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| lunes noviembre 18, 2024

¿Puede reformarse el islam?

La historia y la naturaleza humana dicen que sí


coran

El islam representa actualmente una fuerza retrógrada, agresiva y violenta. ¿Tiene que seguir de esta forma por fuerza, o puede ser reformado y volverse moderada, moderna y abierta? ¿Pueden formular una interpretación de su confesión las autoridades religiosas que conceda igualdad de derechos a la mujer y los no musulmanes en la misma medida que libertad religiosa a los musulmanes, que acepte los principios elementales de la práctica financiera y la jurisprudencia modernas, y que no pretenda imponer la ley sharía ni establecer un califato?

Un creciente número de analistas están convencidos de que no, la confesión musulmana no puede hacer estas cosas, que estos rasgos son inherentes al islam y forman parte inmutable de su composición. Preguntada si conviene con mi formulación de que «el islam radical es el problema, pero el islam moderado es la solución», la escritora Ayaan Hirsi Ali respondía: «Se equivoca. Lo lamento». Ella y yo compartimos trinchera, combatiendo por los mismos objetivos y contra los mismos rivales, pero discrepamos en torno a este punto vital.

Mi argumento tiene dos partes. En primer lugar, la postura esencialista de muchos analistas se equivoca; y en segundo, puede surgir un islam reformado.

Argumento contra el esencialismo

Afirmar que el islam nunca podrá cambiar es afirmar que el Corán y el Hadit, que constituyen el núcleo de la religión, tienen que interpretarse siempre de la misma forma. Pero elaborar esta postura es evidenciar su error, dado que nada humano dura para siempre. Todo, lectura de los textos sagrados incluida, cambia con el tiempo. Todo sigue una trayectoria. Y todo tiene un futuro que será distinto a su pasado.

Sólo no teniendo en cuenta la naturaleza humana e ignorando más de un milenio de cambios reales en la interpretación del Corán se puede decir que el Corán ha sido interpretado de forma idéntica con el tiempo. Se han acometido cambios en cuestiones tales como la yihad, el esclavismo, la usura, el principio de «no hay obligación en la religión» y el papel de la mujer. Además, los muchos intérpretes relevantes del islam durante los últimos 1.400 años— ash-Shafi’i, al-Gazali, Ibn Taymiya, Rumi, Shaj Waliula o Ruhola Jomeini vienen a la cabeza — mantuvieron importantes diferencias entre sí a tenor del contenido del mensaje del islam.

Por capitales que puedan ser el Corán y el Hadit, no constituyen la totalidad de la experiencia musulmana; la experiencia acumulada por las poblaciones musulmanas de Marruecos a Indonesia y más allá no tiene menos relevancia. Ponderar las escrituras del islam es comparable a interpretar Estados Unidos únicamente a través del prisma de la Constitución; pasar por alto la historia del país iría a una interpretación distorsionada.

Dicho de otra forma, la civilización musulmana medieval destacó sobre las demás y los musulmanes de hoy aparecen a la cola de casi todos los baremos de progreso. Pero si las cosas pueden ir a peor, también pueden mejorar. De igual forma, durante mi propia carrera, fui testigo del ascenso del islamismo, desde comienzos modestos cuando llegué al terreno en 1969 hasta las enormes cotas de influencia que alcanza hoy; si el islamismo puede progresar así, también puede deteriorarse.

¿Cómo sucedería eso?

La síntesis medieval

Clave del papel del islam en la vida pública es la ley islámica y las muchas obligaciones imposibles que impone a los musulmanes. Administrar un Estado con los tributos mínimos que autoriza la sharía ha demostrado ser imposible; ¿y cómo puede dirigirse un sistema financiero sin cobrar intereses? Un régimen penal que obliga a que haya cuatro testigos varones de un delito de adulterio en la figura jurídica del flagrante delicto no es práctico. La prohibición de la sharía del conflicto armado contra correligionarios musulmanes es totalmente imposible de cumplir; en la práctica, las tres cuartas partes de todos los conflictos bélicos protagonizados por musulmanes se han abierto contra otros musulmanes. De igual forma, la insistencia en la guerra santa perpetua contra los no musulmanes exige demasiado.

Para superar éstas y otras exigencias reales, los musulmanes premodernos desarrollaron ciertos artificios jurídicos que permitían la relajación de los capítulos islámicos sin vulnerarlos directamente. Los juristas proponían hiyal (trucos) y otros artificios en virtud de los cuales la intencionalidad de la ley quedaba satisfecha al tiempo que se negaba su contenido. Por ejemplo, se desarrollaron varios mecanismos para vivir en armonía con estados no musulmanes. También existe la doble venta (bai al-inah) de un bien de consumo, que permite al comprador abonar una forma encubierta de interés. Las guerras contra correligionarios musulmanes se rebautizaron yihad.

Este compromiso entre la ley islámica y la realidad equivale a lo que bauticé como «la síntesis medieval del islam» en mi libro En el camino de Dios (1983). Esta síntesis transformó el islam de entidad formada por exigencias abstractas e imposibles en sistema factible. En términos prácticos, restó protagonismo a la sharía e hizo operativo el régimen jurídico. La sharía podía aplicarse ahora en la dosis suficiente sin que los musulmanes quedaran sujetos a sus exigencias más estrictas. Kecia Alí, de la Universidad de Boston, destaca el contraste dramático entre la ley formal y la ley aplicada en la obra Matrimonio y esclavitud en el islam temprano, citando a otros especialistas:

Una forma importante en la que han avanzado los estudios jurídicos ha sido «comparar la doctrina con el ejercicio real de los tribunales». Como destaca un académico que discute el texto jurídico y las escrituras: «Los patrones sociales guardaron un enorme contraste con el panorama ‘oficial’ presentado por estas fuentes ‘formales'». Los estudios superponen a menudo los fallos flexibles y relativamente justos de los tribunales con la tradición textual sin diferenciar y a veces duramente patriarcal de la jurisprudencia. Se nos muestran pruebas de «la flexibilidad en el seno de la ley islámica, retratada con frecuencia como estancada y draconiana».

Mientras que la síntesis medieval funcionó a lo largo de siglos, nunca superó una debilidad fundamental: Ni se origina ni se desprende de forma integral de los textos fundacionales y constitucionales del islam. Basada en los compromisos y las intervenciones a medias, siempre estuvo expuesta al desafío de los puristas. De hecho, la historia musulmana premoderna dio muchos desafíos de esa índole, incluyendo el movimiento Almohade del norte de África en el siglo XII y el movimiento wahabí de la Arabia del siglo XVIII. En cada uno de los casos, los esfuerzos de los puristas cedieron con el tiempo y la síntesis medieval volvió a establecerse, sólo para ser desafiada de nuevo por los puristas. Este alterne entre purismo y pragmatismo caracteriza la historia musulmana, contribuyendo a su inestabilidad.

El desafío de la modernidad

La solución oficiosa ofrecida por la síntesis medieval se vino abajo con la llegada de la modernidad impuesta por los europeos, fechada convencionalmente en el ataque de Napoleón a Egipto en 1798. Este desafío arrojó a los musulmanes en direcciones contrarias a lo largo de los dos siglos siguientes, occidentalización o islamización.

Los musulmanes, impresionados por los avances occidentales, pretendían minimizar la ley islámica y reemplazarla por las costumbres occidentales de terrenos tales como el desplazamiento de la religión y la igualdad de derechos de la mujer y los no musulmanes. El fundador de la Turquía moderna, Kemal Atatürk (1881-1938), simboliza esta empresa. Hasta 1970 más o menos, parecía ser el destino musulmán inevitable, pareciendo retrógrada e inútil la oposición a la occidentalización.

Pero esa oposición demostró ser profunda y acabó saliendo triunfante. Atatürk tuvo contados sucesores y su República de Turquía retrocede hacia la sharía. La occidentalización, al final, parecía más fuerte de lo que era porque tendía a atraer a la élite visible y vocal mientras las masas en general se mantenían en segundo plano. A partir de 1930 más o menos, los elementos reacios empezaron a organizarse y a desarrollar su propio programa positivo, sobre todo en Argelia, Egipto, Irán y la India. Rechazando la occidentalización y todos sus mecanismos, defendían la implantación integral y robusta de la ley islámica según imaginaban que había sido durante los primeros tiempos del islam.

Aun rechazando a Occidente, estos movimientos – que reciben el nombre de islamistas – se modelaron a imagen de las incipientes ideologías totalitarias de su tiempo, el Fascismo y el Comunismo. Los islamistas cogieron prestados múltiples supuestos de estas ideologías, como la superioridad del estado sobre el individuo, lo aceptable del uso de la fuerza o la necesidad de una confrontación cósmica con la civilización occidental. También cogieron prestada discretamente la tecnología de Occidente, la médica y militar en especial.

Mediante el trabajo duro y creativo, las fuerzas islamistas fueron ganando tirón en silencio durante el medio siglo siguiente, llegando al poder de golpe por fin y alcanzando la prominencia con la revolución iraní de 1978–79 encabezada por el ayatolá anti-Atatürk Jomeini (1902-89). Este dramático acontecimiento, y su objetivo logrado de crear un orden islámico, inspiró ampliamente a los islamistas, que durante los 35 años posteriores han hecho grandes progresos, transformando sociedades e implantando la sharía de formas radicales y noveles. Por ejemplo, el régimen chiíta de Irán ahorca a los homosexuales desde grúas y obliga a los iraníes que visten de forma occidental a beber de las letrinas, y en Afganistán, el régimen talibán ha incendiado escuelas femeninas y tiendas de música. La influencia de los islamistas ha llegado al propio Occidente, donde se ve un número creciente de mujeres que llevan hijabs, niqabs y burqas.

Aunque fue alumbrado como modelo totalitario, el islamismo ha demostrado tener una adaptabilidad práctica mucho mayor que el Fascismo o el Comunismo. Las dos últimas ideologías rara vez lograron ir más allá de la coacción o la violencia. Pero el islamismo, encabezado por personajes como el Premier turco Recep Tayyip Erdoğán (1954-) y su Partido Justicia y Desarrollo (AKP), ha explorado formas de islamismo no revolucionarias. Desde que llegó al poder de forma legítima en 2002, el AKP ha minado gradualmente el secularismo turco con notable impunidad a base de trabajar dentro de las estructuras democráticas asentadas del país, practicando la buena gestión pública y no provocando la ira del ejército, guardián veterano del secularismo turco.

Los islamistas están hoy a la ofensiva, pero su ascenso es reciente y no ofrece garantías de longevidad. De hecho, como las demás ideologías utópicas radicales, el islamismo perderá su atractivo y degenerará en el poder. Las revueltas de 2009 y 2013 contra los regímenes islamistas de Irán y Egipto, respectivamente, apuntan desde luego en ese sentido.

Hacia una síntesis moderna

Si hay que derrotar al islamismo, los musulmanes anti-islamistas tienen que desarrollar una visión alternativa del islam y una explicación alternativa de lo que significa ser musulmán. Al hacerlo, pueden apoyarse en el pasado, sobre todo en los esfuerzos de reforma del ciclo entre 1850 y 1950, para desarrollar una «síntesis moderna» comparable al modelo medieval. Esta síntesis elegiría entre los preceptos de la ley islámica y haría compatible el islam con los valores modernos. Aceptaría la igualdad entre sexos, coexistiría pacíficamente con los infieles, y rechazaría las aspiraciones de un califato universal, entre otros pasos.

De esto, el islam se beneficia al compararse con las otras dos religiones monoteístas principales. Hace medio milenio, judíos, cristianos y musulmanes convenían de forma general en que el trabajo obligatorio era aceptable y pagar intereses por los préstamos no. Con el tiempo, tras debates amargos y enconados, cristianos y judíos cambiaron de opinión en torno a estas dos cuestiones; hoy, ninguna voz cristiana ni judía aprueba la esclavitud o condena el pago de un interés razonable a los préstamos.

Entre los musulmanes, sin embargo, estos debates acaban de empezar. Aun estando prohibida formalmente en Qatar en 1952, en Arabia Saudí en 1962 y en Mauritania en 1980, la esclavitud sigue existiendo en estos países de mayoría musulmana, entre otros (Sudán y Pakistán en especial). Ciertas autoridades islámicas llegan a sostener que el musulmán religioso tiene que apoyar la esclavitud. Enormes instituciones financieras valoradas incluso en billones de dólares se desarrollaron durante los 40 últimos años para permitir que los musulmanes conservadores simularan estar pagando o cobrando intereses por el dinero, («simularan» porque las entidades bancarias islámicas simplemente disfrazan los intereses con artificios como los gastos de gestión).

Los musulmanes reformistas tienen que hacer un trabajo mejor que sus predecesores medievales y apoyar su interpretación en las escrituras y la sensibilidad de la época en la misma medida. Al modernizar su religión, los musulmanes tienen que copiar a sus colegas monoteístas y adaptar su confesión con respecto a la esclavitud y los intereses, el trato a la mujer, el derecho a abandonar el islam, los derechos ante la ley y muchas cosas más. Cuando surja un islam moderno y reformista, dejará de apoyar la desigualdad de la mujer, el estatus de los dhimmi o el terrorismo suicida, ni exigirá la pena capital por adulterio, por la violación del honor familiar, la blasfemia o la apostasía.

En este siglo apenas iniciado ya pueden discernirse algunas señales positivas en esta dirección. Observe ciertos avances relativos a la mujer:

  • El Consejo de la Shura de Arabia Saudí ha respondido a la creciente indignación pública por el matrimonio con menores fijando la mayoría de edad en los 18 años. Si bien esto no acaba con el matrimonio con menores, avanza hacia la abolición de la práctica.
  • Clérigos turcos han accedido a dejar que las mujeres asistan a los servicios en las mezquitas cuando tienen la regla y rezar junto a los varones.
  • El gobierno iraní prácticamente ha prohibido la lapidación de los culpables de adulterio.
  • Las mujeres de Irán han logrado derechos genéricos a la hora de pedir el divorcio a sus maridos.
  • Una conferencia de académicos musulmanes celebrada en Egipto consideraba la clitoridectomía contraria al islam y, en la práctica, una práctica punible.
  • Una importante institución musulmana hindú, el Darul Ulum Deoband, decretaba una fatua contra la poligamia.

Otros notables avances, no relacionados concretamente con la mujer, son:

  • El gobierno saudí ha abolido la jizya (la práctica de obligar a pagar un impuesto a los no musulmanes para tener reconocidos ciertos derechos).
  • Un tribunal iraní dictaminaba que la familia de un cristiano asesinado reciba la misma compensación que perciben las víctimas musulmanas.
  • Los académicos reunidos en la Academia Islámica Internacional Fiqh de Sharjah han comenzado a debatir y poner en cuestión el llamamiento a ejecutar a los apóstatas.

Todo el tiempo son los reformistas individuales los que exponen ideas en cadena, si no para su adopción entonces para estimular el pensamiento. Por ejemplo, Nadín al-Badir, una periodista saudí, sugería de forma provocativa que las musulmanas tengan el mismo derecho que los varones a contraer matrimonio con cuatro maridos. Provocó inmediatamente una polémica, que incluye amenazas de demanda y denuncias airadas, pero desató un debate necesario, inimaginable en otros momentos.

Al igual que su precursora medieval, la síntesis moderna seguirá expuesta al ataque de los puristas, que pueden señalar el ejemplo de Mahoma e insistir en que no haya ninguna desviación de él. Pero habiendo sido testigos de primera mano de lo que ha acarreado el islamismo, violento o no, hay motivos de esperanza en que los musulmanes rechacen el sueño de restablecer el orden medieval y se abran al compromiso con las costumbres modernas. El islam no tiene que ser por fuerza una mentalidad medieval fosilizada; es lo que los musulmanes de hoy hagan de él.

Implicaciones políticas

¿Qué pueden hacer para impulsar sus objetivos aquéllos, musulmanes y no musulmanes por igual, contrarios a la sharía, al califato y a los horrores de la yihad?

Para los musulmanes anti-islamistas, el gran problema reside en desarrollar no sólo una visión alternativa a la islamista sino un movimiento alternativo al islamismo. Los islamistas alcanzaron su posición privilegiada de poder e influencia a través de la dedicación y el trabajo duro, la generosidad y el desinterés. Los anti-islamistas también tendrán que trabajar, durante décadas probablemente, para desarrollar una ideología igual de coherente y atractiva que la de los islamistas, y a continuación difundirla. Los académicos que interpretan las escrituras sagradas y los líderes que movilizan a los fieles juegan papeles cruciales en este proceso.

Los no musulmanes pueden ayudar a impulsar un islam moderno de dos formas: en primer lugar, oponiéndose a toda forma de islamismo — no sólo al brutal fundamentalismo de un tal Osama bin Laden, sino también a los movimientos políticos regularizados y encubiertos como el AKP turco. Erdoğán es menos agresivo que Bin Laden, pero es más eficaz y no menos peligroso. Quien valore la libertad de expresión, la igualdad ante la ley y los demás derechos humanos negados o invadidos por la sharía tiene que oponerse de forma consistente a cualquier atisbo de islamismo.

En segundo lugar, los no musulmanes deberían de apoyar a los anti-islamistas moderados y occidentalizadores. Tales figuras son débiles y están divididas, y hoy se enfrentan a una tarea desalentadora, pero las hay, y suponen la única esperanza de derrotar a la amenaza de la yihad global y la supremacía islámica, reemplazándolas luego con un islam que no amenace a la civilización.

Original en Inglés: Can Islam Be Reformed?

 
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