Marcelo Wio
PorIsrael
Leyendo Solar, la novela de Ian Mc Ewan leí la frase: “… la adquisición de nueva información nos fuerza a hacer reinterpretaciones fundamentales de nuestra situación”. Me pareció apropiada. Atinada. Luego, pensando, me di cuenta que no siempre es así. Desde este portal, PorIsrael, como desde tantos otros portales, medios de comunicación y de divulgación, libros de historia y de análisis, se aporta una información sustancial y novedosa al caudal informativo (o desinformativo) que atraviesa nuestras realidades. Más allá de los Ilan Pappe, que hacen de la mentira historia (el último caso, una declaración atribuida a Ben Gurion que fue puesta en evidencia por la organización CAMERA de Estados Unidos como una invención), hay un amplio catálogo de hechos demostrados que indican una dirección clara.
Y, a pesar de esto, no se producen las reinterpretaciones que el personaje de Mc Ewan propone. Todo lo contrario, se reincide en la contumacia, en la falacia y en el desprecio absoluto de la realidad. Ya no hablo de verdad. Es un término delicado que implica consensos y acuerdos entre los miembros de una sociedad. Hablo de los hechos que tienen lugar en la línea indiscutible del tiempo. Hablo de las acciones a que los humanos nos abocamos por uno u otro motivo y que quedan inscritas en la realidad (la realidad es, en palabras del filósofo inglés F.H. Bradley, “tal cosa que no se contradice a sí misma”; basta hurgar levemente en la dialéctica palestina para ver las idas y venidas de sus incoherencias). Es, justamente, de la realidad de lo que hablo; sin el añadido de los supuestos, de los engaños y la perversión de las intenciones que motivan los sucesos. No es comparable la voluntad de matar a un inocente, a un civil; que matar para defender la propia vida, la de un semejante, la de aquellos que están bajo nuestra custodia. Por eso mismo, terrorista y militar no son lo mismo. Y terrorista no es miliciano ni luchador por la libertad. Un terrorista tiene como objetivo la población civil, su fin es su destrucción, mediante el desconcierto del miedo, mediante el sacrificio del otro en nombre de una causa pretendida.
Cuando se habla de Israel y Palestina, se habla de dos entidades totalmente distintas. Una, Palestina, busca la destrucción de la otra. La otra, Israel, le ofrenda al mundo avances en medicina, física, química, biología, farmacología y tantísimas ramas más de las ciencias y el arte. Para ejemplificarlo, basta ver la cantidad de Premios Nobel obtenidos por israelíes y la cantidad obtenida por los países musulmanes. Israel tiene sólo siete millones y medio de habitantes, lo que hace dicha diferencia aún más abismal.
Pero no sólo de regalos vive la humanidad. Sino que vive en ámbitos geográficos. Y en aquellos lugares en los que habita, según sea su religión o tradición, erige su sociedad como un reflejo de las mismas. ¿Cuántas mezquitas hay en Israel? ¿Cuántas Sinagogas en Arabia Saudita, en Irán, en cualquier país musulmán? La diferencia, una vez más, es una grieta que se pierde en la sima de los días.
Y a pesar de los hechos – de éstos y tantos otros que sólo hay que querer ver -, se interpreta la realidad como si estuviésemos del otro lado del espejo, cayendo por agujero. Pero Alicia volvió de su viaje. La opinión pública parece empecinada en seguir cayendo hasta golpear contra sí misma. Así, sólo se concentra en lo que puede ser, en lo que debería ser en lugar de lo que es. Esto y no querer comprender es una misma cosa. Término y referencia se encuentran divorciados; los emparejamientos parecen hechos por un borracho que camina aleatoriamente, sin tino. Pero en realidad están acoplados con una intencionalidad maniquea. En este contexto, la verdad no vale nada, porque al mundo ya no le importa, como decía el tango, porque da lo mismo el que labura (lunfardo argentino que se traduce como trabaja) que el que está fuera de la ley. Da lo mismo Yitzhak Rabin que un criminal como Yasser Arafat. Y esto sucede porque han personalizado las experiencias, las han individualizado: las víctimas israelíes no tienen rostro, ni nombre, ni dolor, ni sufrimiento; las víctimas palestinas tienen toda una historia mediática. Sólo así puede un europeo o un americano “autentificar” la historia, el hecho, y aislarlo del arquetipo, de lo abstracto. Eso es, justamente, lo que han explotado los palestinos: la victimización y la identificación con esa víctima. Y han culpado a Israel de los crímenes palestinos, cancelando su culpa a los ojos de una buena parte de Occidente.
La información existe, está al alcance de la mano para el que quiera aprenderla; pero… ¿Cómo competir contra el monopolio de las emociones?
Fuente y Difusion: www.porisrael.org
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