más compleja, una que revela las dudas de Rabin sobre la misión y expone el ineludible dilema, que se ha intensificado a lo largo de los años, en el corazón de la política de Israel, hacia sus propios ciudadanos capturados. Ahora sabemos que, aun cuando la incursión estaba planeada, el gobierno de Rabin estaba haciendo contacto con varios intermediarios internacionales para obtener una lista de las demandas de los secuestradores, y el propio Rabin, privadamente, dijo que estaba dispuesto a liberar a los 53 presos que los terroristas habían nombrado. Durante las deliberaciones secretas anteriores a la operación Entebbe, Rabin, quien accedió a que se llevara a cabo la misión después de mucha persuasión por parte de los planificadores de inteligencia y del ministerio, estableció de forma efectiva el principio, que todavía es seguido por todos los líderes israelíes que enfrentan situaciones de rehenes: si la necesaria inteligencia está disponible y las circunstancias operativas lo permiten, se utilizará la fuerza – incluso en gran medida – para liberar rehenes; si no, Israel negociará un intercambio de prisioneros.
Rabin refrendó el plan Entebbe, sólo después que los agentes de inteligencia le aseguraron que la vigilancia aérea mostraba a soldados ugandeses custodiando la terminal donde los rehenes estaban retenidos, lo que indicaba que el edificio no era una trampa explosiva. (Estos mismos documentos revelan también las órdenes a seguir, si los comandos se encontraban con el mismo Idi Amin. «Él no es un factor», dijo Rabin. «Si interfiere, las órdenes son matarlo». A lo que el Ministro de Relaciones Exteriores, Yigal Allon, añadió: «También si no interfiere»).
Amos Eiran, que entonces era director general de la oficina de Rabin, me dijo recientemente: «En la mañana de la operación, Rabin me convocó y repasó el texto de la resolución que iba a proponer al gabinete sobre el tema de la operación. Vestía una bata y estaba muy tenso. Me acompañó hasta el ascensor y me dijo: ‘Prepara para mí un proyecto de carta de renuncia. Le doy a la operación una probabilidad de 50-50. Si falla, aceptaré toda la responsabilidad y renunciaré’. Le pregunté, ‘¿Qué vas a considerar como un fracaso?’ Y respondió: ‘Veinte y cinco o más muertos'». Cuando la misión se completó, tres pasajeros y un soldado israelí estaban muertos.
Treinta y cinco años más tarde, muchos de los que participaron en la Operación Entebbe, en el más alto nivel, también estuvieron involucrados en las negociaciones para traer a casa a Gilad Shalit, el soldado israelí que fue secuestrado por un comando palestino el 25 de junio de 2006, y cuya captura había consumido a la sociedad israelí durante los últimos cinco años. Shimon Peres, entonces ministro de defensa de Israel y ahora su presidente, firmó el indulto de los prisioneros palestinos que fueron liberados a cambio de Shalit. Ehud Barak, un planificador de la incursión a Entebbe, es hoy Ministro de Defensa de Israel. Tamir Pardo, que actualmente es el jefe de la agencia de inteligencia de Israel, el Mossad – y cuyo apoyo ayudó a que el Primer Ministro, Benjamin Netanyahu, impulsara el acuerdo Shalit, a pesar de los escépticos de su administración – fue el oficial de comunicaciones para el comandante que lideró la incursión de Entebbe. Ese comandante, Yonatan Netanyahu, fue la única baja militar israelí de la operación, alcanzado por una bala mientras avanzaba con sus hombres hacia la terminal donde estaban retenidos los rehenes. En el búnker de mando en Tel Aviv, cuando Peres se enteró de que Yonatan Netanyahu había sido muerto, le dijo a los presentes que Israel había perdido «una de las más maravillosas personas que jamás había habido en este país».
http://www.nytimes.com/2011/11/13/magazine/gilad-shalit-and-the-cost-of-an-israeli-life.html?_r=1&hp
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
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