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| lunes diciembre 23, 2024

i-sesinos


hashashim

En la Edad Media se desarrolló dentro del Islam una secta chiita a la que sus detractores llamaron hashashim, bebedores de la droga hashísh que les animaba a cometer los actos criminales más abyectos. De ahí (assasin) en muchos idiomas, incluido el nuestro, se deriva la palabra asesino.

Desgraciadamente, el relato de superación que suele ser la historia del mundo en este caso nos lleva a un nivel más elevado, pero de bajeza humana.

Cuentan los policías españoles que persiguen a los yihadistas que reclutan “mártires” para su guerra santa en Siria y otros destinos del “turismo fundamentalista”, que los nuevos cachorros del terror no nacen en el seno de las milicias u otras organizaciones clandestinas, sino en los cibercafés del mundo occidental. Allí, mientras usted y yo consultamos la Wikipedia, descubrimos amistades en el Facebook o simplemente respondemos al correo electrónico, los nuevos asesinos aprenden su misión en este mundo viendo vídeos que les incitan a odiar aún más y a canalizar esos sentimientos hacia la violencia más cruel e indiscriminada. Cuentan esos policías que, en las redadas en aquellos locales de “ocio islamista”, los detenidos aún tienen húmedos los ojos de la emoción de ver despedazarse a sus “hermanos” en pos de los objetivos más santos y recompensados que les prometen en su particular paraíso.

Son los i-sesinos, los hashashim de la era de Internet, que igual que muestran su experiencia para navegar en la Red sin dejar huellas, ignoran y desprecian los fundamentos básicos de la ciencia moderna en que se basa su propio conocimiento. El objetivo ni siquiera es fabricar armas mejores para sus planes, sino simplemente llevarse por delante a cuanta más gente mejor. No importa su implicación o grado de culpabilidad: su sentencia está firmada por una instancia superior e inapelable. Que esté o no escrito en el Corán es lo de menos: la única voz que oyen es la del off de los vídeos de los “gloriosos” atentados en Irak, Afganistán, Pakistán, Israel, Siria, Yemen, Londres, Buenos Aires, Madrid… (¿Sigo?).

¿Cómo se acabó con los hashashim? Pues la verdad es que siguieron actuando hasta que otros asesinos más potentes y lúcidos se cruzaron en su camino. ¿Y nuestros i-sesinos contemporáneos? La sensación es que están en pleno auge, hasta el punto que las voces que los señalan en sus propias sociedades brillan por su ausencia, por su debilidad (muchos de estos mismos i-sesinos empiezan hostigando a los imames menos radicales) y por la falta de fatuas (pronunciamientos legales islámicos) contundentes que condenen sin medias tintas a su infierno a los responsables de la muerte de inocentes.

¿Hay algo que podemos hacer? Lo que es seguro es que cruzándonos de brazos y diciendo “¡qué barbaridad!” no van a desaparecer, no sin llevarse consigo a algunos de nosotros. Estamos inmersos en una guerra entre la cultura de la vida y la de la muerte, y nos urge reconocerlo y no dejarnos confundir por supuestas reivindicaciones y justificaciones que publican en los “vídeos de despedida”, ese nuevo género cinematográfico del sinsentido. Se ha dicho y hay que repetirlo hasta que entendamos la sencillez del mensaje: el único objetivo del terror es el terror.

Shabat shalom

 

 
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