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| viernes abril 26, 2024

Nuestros viscerales enemigos


Mario Satz

Porisrael.org

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Lo mejor que pueden hacer por nosotros nuestros viscerales enemigos es declararnos su desprecio, manifestar su malestar por nuestra existencia y decisiones. Ese desprecio, fácil de constatar, puede estar agazapado durante décadas, hundido en el más viejo rincón de la memoria hasta que tarde o temprano-tras siglos de haber sido manipulado, expresado y ejecutado con crueldad-, aflora otra vez a la superficie como recién nacido. G. Grass, nuestro despreciador de turno, al igual que Saramago en su momento, oculta y a la vez revela bajo su sello de izquierda un añejo antisemitismo que no tolera, no soporta, no acepta que Israel se defienda. No, el judío debe ser culpable, lo ha sido y lo seguirá siendo para esta gentuza cuya perversión intelectual no tiene límites. Detrás de Saramago está Torquemada y detrás de Grass, Calvino. ¿Cómo olvidarlo?

Intentando deslindar su odio de su supuesto aprecio, Grass no dudó en mencionar a sus amigos israelíes que, como él, no sólo están por la solución de dos estados sino que también besarían la mano de Abu Mazen et alia y si llegara el caso. O sea que él, al igual que unas pocas docenas de  israelíes, tiene derecho a criticar y menospreciar al gobierno  de turno en su país por su reticencia a la hora de llegar a un acuerdo con sus ancestrales enemigos. Salvo que él no es judío sino alemán, y por los siglos de los siglos ningún germano está ni estará libre del oprobio y vergüenza del Holocausto, a todas luces una cuestión difícil de digerir. Como bien dijo el escritor García Ortega, el problema no son los judíos sino los antisemitas, el problema no es Israel sino Irán. Pero la realidad no les interesa a nuestros viscerales enemigos, ocupados como están en señalar la paja en el ojo ajeno mientras ignoran la viga en el propio. Si la realidad les importara un poco ahí está Siria para ilustrar sus charlas de café, sus broncas y altos ideales; ahí está el salafismo egipcio marginando por completo la joven voz de la democracia egipcia; ahí están ciento y un lugares del mundo llenos de injusticias y males para aderezar sus sobremesas, bien provistas con el prestigio y la aparente impunidad que concede el premio Nobel.

            Si nos critican, hay que recordar que ese escozor es un estímulo. Si nos desprecian es porque existimos más allá de lo previsible y estamos dispuestos a jugarnos la vida para que no vuelva a repetirse la matanza, nuestra matanza. Saramago, Grass y  todos aquellos intelectuales abiertamente antiisraelíes y seguramente, por lo bajo, también antijudíos, no hacen más que fortalecer nuestro escepticismo y elevar nuestro ánimo, claro que con una mezcla de profunda tristeza y decepción que  nos recuerda  que, ante todo, debemos confiar en nosotros mismos. Mientras nuestros enemigos hablen en voz alta, entonces, debemos ir preparándonos para la mala influencia de sus voces, cuya putrefacta fonética desparramará su eco a medida que mejor nos vaya. El que es incapaz de admirar y, por eso, respetar al otro, no tiene más remedio que envidiarlo o despreciarlo. Es una pena que a Grass no le interese el fútbol, juego en el que cuando se comete una falta y los rivales se enzarzan, el árbitro llama a ambas partes para dirimir el asunto. Nos sigue llamando la atención que el escritor alemán no haya llamado, poema mediante, todavía al orden a Irán, cuya peste teológica hace décadas que sí amenaza la paz del mundo. Si acaso lo hiciera podríamos pensar en su buena fe,  pero es evidente que no la tiene.

Fuente y difusión: www.porisrael.org