José Blumenfeld
En este trabajo trato de analizar las muy diferentes consecuencias que tuvieron dos acontecimientos terribles: La Segunda Guerra Mundial (en adelante SGM), por una parte y, dentro de ella, los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki, por la otra.
Lo que la SGM implicó puede resumirse como sigue:
-Alrededor de 55 millones de muertos, una gran mayoría civiles
-Alrededor de 35 millones de heridos
-Una enorme cantidad de civiles confinados en guetos y campos de concentración, la mayoría judíos
-Una enorme cantidad de civiles asesinados por pelotones de fusilamiento y en campos de exterminio, la mayoría judíos
-Una enorme cantidad de familias destruidas; grandes hambrunas; enorme cantidad de trastornos psíquicos
-Miles de ciudades destruidas, parcial o totalmente; gran cantidad de infraestructura destruida; ingentes recursos destinados al esfuerzo militar y no a elevar el nivel de vida de la gente.
-Un capítulo especial merece, tanto la Shoá como el genocidio de gitanos y la matanza de polacos y soviéticos, civiles y prisioneros de guerra.
Seguramente se podría agregar más cosas a este listado.
En resumen, se trató de una catástrofe de una magnitud no experimentada por la humanidad hasta entonces, incluyendo la Primera Guerra Mundial (en adelante PGM), aún cuando también en ésta se produjo un genocidio: el de los armenios. Cabe destacar que en la PGM, la inmensa mayoría de los muertos y heridos fueron soldados y que no hubo grandes daños materiales. El territorio de Alemania, que junto con el Imperio Austríaco había iniciado esa guerra, quedó totalmente intacto.
La de la SGM fue una catástrofe que superó en muchas veces a la de la PGM, y debe tenerse en cuenta que ésta produjo un impacto enorme, por su carácter devastador, que estableció un antes y un después. Fue tan catastrófica que mucha gente la consideraba como la última guerra. Hasta la SGM, fue denominada como la Gran Guerra. A nadie se le ocurrió que podría haber sido simplemente la PGM.
Los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki significaron 220.000 personas muertas, muchísimos heridos, muchísimos radiactivamente contaminados y la destrucción, casi total, de esas dos ciudades.
Si se está de acuerdo en el principio de que la santidad de la vida humana está por sobre toda otra consideración, no cabe la menor duda de que la peor consecuencia que tuvo la SGM fue la enorme cantidad de muertos. Dentro de esta consideración, no se puede dejar de señalar que las consecuencias de los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki, en vidas humanas, fueron muchísimo menores que las del resto de la SGM (250:1). También en todos los demás aspectos, salvo en el de la contaminación radiactiva.
A pesar de esas impresionantes diferencias, en cuanto a su magnitud, ambas catástrofes tuvieron, llamativamente, consecuencias muy diferentes.
Los bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki provocaron la abrupta rendición de Japón y el final de la SGM en Asia. De no haber finalizado en ese momento, se calcula que la ya inevitable derrota de Japón, de modo similar a la derrota de Alemania, habría significado varios millones más de bajas, civiles y militare, en ambos lados y una mayor cantidad de destrucción de la ya habida hasta entonces.
Aunque en Europa, para mediados de 1943, la SGM ya había provocado una enorme cantidad de desastres, numéricamente muy superiores a los de Hiroshima y Nagasaki, éso no logró hacer que la guerra finalizara ya mucho antes del 8 de mayo de 1945. Corresponde hacer notar que, a partir de esa época (agosto/43), fue cada vez más evidente que Alemania estaba irremediablemente condenada a la derrota. Su poderío aéreo y naval, especialmente de submarinos, ya era mínimo. Había sido expulsada totalmente de África, Sicilia y el Sur de Italia. Italia había abandonado el Eje y su nuevo gobierno había dispuesto colocar todas sus fuerzas militares del lado de los aliados. En el frente oriental, Alemania había sido contundentemente derrotada en Stalingrado y todos sus ejércitos estaban siendo empujados hacia occidente a una relativa gran velocidad.
La obstinación de los mandos alemanes en no aceptar que serían irremediablemente derrotados significó la continuación de la guerra durante otros dos años. Durante esos dos años de “atraso” se produjeron ingentes cantidades de bajas y destrucciones físicas.
Ocurrió otro tanto con Japón después de la batalla naval de Midway (junio de 1942), después de la cual su poderío naval quedó enormemente disminuido, lo que se tradujo en derrota tras derrota y un considerable reflujo de los frentes de guerra. Esos tres años de “atraso” también significaron ingentes cantidades de bajas y destrucciones físicas.
Podría aplicarse la fábula de la rana: Inmersa en una olla con agua fría que se pone a calentar, para cuando el agua está en ebullición ya es tarde para que la rana busque salvación. Tirada en una olla con agua hirviendo, inmediatamente salta para ponerse a salvo.
La guerra “convencional” parece funcionar como el agua fría que se va calentando gradualmente: a medida que más nos alejamos de los lugares que son centro de operaciones bélicas, parece que la gente no percibe (o no quiere percibir) lo terrible que está ocurriendo ni las terribles consecuencias que tendrá. Y no se hace nada, o se hace poco, para evitarla o ponerle fin. Parece que aquellos que no están ubicados directamente en las zonas de ataque, sienten, o tienen la esperanza, que no tienen riesgo de morir. Para cuando les llega el turno, ya es tarde.
La bomba atómica parece haber producido el efecto del agua hirviendo: Fue inmediatamente percibida, y sigue siéndolo, como catastrófica y se tuvo, y se tiene, absoluta certeza de que puede destruir a toda la humanidad. Porque nadie está exento de sus consecuencias, aunque esté alejado de los centros de ataque nuclear.
Ambos acontecimientos, la guerra “convencional” y la guerra “atómica”, tuvieron muy diferentes efectos (de algún modo opuestos), no sólo sobre el desenlace de la SGM, sino también sobre el comportamiento de la humanidad después de finalizada la SGM y hasta el presente.
Desde 1945 se han sucedido, y siguen sucediéndose, infinidad de guerras con armas “convencionales”, de los más diversos tipos: locales, regionales, civiles, revolucionarias. También ocurrió en la ex Yugoslavia que, menos de 40 años antes, había sido escenario de los desastres de la SGM, como casi toda Europa. Todas esas guerras se han cobrado enorme cantidad de vidas humanas, muchas de ellas resultado de genocidios. En esos conflictos armados se han registrado, y siguen registrándose, todas las calamidades enumeradas más arriba, con enormes cantidades de muertos, heridos y lisiados y destrucción de recursos e infraestructuras.
Por el contrario, desde 1945 y hasta ahora, no se ha lanzado ninguna bomba nuclear contra blancos humanos. Ni siquiera en el período 1945-1949, en el cual EE.UU. tenía el monopolio del poder nuclear y ya estaba en pleno desarrollo la Guerra Fría. Sin embargo, ese poder nuclear no quedó limitado a EE.UU. Desde entonces se agregaron la Unión Soviética (ahora Rusia), Gran Bretaña, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte y, no abiertamente confirmado, Israel.
La inmensa mayoría de la humanidad, sino toda, tiene absoluta conciencia de que una guerra atómica, con certeza, alcanzará a todos y cada uno de los habitantes del planeta. Por lo tanto, los dirigentes políticos han actuado, hasta ahora, de modo de evitarla.
Esa certeza nunca estuvo puesta en duda. Toda la humanidad, en agosto de 1945, conoció las consecuencias prácticas, reales, de un ataque nuclear. Todas las explicaciones de divulgación científica que recibió la humanidad fueron creídas a pie juntilllas. Nadie tuvo la más mínima duda de que lo que le explicaban era verdad.
Siempre nos quedará la duda de si la humanidad habría tenido la misma certeza en el caso de que el Presidente Truman no hubiera dado la orden de bombardear Hiroshima y Nagasaki.
Una de las alternativas que se consideró en el gabinete de EE.UU. fue la de advertir, explicando sobre las consecuencias de un bombardeo nuclear. Otra fue la de invitar a presenciar un ensayo nuclear.
Nunca sabremos qué habrían decidido los mandos políticos y militares japoneses, si se les hubiera dado alguna de esas alternativas. Aún cuando dichos mandos hubieran decidido la rendición, sin necesidad de bombardear Hiroshima y Nagasaki, me queda un inquietante interrogante:
El resto de la humanidad ¿habría tenido la certeza de que el agua estaba hirviendo, o consideraría que el agua, simplemente, se estaba calentando?
Teniendo en cuenta lo que sigue ocurriendo con las guerras “convencionales”, me parece un interrogante lícito.
Todos los integrantes de la humanidad hemos considerado reprobable el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki. Lo hemos hecho con tanta convicción y determinación que, hasta ahora, hemos logrado evitar una hecatombe nuclear. Ojalá que todos los integrantes de la humanidad, alguna vez, tengamos la misma convicción y determinación para evitar también las guerras convencionales.
Difusion: www.porisrael.org
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.