La famosa “boutade” de Jorge Luis Borges parece aplicarse perfectamente a la disputa por el poder en Egipto. En realidad, los Hermanos Musulmanes deberían agradecer que el ejército les concediera el respetable status de víctimas al sacarlos del gobierno, porque su incapacidad para gobernar fue más que evidente.
Hay muchos comentaristas que están preocupados por la irrupción del ejército en la política, y la destitución del primer presidente egipcio electo por el pueblo. A mi juicio, su preocupación es injustificada. Las perspectivas democráticas con los Hermanos Musulmanes habrían sido considerablemente más precarias con ellos, que con un gobierno de transición con varios partidos políticos comprometido a convocar a elecciones dentro de seis meses. El ejército no tiene el menor deseo de repetir la experiencia Mubarak. Prefiere conservar sus privilegios y su poder económico y permitir que quien deba enfrentar las inevitables desilusiones que provocará la difícil situación económica (que nadie podrá arreglar a corto plazo) sea un gobierno civil.
Lo cierto es que ni el gobierno egipcio de transición ni el gobierno electo que lo suceda tiene la varita mágica para solucionar los graves problemas de la economía egipcia.
En un país de 84 millones de habitantes, el 70% vive en el campo. Sin embargo, el país no produce suficientes alimentos para toda la población. Casi la mitad de la población sobrevive gracias a los subsidios a los alimentos importados, que constituyen una pesada carga para el presupuesto nacional. El déficit de la balanza comercial llega a 25 billones de dólares. Todos los economistas extranjeros que conocen la situación egipcia están de acuerdo en que el sistema de subsidios (que también alcanza a los combustibles) es insostenible. Pero la anulación de los subsidios y el consiguiente aumento de los precios, provocarían manifestaciones de masas de no menor envergadura que las que llevaron a la expulsión del poder al gobierno de Mohamed Morsi.
No hay soluciones claras a la vista. La única medida urgente que puede mejorar en algo la situación actual es revitalizar la industria turística. Pero aún en el mejor caso en que Egipto vuelva a dar suficientes garantías de tranquilidad a los visitantes y que el turismo vuelva a las cifras de sus mejores años, el turismo solo aporta entre un 8% y un 10% del ingreso nacional.
El deterioro de la economía golpeó a millones de egipcios pobres. En una correspondencia desde “El Cairo” el “Financial Times” cita a Salah Abu Yasser un trabajador de la construcción de “El Cairo” : “Yo estuve mejor con el gobierno de Hosni Mubarak. Ahora tenemos hambre y tengo siete hijos. No tengo un empleo fijo. Yo cargo ladrillos para la construcción pero ahora nadie construye nada”.
Las reservas de moneda extranjera de Egipto apenas alcanzan para tres meses de importaciones. Las agencias calificadoras han degradado la categoría de Egipto como país deudor lo que ha aumentado el costo de los préstamos. Por otra parte, en un intento de conservar moneda extranjera el Banco Central ha permitido una devaluación de la libra egipcia frente al dólar lo que ha causado un aumento de los precios. Felizmente Egipto ha podido contar con la ayuda de emergencia de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, pero obviamente esta ayuda no soluciona en absoluto los problemas básicos de la economía.
Un problema fundamental es que el pueblo egipcio está muy mal preparado para la economía internacional de hoy. Un 45% de la población es analfabeta. Solo la mitad de los 51 millones de egipcios entre los 15 y los 64 años son tenidos en cuenta para las mediciones de la fuerza de trabajo. Si Egipto adoptara los criterios utilizados para estas mediciones en los Estados Unidos la tasa de desempleo sería de más del 40% y no la oficial del 13%. Una tercera parte de los jóvenes en edad de iniciar estudios superiores se anota en las universidades, pero tan solo la mitad se gradúa.
Un artículo del “Wall Streeet Journal” considera que la pésima situación económica egipcia se debe a que estuvo estructurada para fortalecer el control político del gobierno sin guiarse por pautas de productividad. El diario compara la situación de Egipto con la de América Latina en la década del 80, pero señala que hay una diferencia esencial : los países deudores de América Latina exportaban alimentos mientras Egipto es una república bananera sin bananas.
Pero es necesario agregar a la explicación un aspecto que por “corrección política” la mayoría de los analistas se resiste a citar: el clima cultural islámico desalienta el pensamiento libre, crítico y no convencional, que es la materia prima del progreso científico y tecnológico sobre el cual se basa cada vez más la economía en nuestro siglo. Por todo esto, las chances tanto del gobierno de transición como del gobierno electo que lo suceda, de satisfacer las expectativas de un pueblo cansado y desengañado no son nada auspiciosas.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.