Marcelo Wio
Para PorIsrael
26/12/2011
“Diez hombres que actúan juntos pueden hacer que cien mil tiemblen”, Mirabeau.
“Las promesas comprometen sólo a quienes creen en ellas”, del acervo popular.
Poco importa que quien odia sólo piensa, en definitiva, en el otro. Poco importa que odiar sea una forma de dejar de pensar en la propia existencia para despreciar (e incluso anular) otras. Poco importa que odiar sea una forma monótona y monotemática de dejar, en última instancia, de ser. Siempre habrá gente que se organice, que se asocie para odiar juntos.
Las ONG anti-israelíes o pro-palestinas (aunque realmente son más bien lo primero y, por defecto, lo segundo también) proponen un pensamiento que se sostiene a sí mismo, constituyendo, así, una unidad lógica independiente sin tener que hacer referencia a otros componentes del sistema de pensamiento. Es decir, enarbolan hipótesis que se auto-validan (por el mero hecho de expresarlas) y que, al repetirlas de manera monopólica, se vuelven en definiciones o dictados (a la manera de Herbert Marcuse). Pretenden instalar universalmente los intereses de un grupo muy reducido de personas. El mundo como su voluntad y su representación, parafraseando el título del libro de Arthur Schopenhauer (aunque el filósofo alemán quería significar algo más bien distinto). La mentira y la tergiversación sostienen los fundamentos de estos grupos. La verdad es un bien innecesario en la difamación a la que se abocan. Hoy prima el pensamiento negativo: Anti-israelí, anti-sistema (como si no formaran parte de un sistema, sea cual sea). En el que la reflexión carece de relevancia; así es como la contradicción se ve eliminada por la necesidad de vender una ideología, una cosmovisión. En el proceso, descartan el debate puesto que su “idea” ya contiene la totalidad de las “ideas positivas” posibles.
La manipulación es un elemento central en la retórica y en la formulación de la narración a la que adhieren y a la que aportan. El objetivo último, la imposición de una ideología que dicen aborrecer: el totalitarismo absoluto; el control de cada instancia de la vida social. Los defensores de la democracia se estructuran en organismos no democráticos, piramidales en muchos casos; con sus cuentas perdiéndose en la nebulosa de la justificación humanista, y sus acciones en el pragmatismo de la hipocresía.
No son, como puede pensarse, anti-sociales, son, en todo caso, supra-sociales: vanguardias al viejo estilo que han de dirigir a las masas sumisas en pos de un ideal que ni siquiera ellos mismos comparten, puesto que se asocian con lo más oscuro del islamismo, con lo más siniestro de la izquierda y con lo más inane de los despistados de siempre. Si alguien les nombrara a Margaret Thatcher, seguramente remedarían las arcadas más histriónicas. Mas ellos mismos dicen que “no hay alternativa”, salvo la suya. Porque se ubican moralmente encima de los demás. Porque ellos tienen la solución al problema ellos mismos han confeccionado en su imaginario: un consenso anti-solución.
Estas organizaciones, detrás de su fachada humanitaria, hacen suya la narrativa palestina y la estrategia que otorga (o transfiere) al otro la imagen de sus intenciones y acciones y, al mismo tiempo, establece el dictado que acaba volviéndose hegemónico. Así, el signo de su violencia se justifica por – como propone Iman Farah en un artículo sobre Egipto (obtenido del libro Una historia de la violencia en Oriente Medio, de Hamit Bozarslan) – su “efecto deslegitimador” del poder, a la vez que funciona como “analizador” de los protagonistas a los que les “devuelve la imagen de su propia impotencia”. Y las ONG se erigen en amplificadoras del mensaje, de la distorsión de esta violencia que no es “popular” ni espontánea puesto que es absolutamente dirigida: se inicia y se contiene de acuerdo a los cálculos estratégicos de las organizaciones terroristas. El caso de las Intifadas es sumamente ilustrativo de esta dinámica de la violencia como herramienta política: contra el adversario y como método de descompresión interna.
Se trata de una optimización de los recursos disponibles: violencia “activa” y posterior ejecución de la “violencia diplomático-emocional” que, a la vez que legitima a posteriori la violencia “activa”, deslegitima a Israel (a través de la reacción defensiva que provocan los atentados y ataques terroristas). La violencia “activa” provoca la respuesta, mientras que la segunda usufructúa el ideal instalado de “lucha o resistencia contra la potencia colonialista”, evocando por un lado la nostalgia de la izquierda occidental de las décadas de 1960 y 1970 y el antisemitismo perpetuado en esas mismas sociedades que así consigue una nueva “justificación” para su manifestación pública.
Sin programa político, fascinan a los suyos con el culto a la muerte; en definitiva, una cultura del “en contra de”. La enemistad como sustancia cementante y como justificación de la inmovilidad política (y, claro, social y económica). Así, el espacio político se sitúa bajo un referente exterior (el opresor) para legitimar la coerción hacia el interior. A su vez, el poder se consolida por la constante movilización y por medio de un sentimiento ofensa instalado en el inconsciente colectivo que debe ser redimido.
Lo que han logrado, con la ayuda invalorable de las ONG, es convencer, efectivamente, que su violencia es reactiva, está justificada y que tiene una causa muy específica; cuando en realidad forma parte de una ambición diametralmente opuesta: el “imperialismo” islámico, la idea centenaria de recuperar todo lo alguna vez conquistado. Esta agenda se explicita para el “consumidor” árabe, en tanto que se ofrece el “producto” alternativo al mundo occidental, con la seguridad de que ambos compartimientos nunca se tocarán, puesto que en occidente prácticamente nadie accede a la prensa en árabe, ni tiene intención de hacerlo. Así, es muy simple para las ONG sostener su posicionamiento acrítico y partidario, a la vez que se explica el hecho de que occidente haya interiorizado el ideario, los argumentos y justificaciones palestinas sin que mediara el hecho de verse perjudicados de alguna manera por el conflicto o haber tenido que recurrir a ningún tipo de coerción (esto si no se tiene en cuenta el chantaje emocional de la propaganda voyerurista de los cadáveres, como no ha sucedido en ningún otro). Intuyo que en esta facilidad de identificación ha tenido algo que ver la judeofobia latente, de miles de años de elaboración y “enriquecimiento”, como un sustrato ideal para instalar la visión anti-israelí. Y lo infiero porque ningún otro conflicto (incluso donde se han llevado a cabo genocidios como en Ruanda, Sudán, Somalia) ha causado el mismo grado de reacción o reactividad.
Sólo así una representación de la realidad que primero niega una cosa y que luego la afirma, que practica la clepto-historia y que oculta la propia (al menos ciertos hechos centrales: como la masacre de Septiembre de 1970 de los palestinos a manos del Ejército jordano, en el llamado Septiembre Negro); decía, sólo así puede aceptarse una representación viciada de parches argumentales absurdos e inverosímiles. Y en ese acto de tomar esa narración, se exime a los palestinos de toda responsabilidad en el conflicto. Y no sólo a ellos, sino a todos los países que en algún momento desde 1948 (incluso antes) intervinieron directamente en el conflicto y que son, además, parte de su génesis (sino los grandes culpables) y perpetuación. En 1948, Egipto, Siria y Jordania ya estuvieron presentes como estados agresores. Repitieron “honor” en 1967 y en 1973. La situación de “ocupación” en Cisjordania es fruto de las dos primeras guerras. De hecho, sólo se habla de ocupación a partir de 1967, pero entre ese año y 1948 Jordania usurpó esa parte del territorio que en la partición del Mandato Británico le correspondía a los árabes de Palestina (nombre, por cierto, impuesto por los romanos a las históricas Judea, Samaria y Hebrón).
Las ONG son activas en esta reformulación histórica o fáctica (a través de publicaciones, conferencias, seminarios), deslegitimando a Israel, demonizándolo; y por otro lado, suscribiendo a la cosmovisión palestina y al relato de la misma, torciendo los hechos y los causales, obviando contextos y circunstancias. De esta manera, los palestinos, con muy poco, han logrado redefinir el contexto político (y su vocabulario) a partir de la dicotomía “narrativa de la opresión/aspiraciones hegemónicas islámicas” (ver la Carta Fundacional de Hamas para comprender las aspiraciones hegemónicas y universalistas), surgido tanto de las propias aspiraciones como de la “universalidad revolucionaria”, con las emociones que ello despierta en ciertos sectores de la sociedad occidental.
En plena crisis económica, donde los gobiernos occidentales recortan gastos, se sigue financiado a ONG que, bajo la fachada de la defensa de los derechos humanos, de la labor humanitaria, de su actividad por el desarrollo; se dedican a llevar a cabo su agenda política: la deslegitimación de Israel. A la vez que amplifican la narrativa palestina y la justificación del terrorismo (son, en este discurso, “militantes”, “luchadores por la libertad”), en clara contradicción de los valores de los gobiernos y sociedades occidentales. Es hora de controlar el camino del dinero, para que, en lugar de contribuir para perpetuar el odio, sirva, realmente, para lograr la paz.
Fuente y difusion: www.porisrael.org
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