En el momento más oscuro de Israel, superados en número y rodeados de enemigos, una anciana ve lo que nadie más puede ver.
Rujama King Feuerman
Aish.com
La Guerra de los Seis Días había terminado. Los generales convocaron a los comandantes y a los soldados de infantería para una revisión habitual y un análisis de la batalla. Luego de que las preguntas militares habían sido hechas y el comité investigador estaba a punto de dispersarse, un comandante apuntó a uno de los soldados. «Espera un momento. Tengo una pregunta para ti. Sí, tú, el soldado que puso la bandera en el Monte del Templo».
El soldado asintió.
«¿De dónde sacaste una bandera israelí, y por qué la pusiste allí arriba?»
El soldado abrió sus manos y sonrió, un gesto indicando que la respuesta era bastante extensa. Él contó la siguiente historia:
La noche antes de que la «ciudad vieja de Jerusalem» fuera liberada, un contingente de soldados que precisamente luchaba cerca de la ciudad se resguardó en un refugio en un barrio de Jerusalem. Multitudes de niños, madres y ancianos estaban todos apretados dentro del bunker junto con los soldados. Las personas se veían asustadas y usurpadas. El gobierno había impuesto un bloqueo de noticias para que los países árabes no pudieran averiguar su posición. Y las noticias – que se transmitían desde Jordania, Egipto y Siria – eran suficientes para inducir la histeria colectiva: llamados del Rey Saudita Faisal para eliminar a Israel, llamados de todos los países árabes para empujar al joven país hacia el mar.
Las cosas se veían tan mal, que sabidamente, los israelíes convirtieron los parques públicos en tumbas masivas, de esta manera se prepararon para recibir los supuestos cadáveres. (Incluso el Jefe de Estado Itzjak Rabin sufrió un colapso nervioso).
Mientras el soldado estaba sentado ahí en el bunker, con incertidumbre y sin esperanzas, vio a una anciana abriéndose paso lentamente hacia él. «Discúlpeme», dijo ella, parada a su lado. Ella tenía una cartera en sus manos.
Él levantó sus ojos.»Sí, Doda. Dime, ¿qué quieres?»
«Mañana ustedes irán a la Ciudad Vieja e irán al Kotel».
Él movió su cabeza ante el absurdo comentario. Él dijo, «No, no iremos». No había planes militares de liberar la ciudad vieja. Primero, sólo estaban peleando para mantener sus posiciones. Además, conquistar la ciudad vieja implicaba combate mano a mano, lo cual era muy atemorizante: muchas personas morirían. Más aún, cualquier bombardeo dentro de la ciudad vieja podía demoler más sitios sagrados de los que ya habían destruido los jordanos. Él intentó explicarle todo esto.
La anciana lo miró, con mirada firme. «No, ustedes irán», dijo ella, no como si estuviera intentando convencerlo, sino como si estuviera relatando hechos concretos.
Él levantó los hombros. Las ilusiones de una anciana. Él no iba a discutir con ella.
Antes de darse vuelta, ella dijo, «quiero pedirte un favor». Ella buscó en su cartera y sacó una pequeña bandera israelí. Por la forma en que la tomó, quedaba claro que la bandera tenia un valor especial para ella. ¿La había hecho ella? ¿Quizás había estado colgada sobre la tumba de un ser querido? ¿Pero qué estaba diciendo ella ahora? «Cuando vayas, por favor lleva esta bandera, y cuando llegues al Monte del Templo, quiero que la cuelgues ahí arriba». Ella le pasó la bandera.
El soldado repitió, «No vamos a ir a la ciudad vieja».
«Ustedes irán», dijo ella. Nuevamente, extendió su brazo.
Un pensamiento lo invadió. «No puedo tomarla», le dijo. «Va en contra de las reglas del ejercito».
«Todo va a estar bien. Solamente tómala».
«Voy a meterme en problemas. Solamente tenemos permitido cargar unos cuantos objetos específicos».
«Por favor», dijo ella con voz ronca. «Hazme este favor».
Él se encogió de hombros. ¿Por qué estaba discutiendo con esta anciana? Mejor llevar la bandera y hacer feliz a una anciana. De todas formas, igual podía deshacerse de la bandera más adelante.
Al día siguiente, el ejército Israelí, en contra de todas las expectativas, tomó la ciudad vieja. Así mismo, la unidad de este soldado terminó en el Monte del Templo. Mientras él y otros soldados se acercaban al Muro de los Lamentos, él repentinamente recordó la bandera y las palabras de la anciana. ¡Sí, él tenía que hacerlo, tenía que hacerlo! Reclutó a dos compañeros, y juntos colgaron la bandera arriba del Kotel, sobre la reja en el lado izquierdo. Ahí izaron y colgaron la bandera israelí.
El comandante que conducía la investigación le dijo al soldado, «¿En qué estaban pensando cuando colgaron esa bandera?»
El soldado dijo, «Estaba pensando que esta era la respuesta a 2.000 años de sufrimiento judío».
Y así termina la historia del soldado, nuestro héroe.
Pero hay un héroe no mencionado también. ¿Qué hay de la anciana que proveyó la bandera? A uno le gustaría que los oficiales investigadores la hubieran buscado. ¿Qué tenia ella en mente cuando entró a un refugio con una bandera israelí en su cartera? ¿Y quién era ella? La única característica para identificarla era que ella era anciana y llevaba un bolso. Pero su edad avanzada nos dice bastante: ella sabía algo acerca de historia judía, probablemente la había vivido… la Primera Guerra Mundial, ataques árabes, el Holocausto, la Guerra de Independencia, 1956. ¿Qué cosa no había visto ella?
Ahí, en el momento más oscuro de Israel, superados en número y rodeados de enemigos, aterrados de que a la mañana siguiente Israel no existiría más, la anciana ve lo que nadie más puede ver, lo que nadie más es capaz de concebir. Ella insiste en su visión, ella prácticamente intimida al soldado para que lleve a cabo su plan. Nunca sabremos como supo, solamente sabremos que, como muchas otras mujeres judías antes que ella – las Matriarcas, las parteras en Egipto, las mujeres justas en el desierto – ella simplemente sabía. Hay dos clases de profecía. Una que predice el futuro, y una que crea el futuro.
Maravilloso y emocionante