Israel celebra su sufrida Independencia bajo la espada de Damocles
Juan F. Carmona y Choussat
Aurora
3 de mayo de 2012
“Dicen, cómo podría haber un mundo sin América y sin Sionismo. Pero bien sabéis que este objetivo puede lograrse y que es realizable”. Mahmoud Ahmadinejad, 26 de octubre de 2005. Israel celebra un año más de su sufrida independencia bajo la espada de Damocles de una amenaza sobre su existencia. Las negociaciones internacionales sobre el programa nuclear iraní son la última etapa de una historia que se acerca a su inevitable desenlace.
Convivir con un Irán nuclear
En noviembre de 2011 la Agencia Internacional de Energía Atómica, el organismo relevante de la ONU en la materia, presentó pruebas que permitían deducir la voluntad iraní de fabricar un ingenio atómico mediante un proyecto sostenido.
Esta afirmación, realizada por los funcionarios internacionales responsables, contrastaba con la hecha pública en su día por la CIA en su NIE o Estimación de Inteligencia Nacional. Pero es que a su vez este análisis de 2007 contradecía al de 2005 en que los servicios de inteligencia sí habían asegurado, con un alto grado de probabilidad, que Irán estaba decidido a desarrollar armas nucleares.
El caso es que más tarde en ese mismo otoño de 2011, los Estados Unidos, súbitamente más confiados en el informe de la AIEA, que ellos mismos con sus medios y funcionarios habían contribuido a compilar, que en su propio informe de inteligencia del 2007, y actuando aparentemente en la línea del alarmante informe de 2005, elevaron la presión sobre los recursos financieros iraníes imponiendo sanciones destinadas a su Banco Central y sus operadores comerciales de banca.
Esto suponía a su vez un cambio de actitud respecto a la tímida postura adoptada por el presidente Obama en 2009, cuando en Irán la primavera islámica persa se adelantó a los acontecimientos calificados como primavera árabe. Entonces el leve apoyo verbal recibido por el Movimiento Verde que protestaba el fraude en las elecciones que habían confirmado a Ahmadinejad en el poder, no bastó para cambiar el régimen. El martirio del movimiento rebelde, personificado en el asesinato por la Guardia Revolucionaria de Neda Agha-Soltan, precedió en el opresivo Irán de Ahmadinejad y Jamenei, al sacrificio por inmolación de Mohamed Bouazizi, en el mucho más moderado Túnez de Ben Alí.
En suma, en 2009 el Movimiento Verde sufrió la terrible represión de los Pasdarán, causante de un número desconocido de víctimas mortales y del fin de sus aspiraciones. La variación de Obama no se refería ahora al respaldo del Movimiento Verde, por quien poco podía hacerse ya, sino que reflejaba una intención aparente, de acuerdo con las asunciones del establishment diplomático, de detener el programa nuclear. Para ello, el paso fundamental era elaborar un conjunto de sanciones, según la expresión en boga en inglés, que “mordiesen”.
Así que, con cierta tardanza pero con la ventaja de la claridad de las advertencias del organismo de la ONU, los Estados Unidos dispusieron una serie de castigos ejemplares. Podían hacer abandonar a Irán su programa o en su defecto, controlarían, mediante un sistema de palos y zanahorias, la negociación diplomática para convivir con un Irán nuclear.
Por tanto, con ocasión de la prueba de la vulneración del Tratado de No Proliferación ratificado por Irán, Estados Unidos sumaba sus penalidades verdaderamente efectivas a las cuatro rondas de sanciones ya impuestas por el Consejo de seguridad. Estas habían resultado inútiles, según se creía, por su insuficiente agresividad.
Se impusieron ahora serias restricciones sobre la industria petro-química y contra las empresas implicadas en el proyecto nuclear. Para ello se instó también a China, Rusia y a la UE a hacer lo mismo, por lo que esta última dispuso un embargo de productos petrolíferos procedentes de Irán para junio de 2012. Arabia Saudí, a su vez uno de los Estados suníes que más temía la nuclearización del Irán chií, prometió el incremento de producción si fuese necesario para hacer frente al consumo mundial.
Irán, irritado por la situación, avisó a Occidente. Comenzó por pasear a Ahmadinejad por los restos del imperio soviético compuesto hoy tristemente de países de habla hispana, en una visita a los presidentes de las desdichadas Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Siguió amenazando, si se llevaba a cabo el embargo de sus productos petrolíferos, con cerrar el estrecho de Ormuz por donde pasa el dieciocho por ciento del tránsito petrolero que abastece al mundo. Seguidamente, una serie de atentados contra diplomáticos israelíes se producían en la India y Georgia y un extraño atentado fallido tenía lugar en Bangkok, al tiempo que Irán hacía pasar buques de guerra por segunda vez en la historia por el Canal de Suez.
Nueve meses para elaborar una bomba
Como colofón Irán remitió una carta anunciando a la representante de política exterior de la UE, que aún no había comparado la suerte de los muchachos palestinos con el asesinato a sangre fría de dos niños judíos en Francia, su intención de reintegrarse en las negociaciones sobre su programa nuclear. Esos tratos los iraníes anunciaron que los celebrarían primero en una fecha y luego en otra hacia mediados de abril. Variaron luego su lugar de celebración a medida que advenía la primavera: Ankara, Bagdad, o Estambul, donde finalmente se sentaron las autoridades. Por fin lo único que se decidió allá oficialmente es que se seguiría hablando, la próxima vez, en la antigua Babilonia.
No podía demorarse entonces muchomás el momento en que los dirigentes internacionales se preguntasen en serio por la frase pronunciada por McCain en la campaña presidencial americana de 2008 ¿Era realmente peor que bombardear Irán, dejar que Irán tuviera la bomba?
Ya sólo era cuestión de tiempo. Nueve meses para elaborar una bomba – los informes de la AIEA calculaban material para 5 o 6 – y 6 meses para poder montarla en alguno de los misiles Al Shabab 3, con alcance hasta el continente europeo. Sin embargo, la exigencia occidental en las negociaciones había sufrido un notable retroceso. Si originalmente Occidente pretendía la paralización del programa nuclear, entendiendo que no necesitaba tener uranio enriquecido a más del 3,5%, habiéndose hecho ofertas de combustible nuclear en el pasado, ahora, dirigidos por Obama, el Consejo de Seguridad más Alemania estaban dispuestos a ofrecer a Irán que enriqueciera hasta el 20%, siempre que prometiera no ir más allá.
Es sabido que el enriquecimiento hasta grado armamentístico, o 90%, es proporcionalmente más fácil y rápido cuando se alcanza la frontera del 20%.
Obama estaba pues preparado a tolerar un Irán que estuviera en disposición de construir armas atómicas, a cambio de prometer no hacerlo. De hecho a efectos de avalar esa promesa no hacía más que mencionarse en medios occidentales la existencia de dos supuestos decretos religiosos de Jomeini y Jamenei condenando la tenencia de armas nucleares pero no la tecnología conducente a ellas. En Irán no aparecían las fatwas en cuestión por ningún lado.
En origen la intención, al menos de las potencias occidentales, era impedir que Irán tuviera la bomba. Sin embargo, como nada parecía funcionar: ni las sanciones, ni la resistencia ante las amenazas, ni las negociaciones, ni siquiera el indudable logro exento de paternidad, del retraso provocado en el programa persa por el virus Stuxnet y el asesinato, a lo largo de tres años, de al menos 4 científicos vinculados al programa armamentístico nuclear, la convicción empezó a variar en las cancillerías. Ya que no podría lograrse el éxito diplomático de detenerlo, convenía redefinir el éxito como lo máximo que llegase a obtenerse de los iraníes. Tan cautelosamente como florecían los almendros en Washington DC, fue brotando la postura de obtener un compromiso de Irán a medio camino mejor que constatar que las sanciones y las negociaciones, aunque hubiesen lastimado a Irán, habían fracasado en su objetivo original: desmantelar el programa.
Esto se producía, paradójicamente, hacia febrero de 2012, cuando la concreción de la amenaza como realidad empezaba a ser admitida tanto por las instituciones internacionales como por la prensa dominante, dos de los sectores más escépticos acerca del peligro iraní.
Así el 5 de enero de 2012 Irán, en respuesta a las previsiones europeas de un futuro embargo de gasolina, afirmaba que equivaldría a una guerra económica y aprovechaba apara confirmar que estaba a punto de empezar la producción en su segundo lugar de enriquecimiento de uranio. El 9 de enero la AIEA confirmaba efectivamente que Irán había comenzado labores de enriquecimiento de uranio en una localización insertada en una montaña, parcialmente fuera del alcance de las bombas perforadoras israelíes. Esta nueva planta conocida como Fordo, cerca de la ciudad de Qom, lugar sagrado del ayatolismo chií era secreta hasta que fue desvelada en 2009 mediante una conferencia de prensa conjunta de los presidentes americano, francés e inglés. No era ya la desértica planta de Natanz destinada a enriquecer uranio y que había sufrido la mayor parte de los retrasos vinculados al virus Stuxnet, sino que había otro lugar menos vulnerable al ataque, en que los iraníes lograban enriquecer al 20%, material ya útil como combustible para reactores.
El enriquecimiento, según datos oficiales, pasa en Natanz de las condiciones naturales del uranio al 4%, y en Fordo, al 20%. Según declaraciones del jefe del programa nuclear Fereidoon Abbasi el uranio de Fordo está allí para ser enriquecido al 20% lo que lo hace especialmente adecuado para pasar fácilmente a los niveles superiores requeridos para armamento.
Las estimaciones de las autoridades americanas vinculadas a la labor de los funcionarios de la AIEA que realizan las inspecciones prevén que Irán tendría entre seis meses y un año de tiempo, una vez descubierto que se está enriqueciendo uranio a niveles capaces de formar material para armamento, para construir una bomba. Otras fuentes dicen nueve meses.
El propio New York Times publicaba en enero de este año que Irán tenía aproximadamente suficiente combustible para construir cuatro armas atómicas, pero solamente si había un enriquecimiento posterior. Y Ronen Bergman, en el mismo medio, afirmaba citando fuentes israelíes, que serían más bien cinco o seis.
Así que Obama parecía dispuesto a tolerar el hecho consumado del uranio enriquecido al 20%, siempre que Irán prometiera que no pasaría a mayores, lo que este ya estaba en condiciones de hacer muy rápidamente y con mucho menor esfuerzo del desplegado hasta el momento desde el inicio de su carrera nuclear.
Siete años después de sus manifestaciones, Ahmadinejad había conseguido la primera parte de su objetivo, que un mundo sin América le permitiera alcanzar la frontera del arma nuclear.
El carácter distintivo de la amenaza
Dos evaluaciones de la administración americana – las estimaciones de inteligencia nacional, o NIE, de 2007 y 2010 – afirmaban que Irán no había tomado todavía la decisión de construir un arma. Llegaba así la ciencia positiva en Estados Unidos a la misma conclusión que los presuntos dictámenes religiosos tanto de Jomeini en su día como de Jamenei ahora. Se darían pues todos los pasos necesarios hasta llegar a ese punto, sin acabar de cruzarlo. Según añadía el New York Times, Irán estaría en una situación de montar un arma lo suficientemente rápido si se decidiera en efecto a hacerlo. Ante tales circunstancias la tentación de Obama de no obligarles a retroceder debió ser irresistible.
Esta situación, conocida con al menos el mismo grado de detalle por la inteligencia israelí, considerada responsable de las complejísimas acciones de retraso del programa nuclear e incluso de los asesinatos de sus científicos, no acababa en cambio de convencer a sus dirigentes. En la gráfica expresión de la revista “National Review-“ no podían “depender de una posibilidad del 10% de un 100% de aniquilación total-“. Sin embargo, oficialmente, se contentaban con reunirse con las autoridades americanas, celebrar el funcionamiento cada vez más efectivo de las sanciones y asegurar por todos los medios posibles, ya fuera la cancelación de entrenamientos previstos o su demora al otoño próximo, e incluso declaraciones oficiales, que cualquier decisión de atacar los centros nucleares iraníes estaba – aquí la del ministro de Defensa Ehud Barak – “lejos en el tiempo-“.
Pero al mismo tiempo nadie ignoraba que fueron los israelíes quienes en 1981 bombardearon la planta iraquí de Osirak, que había construido Sadam con ayuda francesa. Se dieron así unos años de tranquilidad e impidieron que diez años después, en la primera guerra del Golfo, el tirano hoy ajusticiado pudiera atacar Israel con algo más que sus Scuds, lo que desde luego hizo. En una acción similar en el año 2007, Siria, que aunque estaba gobernada por el mismo Bashar el Asad que hoy concita las críticas occidentales mantenía entonces mejores relaciones con la comunidad internacional, no se quejó de que los israelíes destruyeran otra planta nuclear, la de Al-Kibar, que había sido construida con ayuda norcoreana.
El caso de Irán, sin embargo, era distinto
El régimen de la revolución islámica se había forjado, desde el derrocamiento del Shah, como una teocracia con la ambición de expandir el islamismo. Fundaba su identidad en la animadversión hacia Estados Unidos – el Gran Satán – e Israel – el Pequeño Satán -. Sus actividades como mayor sponsor internacional del terrorismo hundían sus raíces en el pasado. La organización terrorista Hezbolá se responsabilizaba orgullosamente de ataques en el Líbano contra fuerzas occidentales desde los años 80, sucediendo a la OLP y al Septiembre Negro, y expresaba su específica voluntad de barrer a Israel del mapa. Más adelante, con la guerra del 2006, su jefe Hasan Nasrala había declarado que al no haber sido completamente derrotados por Israel la victoria era grande y quedaba pendiente la revancha. La ayuda iraní también fluía hacia la sucursal suní de los Hermanos Musulmanes en Gaza, conocida como Hamás, que recibió apoyo, adiestramiento y armas. Este carácter violento reiteradamente probado, mediante acciones directas o a través de organizaciones terroristas interpuestas, hacía temer especialmente el progreso de Irán hacia una potencia atómica
Una manifestación reciente del terror iraní aumentó la conciencia
internacional de su peligro. En octubre de 2011, los iraníes, probablemente a través de la llamada Fuerza Qods (Fuerza de Jerusalén) dirigida por el general Soleimani, trataron de asesinar al embajador saudita en Estados Unidos. Las autoridades americanas se limitaron a exponer la existencia del plan después de haberlo desmantelado.
El hostigamiento iraní de las tropas americanas mientras estuvieron en Irak fue constante y una de las razones de la complacencia de los estadounidenses con los insurgentes suníes reconciliados con la empresa política iraquí tras la sucesión de acontecimientos desplegados por el general Petraeus y conocidos como el levantamiento de Anbar.
No obstante, donde con más evidencia los iraníes demostraban su inmunidad a la disuasión y su desprecio por la falsa firmeza occidental era en las declaraciones de sus líderes. Como afirmó Bernard Lewis la MAD, o destrucción mutua asegurada, que estaba vigente bajo la Guerra fría tenía otro sentido en el presente conflicto:
“Ambos campos tenían armas nucleares. Pero ningún bando las usaba, porque ambos sabían que el otro respondería de igual manera. Esto no funcionará con un fanático religioso como Ahmadineyad. Para él la destrucción mutua asegurada no es una disuasión, es un incentivo. Ya sabemos que los mulás no tienen el menor inconveniente en matar a sus propios compatriotas en números muy elevados. Lo hemos visto una y otra vez. En el guión final y esto se aplica aún más decididamente si matan a sus propias gentes, les están haciendo un favor. Les están dando un rápido y libre pasaje al cielo y sus delicias-“.
Las apelaciones a la violencia contra occidentales de Jomeini o del actual presidente Jamenei, o del mismísimo Ahmadineyad, son numerosas, demostrando que son consustanciales al régimen. Pero he aquí lo que el anterior presidente Rafsanjani, considerado moderadísimo por nuestros medios, afirmó en su momento:
La opción militar como último recurso
Aunque los misiles iraníes alcanzan Europa y aunque el régimen ha advertido que puede amenazar a los Estados Unidos, con lo que se refiere no solo a ataques a sus tropas en el Golfo pérsico para las que la experiencia de Irak es suficientemente esclarecedora, sino a la entrega de material nuclear para atacarle en su propio territorio mediante terroristas, el único dispuesto a hacer cuanto esté en su mano por evitar un Irán nuclear es Israel.
Sin embargo, por muy eficaz que sea su aviación, pues obviamente se trataría de una operación de destrucción de las centrales nucleares y no de invasión del país, no es fácil destruir todos los centros esenciales para garantizar su seguridad. Al enterramiento de las plantas nucleares se une la dispersión del material atómico, cuya localización precisa es compleja. Por otra parte, a pesar de la tranquilidad que proporciona el sofisticado escudo antimisiles de corto alcance desarrollado por Israel -la Cúpula de Hierro- así como los de medio y largo alcance proporcionados por los americanos, es arduo garantizar la protección tanto frente a un misil nuclearmente armado como a la totalidad de contraataques que sin duda vendrían de los aliados de Irán en la zona.
La gran cuestión a la que las potencias occidentales aún no parecen haber dado respuesta internamente es la de la extrema dificultad de convivir con un Irán nuclearizado, o a su equivalente burocrático con el que parecen haber reconciliado plenamente sus conciencias: un Irán en disposición de construir un arma. Si ha sido lo que es a día de hoy sin armas atómicas, qué sería con ellas. La capacidad de chantaje – finlandización, en términos de la Guerra Fría – que adquiriría sería extraordinaria. Implicaría asimismo una carrera armamentística en la zona, que, contrariamente a Irán, ha entrado en un periodo de gran inestabilidad como consecuencia de la primavera árabe, cuyo resultado ha sido abandonado a sus instintos naturales con apenas indicaciones por parte de Occidente.
El académico Anthony Cordesman hizo en su día un estudio de los efectos de un primer golpeo de Irán sobre Israel, que, al parecer, no lograría aniquilarlo logrando sobrevivir parte de su población, y en todo caso la necesaria para responder al ataque. Lo que no es seguro es cuáles serían las reacciones en el resto de la zona, incluidas las de las monarquías suníes del otro lado del Golfo pérsico que podrían verse volatilizadas por las premisas y presunciones de alianzas y contra-alianzas medio-orientales, a lo que debe añadirse el cálculo de probabilidades de represalias hacia las mayorías y minorías de chiíes en la zona. Cordesman incluía en su estudio la posibilidad de aniquilación de ciudades egipcias, sirias, y de los países que forman el Consejo de cooperación del Golfo.
Si las negociaciones internacionales han sido redefinidas para demostrar que los iraníes pueden convivir con nosotros, ya que no tienen la bomba y están sólo en disposición de tenerla, es casi inevitable el incremento de la violencia. En un mundo sin América, Ahmadineyad acertaba, muchos objetivos son realizables.
* El Prof. Juan F. Carmona Choussat es licenciado y doctor en Derecho cum laude por la UCM, diplomado en Derecho comunitario por el CEU-San Pablo, administrador civil del Estado, y correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Es, además, miembro del Grupo de Estudios Estratégicos de España.
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