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| martes abril 16, 2024

El deseo como derecho


Marcelo Wio

Porisrael.org

islamizacion

El deseo, a veces, a la manera de Nietzsche, se convierte en derecho, en argumento de volición. Desean una tierra y ese deseo se torna derecho por el mero hecho de anhelar un fin. Ese deseo, además, se justifica y crea a partir de un mandato divino: Alá prometió y, a la vez exige para sí, un territorio. Un territorio que, por otra parte, debe ir en aumento, puesto que el objetivo último es la conversión de todos los hombres y mujeres al Islam.

Así, sólo pueden terminar reducidos a los motivos de su accionar. La repulsión del Otro los define. Son, en tanto odian lo distinto, en tanto lo diferente persiste para ser (con)vencido. Surge una identidad creada a partir del Otro, del aborrecimiento de esa otredad; una identidad, sin duda alguna, negativa en todas sus acepciones (la define el Otro, el opuesto a ese Otro; la motivación es ese Otro, no un Nosotros real, puesto que se prefabrica la realidad a partir de una alteridad necesaria).

Se convierten, en definitiva, en esclavos de la “experiencia”: esperan la acción, la palabra del otro para ser o realizar a partir de ella. Es la existencia ajena la que marca la pauta de sus discursos y sus compromisos con el presente y el futuro ideal construido sobre la base de la aniquilación del opuesto. Anclados en este círculo, se advierte la incapacidad de generar progreso, de desarrollarse de manera “autónoma”, puesto que la narrativa de la realidad se estructura de acuerdo a un conflicto central y totalizador que alienta la pérdida del sentido de la responsabilidad individual ante los acontecimientos ya que se obra por delegación de Dios. El individuo es rechazado en nombre de una abstracción, de la comunidad del Islam, una entidad sin obligaciones ni limitaciones, ya que trasciende a los propios hombres que la conforman. Por ello, la verdad que esgrimen no se corresponde con la realidad, puesto que no es el resultado coherente de un sistema de ideas, del conflicto de las ideas: por el contrario, es única, inmutable, eterna. Una verdad que no está vinculada al sujeto sino a un fin, a un ideal; una verdad surgida externamente al pensamiento, a la subjetividad. Porque, como indica Roger Scruton (Historia de la Filosofía Moderna), filósofo inglés, existen deseos a través de los que se expresa la propia personalidad y otros que la sofocan y se erigen a sí mismos en fuerzas independientes. “Algunos deseos deponen al yo del lugar que le corresponde como sujeto, y le reducen a la condición de objeto, de víctima de una pasividad que puede llegar incluso a impedir su satisfacción”, concluye. Valga como ejemplo la mal llamada “Primavera árabe”.

En definitiva, la apariencia se va comiendo a la realidad, la suplanta: se instala la incertidumbre (o lo equívoco, lo conveniente) como normalidad, como patrón a partir del cual se van configurando las “verdades” oportunas (oportunistas) que están ligadas estrechamente al proceso de apropiación de la historia ajena (la clepto-historia). En este marco, la verdad es verdad por el sólo hecho de enunciarla. La historia es un fondo de hechos del que se extraen las conclusiones convenientes, en el que se mezclan sucesos, se confunden intérpretes, y se vuelcan mentiras que previamente se canonizaron como verdades acaecidas. Y en medio, inventan la  jurisprudencia de las emociones: la emoción en lugar de argumento.

El propio Scruton, decía que creer no es saber y que la ironía no sustituye a la convicción. No conocía los métodos palestinos. Creer se ha convertido en razonar y, subsecuentemente, los resultados de esa razón, en conclusiones válidas. Creer ha devenido en saber. La ironía ya se confunde con la propia convicción y la convicción con la duda. En el mismo lodo, como el tango, todo manoseado. La “lucha” palestina, que es también la del islamismo, porque ellos así lo han repetido en más de una ocasión, en una “lucha por la libertad”, a la manera de los movimientos revolucionarios de finales de 1950 y principios de 1960, con toda la imaginería de izquierda libertaria, de pueblos originarios, del hombre que se auto-determina y en ese acto se alza contra el poder del capitalismo. Pero la palestina, que es también la del Islam, es una lucha colonialista. Basta ver el avance implacable de los islamistas (los genocidios no cuentan un poder benefactor, una paz en la tierra, un reinado de la tolerancia) en el Cuerno de África y en el África Subsahariana. Y aún así, se falla en identificar los objetivos de unos con otros; aunque la Carta fundacional de Hamás diga que la suya es una guerra religiosa, universal, una yihad. Y aún así, se deja de percibir que hoy son unos, pero a esos unos seguirán los otros, porque la inercia del movimiento tiene una única dirección.

No son pocos los analistas que dicen que ya es tarde. Que se ha dejado avanzar mucho al islamismo. Que ya está instalado en Europa: ya ha golpeado en el Viejo Continente, de hecho; primero en Madrid, luego en Londres. Los terroristas de Inglaterra no habían nacido en ninguna tierra lejana, sino en la propia Gran Bretaña. No hay “asimilación”, no se trata de una cuestión de desesperación social o económica, no es una angustia de un pueblo sometido; es una ideología que tiene unas raíces muy profundas y que han encontrado suelo fértil allí adonde han ido. Nunca pierde su esencia este movimiento. Ni de una generación a otra, ni de un continente a otro, ni de una clase social a otra. No importa si se ha tenido la oportunidad acceder a estudios universitarios. Cuando la voz lo manda, la inmolación tiene lugar. No son los desposeídos de la tierra. Quien quiera introducir en el análisis estos términos, o aquellos como oprimidos y sometidos a un poder extranjero, está errando el camino por años luz. Si hay sometimiento y opresión, se genera desde dentro, tanto como para internalizarla y mantenerla viva durante generaciones y más allá de cualquier limitación geográfica. Otra vez, este movimiento no nace de ninguna  desesperación. Hay desesperación en todos los rincones de la tierra, incluso mayores que la que se les atribuye a los palestinos a cualquier islamista dispuesto a volarse por los aires con tal de arrancarle vidas al “enemigo”; pero ninguna de todas esas desesperaciones genera las acciones o reacciones que a diario muestran los islamistas. No hay misiles diariamente lanzados desde las favelas de Brasil, ni desde Chechenia, ni desde el Tíbet, por poner sólo algunos ejemplos. La pobreza no está en su raíz. Es otra cuestión, ideológica, con un trasfondo claramente discriminatorio: el Islam es la verdad, el resto son infieles, seres de segunda (con suerte) categoría.

Y para aquel que aún pretenda buscarle la quinta pata al gato: puestos a buscar fragmentos macabros, los encontraremos en la Biblia como en el Corán. La diferencia radica en que ni católicos ni judíos esgrimen la Biblia para marchar sobre otros pueblos. El islamismo sí lo hace. Es una diferencia nada menor. No digo que unos sean mejores que otros. Pero sí que quienes han copado el Islam, actúan, o se justifican, mediante el Corán. Adoctrinan a los suyos con el Corán. Ojalá los musulmanes pudieran desterrar los radicales y poder vivir y disfrutar su religión de manera pacífica. Pero, lamentablemente, cada vez hay menos lugar para los musulmanes en su propia religión. Y es que en la base de las instituciones está la conciencia en cuyos términos han de comprenderse esas mismas instituciones, así como lo que de ellas de desprende. Y puesto que el mensaje oficial es el que es, la conciencia es la que es y la praxis a la que conduce, harto conocida.

El deseo transmutado en una cuestión de derecho, de promesa irreversible del destino para con uno es una fuente de insatisfacciones inmensa, pues entre el deseo y su realización se encuentra gran parte de la población humana, porque es un deseo que ha de renovarse constantemente y, con él, el desengaño funesto que cuesta vidas de manera inútil (si es que hay una muerte útil, pero eso lo ha expresado mejor que nadie, tal vez, Dostoievski en Los hermanos Karamazov). La suya no es una promesa de concordia, es una promesa de uniformidad forzosa o de sumisión absoluta a su volición. Lo dice Hamás, también en su carta fundacional, lo repiten los clérigos en sus sermones los viernes. La realización de su deseo implica, por necesidad, la precariedad del resto. Se trata de, por expresarlo de alguna manera, un “racismo religioso”. No hay otra opción que su cosmovisión. No hay otro mundo que Dar Al Islam. No hay más moral que el pragmatismo más salvaje que conduzca a sus fines. La multiculturalismo, en ese esquema, no tiene cabida. No se establece relación con el prójimo, ni siquiera una relación de sometimiento, puesto que el otro debe ser como uno. Es decir, debe ser uno mismo. Debe un mundo uniforme. Un mundo sin música ni alegría, con mujeres ocultas detrás de la vergüenza en tela negra, de hombres y niños prescindibles. Un mundo en que el hombre es un medio para hombre. Un mundo muy poco feliz. Sí, un mundo, no sólo Israel.

Fuente y difusion: www.porisrael.org

 
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