Marcelo Sneh
Se avecinan días de celebración, de reunión familiar, de sabores y aromas que nos retrotraen a nuestra lejana infancia, días de homenaje a la libertad, a la historia y a la memoria. Pero para este humilde servidor de ustedes hoy, 4 de abril, se cumplen trece años de ausencia, trece años del comienzo de un viaje sin retorno… de alguien que a pesar de todo nunca se fue, de alguien que permanece en mi alma, en el recuerdo de su voz bronca, fácil de reconocer, tapizada de tabaco negro, de su mano suave en la caricia, implacable en el coscorrón, pero por sobre todas las cosas por el recuerdo de quién fue, de su fecunda obra literaria, de su rectitud sin tacha, sin concesiones, de su moral a toda prueba… de su enseñanza de vida.
El 4 de abril, o el día de aquel mes de Nisán, como cayó hace trece años, se produjo la desaparición física de Simja Sneh Z»L, hombre de ley y de letras, docente apasionado, defensor quijotesco del idioma idish, perdidamente enamorado de la creación literaria, de mi madre Berta… y de la vida. Creo que pocos como él vivieron tan intensamente y supieron aprovechar ese maravilloso e inexplicable don que se llama encontrarse sobre la faz de la Tierra y justificar con creces ese periplo intenso que se llama vivir… Por eso quiero rendirle a través de estas modestas líneas mi homenaje y compartirlo con ustedes, porque hablar con los vivos de alguien que ya no está es mantenerlo vivo, es mantener siempre encendido el rescoldo de su memoria.
Nació en Pulawy, un villorrio de la hermosa y malhadada Polonia, a la que solía llamar con nostálgico e irónico desencanto «mi madrastra», allá por 1908. Después de muchas peripecias, de servir en el Ejército Rojo y en la Brigada Judía del Ejército Británico, herido varias veces y condecorado otras tantas en acciones tales como Dniepropetrovsk y Lvov (Lémberg), y después de haber vivido en Eretz Israel y haber participado en las acciones por la liberación de Italia como orgullosos soldado de la Brigada Judía del Ejército británico, llegó en 1947 a Argentina desde Gran Bretaña, donde vivió durante un año después de ser desmovilizado y donde publicó su primer obra, el libro de poemas «Por caminos extraños», en la lejana y gris Edimburgo.
Ya en Buenos Aires, comenzó a plasmar su prolífica obra literaria y periodística, a defender y propagar el idioma y la literatura en idish. Dueño de una inteligencia y una tenacidad sin concesiones, aprendió el castellano con obstinación y rigor, y así fue que no sólo el lector judío pudo acceder a su obra: un poco por sí mismo, otro poco con la ayuda de traductores de la talla de Malkah Rabell o Luis Kardúner, su obra fue empezando a hacerse conocer entre el público de habla hispana. En 1961 fundó la revista «Alef», interesante iniciativa bilingüe en idish y en castellano de excelente nivel periodístico que albergó temas de interés general, literatura y actualidad. En 1968 acometió el proyecto de publicar, ya en castellano, la revista «Raíces», que tuvo una repercusión sin precedentes en el mundo judío de América Latina y entre los lectores de habla hispana de toda Sudamérica, avalada por nombres como Marcos Aguinis, Gregorio Selser, Bernardo Kordon, Enrique Medina, Máximo Yagupsky y Bernardo Ezequiel Koremblit, entre otros.
En 1977 su libro «El pan y la sangre», una recopilación parcial de algunos de sus mejores cuentos, algunos autobiográficos y otros testimoniales, pero todos descarnados y terribles, fue galardonado con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Más tarde, publicó «Sin Rumbo» (Na – VeNad) una autobiografía en seis tomos que ya había publicado en idish en el diario «Di Presse».
Los cuentos de «El Pan y la Sangre» son relatos implacables, referencias duras y sin concesiones a hechos que le sucedieron a mi padre en forma personal o a otros muy cercanos a su alma. Prologado por Ernesto Sábato y por Marco Denevi, dos grandes de la literatura argentina que a la vez fueron sus más entrañables amigos, «El pan y la sangre» es una visita al infierno, una excursión al horror… y una experiencia apasionante como lectura. «El cheque», uno de sus relatos, es una descripción más que gráfica que nos aclara por qué Simja Sneh no quiso aceptar jamás un solo centavo de reparaciones alemanas, dinero que él, y con justa razón, llamaba «sucio e inaceptable» ya que «no hay dinero en el mundo que pueda devolver a la vida a mis padres, a mis hermanos… el dinero puede resarcir posesiones materiales, pero no puede lavar la sangre». Otro de los cuentos, «Sombras», es una bofetada directa sobre el rostro de los hipócritas que en plena guerra, mientras muchos judíos que eran parte de su propio pueblo eran arrojados a los hornos en Europa en forma sistemática, ellos continuaban comerciando y enriqueciéndose alegremente desde Argentina con mercancías alemanas.
«El Nombre», «La Sexta Punta» o «Sangre», son relatos alucinantes de experiencias de guerra que hacen que nos preguntemos cómo pudimos ser capaces de disfrutar de «películas de guerra» o «jugar a los soldados» en nuestra lejana infancia. Cierra el libro un «Diálogo con el Ángel de la Muerte», que contrariamente a lo que el título podría proponer es un canto a la vida, una elegía a las ganas de vivir, esas ganas de vivir que lo acompañaron durante sus 90 intensos años y que lo llevaron a batirse a duelo cinco veces con la Parca, y las cinco veces ganó la partida. Como él solía contar: «tengo un largo romance con la muerte… viene… me toca… me seduce… me amenaza… y siempre se va derrotada». Prueba de ello es que por esas cosas del destino se retiró de una conferencia de prensa en la Embajada de Israel media hora antes del atentado y dos años después sobrevivió, aunque bastante lastimado, al atentado a la AMIA, sobrevivió a sus heridas de guerra… siempre sobrevivió, merced a su ganas de vivir, de estar, de amar, de hacer, de crear y de compartir. Otro de sus cuentos, «El que partió», habla de su diálogo con un amigo, también escritor, que se suicidó arrojándose bajo las ruedas de un tren, cosa que él nunca le perdonó… hasta que se le apareció una noche y mantuvieron un diálogo terrible, descarnado, sin concesiones… que lo llevó a comprender que no todo es blanco o es negro, pero que a la vez no hizo más que afianzar sus propias ganas de seguir vivo… por eso el título de esta nota. Por eso este homenaje que quise compartir contigo, caro lector. Porque si bien una infección pulmonar aguda doblegó su cuerpo, su espíritu quedó vivo y vivirá por siempre en el recuerdo de su obra fecunda, de su intenso quehacer comunitario, de su vozarrón apasionado tratando de introducir a sus alumnos en el maravilloso mundo de la literatura, y en mi alma por haber sido el mejor padre que pudo haberme tocado. Simja Sneh… no partió. Y cada 4 de abril mi corazón lo extraña más y más.
IHIÈ ZIJRÒ BARUJ
Marcelo Sneh
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