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| miércoles abril 24, 2024

El regreso de Ahriman


Mario Satz

En la antigua mitología persa la figura de Ahriman representa el mal, pero no el mal en sí sino la tendencia humana hacia el mal. Mientras que en el mundo judeocristiano Lucifer es un ángel desobediente y caído pero ángel al fin, en la cosmogonía que nos llega a través del Zend Avesta persa Ahriman el Oscuro desea la destrucción de otros, el fin de todo lo que le rodea. Ormuz, la tendencia hacia el bien, puede oponérsele durante un tiempo, pero Ahriman tiene más partidarios, los cuales se caracterizan por despreciar a las mujeres y a todo aquello que derrame un poco de luz, sonría y ame. Una y otra vez verterá sus pestilencias y ennegrecerá sus designios. Una y otra vez demonizará a otros antes que tratar de comprenderlos.

¿Cómo sabemos que no es Ahriman quien guía los pasos y las maquinaciones de los actuales líderes persas? Mejor dicho, ¿por qué confiar en quienes se llaman a sí mismos espejos de Dios o el Partido de Dios, Hezbolláh? Detrás de todo espejo hay mucha sombra, mucha ceguera, y sobre todo la vanidad de creerse siempre los mejores. Pueden ver, durante un tiempo, su brillo exterior, pero al proyectar su propia oscuridad sobre otros no hacen más que evidenciar la propia. La situación política actual nos muestra que no hay vuelta atrás al programa atómico iraní y que, por lo tanto, tarde o temprano estallará una guerra que no quiere nadie excepto ellos, los delirantes teólogos que están llevando  a su país a una situación de irreversible decadencia. Pensar que Israel tiene el gatillo fácil y que ve con buenos ojos lanzarse a combatir a los hijos de Ahriman es no tener en consideración su historia y su paranoia, su experiencia en materia de enemigos; hay mucho más en juego y, aunque tarde, Occidente parece haberse dado cuenta de ello, de ahí que el régimen iraní comience a vengarse de sus antiguos clientes y sus actuales sanciones cortándoles el suministro de petróleo. Lo que está en juego es todo el mapa del Oriente Medio, situado  peligrosamente al borde la metástasis atómica. Para Europa, empero, no es cuestión de vida o muerte como para Israel. En ninguna de sus fronteras se instalan cúpulas de hierro. Los europeos, y en menor medida los norteamericanos, piensan que la acción política, económica y en definitiva diplomática bastará, pero desconocen el carácter irreductible de Ahriman y sus fieles, los cuales puestos a odiar y vomitar sus venenos no tienen ni tendrán límites. Cada amenaza que sobre ellos se lanza los hunde más y más en la tierra, hasta que todo Irán sea un búnker armado que sofocará, tarde o temprano, las columnas de su sociedad

El sólo hecho de que para muchos millones de iraníes Israel sea un cáncer, tal y como  se les ha hecho creer, demuestra hasta qué punto hay un neo, una enfermedad mortal que los está royendo a ellos y socavando-no todo lo velozmente que sería deseable-sus proyectos. Cuando la masa crítica llegue a su punto irreversible, el estallido será doble, por dentro y por fuera. Esperar entonces que regrese Ormuz el Bueno, aguardar a que décadas de desprecio y delirio desaparezcan así como así será vano. Para entonces toda la sociedad estará sumergida en tal marea de odio y voluntad de destrucción, que se tardarán décadas en reconstruir la sociedad civil, De ahí que no se pueda ser optimista, tanto si hay guerra como si no. Es cuestión de tiempo y éste no hace más que desgastarse.  Lo que es seguro es que el nivel de destrucción será demoledor y supondrá el ingreso en una nueva era de la que no sabemos aún quién emergerá ganador. La pena es no haber actuado antes, no haber ejercido todo el rigor del mundo occidental y libre con vehemencia cuando todo costaba menos esfuerzo que ahora.

Ahriman tiene, como no, sus puntos vulnerables, uno de los cuales es hoy Siria, en pleno proceso de descomposición y debilitamiento. Voltaire dijo que todas las guerras se hacen para robar. No les tenía, como es natural en un filósofo, ninguna simpatía. Israel no puede ni debe pensar en otro botín que la paz y la seguridad de sus fronteras, mientras que, efectivamente, un Irán nuclear podría fácilmente exportar a sus soldados hambrientos a todos esos países vecinos que nadan, aún, en petróleo, y apropiárselos con suma facilidad si se le deja que consiga sus propósitos. Nada cambiará, dijo un escritor español, hasta que no cambien los dioses. Mientras las deidades, claras o oscuras, estén ahí, conviene saber  cuáles son las líneas maestras de su carácter. Ahriman sigue vivo en la cabeza de muchos, muchísimos persas aunque lo llamen Alláh y le recen cinco veces diarias.

 
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