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Judíos en los países musulmanes


David Harris*, Carta de un judío olvidado

29 de abril de 2013

judios-arabes

Mis raíces se remontan a 2.600 años; mis antepasados ​​han contribuido de manera significativa a la historia y a las civilizaciones del mundo, y mi presencia se hizo sentir desde el norte de África hasta la Media Luna Fértil.

Pero apenas si existo en la actualidad.

Vea usted, soy un judío del mundo árabe. No, esto no es del todo exacto. Caí en una trampa semántica. Soy anterior a la conquista árabe en cada país en el que he vivido. Cuando los invasores árabes conquistaron el norte de África, por ejemplo, yo ya estaba instalado allí desde hacía seis siglos.

Hoy en día usted no encontrará ningún rastro de mí en este vasto territorio.

Búsqueme en Irak, una nación que dará la bienvenida, probablemente muy pronto, a un gran número de visitantes extranjeros.

¿Se acuerda del exilio de la antigua Judea hacia Babilonia, después de la destrucción del Primer Templo en el año 586 antes de la era común? ¿Se acuerda de la dinámica comunidad que había surgido allí y producido el Talmud de Babilonia?

¿Sabe usted que en el siglo IX, bajo el dominio musulmán, nosotros los judíos de Irak estábamos obligados a llevar un signo distintivo amarillo en la ropa – precursor de la  infame estrella amarilla de los nazis – y sufrimos otras medidas discriminatorias? ¿O que en los siglos XI y XIV, hubimos de enfrentar fuertes impuestos, la destrucción de sinagogas y severa represión?

Y me pregunto si alguna vez ha oído hablar de Farhud, el colapso de la ley y del orden, en Bagdad en junio de 1941. Esta es la historia de George Gruen, experto del Comité Judío Americano:

En un brote de violencia incontrolada, entre 170 y 180 judíos fueron asesinados, más de 900 heridos y 14.500 han sufrido pérdidas materiales debido a los saqueos o destrucción de sus tiendas o casas. Aunque el gobierno finalmente ha restablecido el orden […] Los judíos fueron expulsados ​​de puestos gubernamentales, limitados en su acceso a la educación y víctimas de prisión, pesadas multas o embargo de sus bienes, sobre la base de la mera acusación de estar relacionados, aunque lejanamente, a uno u otro movimiento prohibido, o a ambos. En efecto, el comunismo y el sionismo se ubicaban, generalmente, en pie de igualdad. En Irak, cualquier carta recibida de un judío de Palestina [antes de 1948] justificaba el arresto y la pérdida de sus propiedades.

En 1948, logramos la cifra récord de 135.000 judíos y éramos un elemento esencial de la sociedad iraquí en todos sus aspectos. Para ilustrar nuestro papel, citamos la Enciclopedia Judaica sobre el judaísmo iraquí:

En el siglo XX, los intelectuales, escritores y poetas judíos han hecho una contribución importante a la lengua y la literatura árabe a través de numerosos libros y ensayos.

En 1950, igual que a otros judíos iraquíes, me quitaron mi ciudadanía, se apoderaron de mis bienes y, aún más preocupante, fui testigo de ejecuciones públicas. Un año antes, el Primer Ministro iraquí, Nuri Said, le había informado al embajador británico en Ammán de un plan para expulsar a toda la comunidad judía hacia Jordania. El embajador relató posteriormente el episodio en sus memorias, intituladas Desde las Alas: Memorias de Amman, 1947-1951.

Milagrosamente, alrededor de 100.000 de nosotros pudimos salir en 1951, gracias a la extraordinaria ayuda de Israel, pero sin llevarnos mucho más que la ropa que teníamos en la espalda. Los israelíes denominaron ese rescate «Operación Esdras y Nehemías».

Aquellos de nosotros que se quedaron han vivido en constante temor: temor a la violencia y nuevos colgamientos, como los del 27 de enero de 1969, durante los cuales nueve judíos fueron ahorcados en el centro de Bagdad, con base en falsas acusaciones de todo tipo, mientras que cientos de miles de delirantes iraquíes aplaudían las ejecuciones. El resto de nosotros nos fuimos, de un modo u otro, incluso amigos míos que habían encontrado refugio en Irán, en la época del Shah.

Hoy en día no hay más judíos de quienes hablar, ni monumentos, museos y otros recordatorios de nuestra presencia en suelo iraquí durante veintiséis siglos.

Los libros de texto utilizados en las escuelas iraquíes, hoy en día, ¿hacen referencia a nuestra presencia pasada, a nuestra contribución positiva al desarrollo de la sociedad y la cultura iraquí? Nunca jamás. Dos mil seiscientos años borrados, erradicados, como si nunca hubieran existido. ¿Puede usted ponerse en mi lugar y sentir el terrible dolor de la pérdida y la invisibilidad?

Soy un judío olvidado.

Me establecí primero en lo que hoy es Libia, cuando gobernaba el egipcio Ptolomeo Lagos (323-282 a.C.), según el historiador judío del primer siglo Flavio Josefo. Mis antepasados ​​han vivido continuamente en ese suelo durante más de dos milenios; nuestra cantidad se vio reforzada por los bereberes convertidos al judaísmo, por los judíos españoles y portugueses que huían de la Inquisición, y por judíos italianos que cruzaban el Mediterráneo.

Tuve que enfrentar la legislación anti-judía de las fuerzas de ocupación fascistas italianas. Tuve que sufrir el encarcelamiento de 2.600 judíos en el campo del Eje en 1942. El mismo año sobreviví a la deportación de 200 correligionarios a Italia. Superé trabajos forzados durante la guerra en Libia. Fui testigo de las revueltas musulmanas de 1945 y 1948 en las que murieron casi 150 personas, cientos de heridos y miles de personas sin hogar, entre los judíos libios.

Observé con incertidumbre el acceso a la independencia de Libia en 1951. Me pregunté qué iría a pasar con los 6.000 de nosotros que todavía estaban allí, de ésos que eran el remanente de los 39.000 judíos con que contaba esa orgullosa comunidad, hasta que los disturbios hicieron que la gente partiera  hacia el Estado de Israel recién creado.

Afortunadamente, existían garantías constitucionales para las minorías en la nueva Libia. Desgraciadamente, fueron completamente ignoradas.

Mi país de nacimiento contaba con apenas diez años de independencia cuando me fue prohibido votar, ocupar cargos políticos, servir en el ejército, obtener un pasaporte, comprar una nueva propiedad, adquirir una participación mayoritaria en una empresa, o participar en la supervisión de las actividades de nuestra comunidad.

En junio de 1967, la suerte estaba echada. Aquellos de nosotros que se habían quedado con la esperanza de que las cosas iban a mejorar en ese país con el cual estaban profundamente encariñados (unidos) y que, en determinados períodos, había sido bueno para nosotros, no tuvieron más remedio que huir. La Guerra de los Seis Días había creado una atmósfera explosiva en las calles. Dieciocho judíos fueron asesinados y las casas y las tiendas judías fueron incendiadas.

Con otros 4.000 judíos, salí como pude, con poco más que una maleta y el equivalente de algunos dólares.

Nunca tuve el derecho al retorno. Nunca recuperé los bienes que había dejado atrás en Libia, a pesar de las promesas del gobierno. De hecho, todo fue robado: casas, muebles, tiendas, instituciones de la comunidad, todo. Aún peor, nunca pude ir a recogerme sobre las tumbas de mis padres. Eso duele profundamente. De hecho, me han dicho que después de la toma del poder por el coronel Gaddafi en 1969,  los cementerios judíos han sido arrasados y las lápidas utilizadas para la construcción de caminos.

Soy un judío olvidado.

Mi experiencia – buena y mala – queda en mi memoria y haré mi mejor esfuerzo para transmitirla a mis hijos y nietos, pero ¿cuántos podrán entenderlo? ¿Cuántos podrán identificarse con una cultura que parece ser una reliquia de un pasado remoto, cada vez más lejano e inasible? Es cierto que se han escrito dos o tres libros y artículos acerca de mi historia, pero – no exagero – están lejos de ser los más vendidos.

De todos modos, ¿esos libros pueden hacer frente acaso a los intentos sistemáticos de las autoridades libias para borrar todo rastro de mi presencia durante más de dos milenios? ¿Esos libros pueden hacer frente a un mundo al que prácticamente no le interesa el fin de mi existencia?

Consulte el New York Times de 1967, y podrá ver por sí mismo cómo el famoso diario cubrió el trágico fin de una antigua comunidad. Le voy a ahorrar el trabajo de lectura; sólo hay algunas miserables líneas.

Soy un judío olvidado.

Soy uno de los cientos de miles de judíos que otrora vivían en países como Irak y Libia. En total, en 1948 éramos cerca de 900.000. Hoy somos menos de 5.000, la mayoría concentrados en dos países moderados – Marruecos y Túnez.

En otro tiempo fuimos una comunidad floreciente en Aden, Argelia, Egipto, Líbano, Siria y otros países, nuestras raíces, literalmente, datan de hace más de 2.000 años. Ahora no somos casi nada.

¿Por qué nadie habla de nosotros y de nuestra historia? ¿Por qué el mundo habla constantemente, obsesivamente, de los refugiados palestinos de las guerras de 1948 y 1967 en Medio Oriente – quienes, es importante recordarlo, fueron desplazados durante guerras provocadas por sus hermanos árabes – mientras ignoran totalmente a los refugiados judíos de esas mismas guerras, las de 1948 y 1967?

¿Por qué el mundo se queda con esa impresión de que el conflicto árabe-israelí o, más precisamente el conflicto árabe con Israel, provocó una única población de refugiados cuando de hecho, hay dos poblaciones de refugiados y que, más aún, la cantidad de refugiados judíos  es mayor a la de los palestinos?

Pasé muchas noches sin dormir tratando de entender esta injusticia.

¿Seré yo tal vez el culpable de esta situación? (culpable de que no se tome en cuenta a los refugiados judíos)

Tal vez hayamos aceptado nuestro destino demasiado pasivamente, nosotros, los judíos de los países árabes. Tal vez hayamos dejado pasar la oportunidad de contar nuestra historia. Observe a los judíos de Europa. Recurrieron a artículos, libros, poemas, teatro, pinturas y películas para contar su historia. Relataron los períodos felices y los períodos trágicos, y lo hicieron de una manera que capturó la imaginación de muchos no-judíos. Tal vez haya sido yo demasiado fatalista, tal vez me haya sentido demasiado traumatizado, demasiado poco confiado en mis talentos artísticos o literarios.

Pero esa no puede ser la única razón de mi estatus de ignorado judío olvidado. No es que yo no haya intentado hacer algo de ruido. Organicé reuniones y peticiones, monté exposiciones, hice un llamamiento a las Naciones Unidas y me reuní con funcionarios de todos los gobiernos occidentales. Sin embargo, al final de la cuenta, todo esto no ha resultado en una gran diferencia. No, todo esto ha sido demasiado blando. En realidad, fue como hablar con una pared.

Cuando planteo el tema de los judíos originarios de los países árabes a diplomáticos, políticos y periodistas, a menudo tengo la impresión que sus miradas se hacen ausentes.

No, no tengo que echarme la culpa a mí mismo, aunque siempre existe la posibilidad de hacer algo más por el buen nombre de, o para mejorar la historia y la justicia.

Hay una explicación mucho más importante.

Nosotros, los judíos de los países árabes, después de nuestras salidas apresuradas – frente a la violencia, la intimidación y la discriminación – hemos recogido los pedazos de nuestras vidas destrozadas y ¡hemos ido hacia delante!

La mayoría de nosotros partimos hacia Israel, donde se nos recibió. Los primeros años allí no siempre fueron fáciles: hemos empezado por lo más bajo del escalafón para luego ir subiendo cada escalón. Hemos llegado con niveles de educación diferentes y pocas posesiones materiales. Pero teníamos algo más para sostenernos durante el difícil proceso de adaptación y aculturación: nuestro inmenso orgullo por ser judíos, nuestra fe profundamente arraigada, nuestro respeto por nuestros rabinos y nuestras tradiciones y nuestro compromiso para con la supervivencia y el bienestar de Israel.

Algunos de nosotros – entre una cuarta y una quinta parte del total – optamos por ir a otras partes.

Los judíos de los países árabes francófonos se fueron a Francia y Quebec. Los judíos de Libia crearon comunidades en Roma y Milán, y los judíos libaneses se esparcieron por Europa y América del Norte y algunos también por Brasil. Los judíos sirios emigraron a Estados Unidos, especialmente a Nueva York, así como a la Ciudad de México y a la Ciudad de Panamá. Y eso ha perdurado.

Dondequiera que nos hayamos instalado, nos hemos arremangado y hemos recomenzado nuestras vidas. Hemos aprendido el idioma local cuando no la conociamos, hemos encontrado trabajo, enviado a nuestros hijos a la escuela y, tan pronto como ha sido posible, hemos creado nuestras comunidades propias para conservar los ritos y rituales específicos de nuestra tradición.

No deberíamos presumir, pero creo que hemos tenido un éxito notable en salir adelante ahí donde nos hemos establecido. Ciertamente no voy a subestimar las dificultades, ni ignorar a aquellos que, debido a la edad, la enfermedad o la pobreza, no lo han logrado, pero en general, hemos dado pasos de gigante en escaso tiempo, en Israel y en otros lugares.

Pero, ¿qué ha sucedido con los palestinos, los otros refugiados del conflicto árabe con Israel? Es triste, pero han tenido un destino totalmente diferente, y es ahí donde radica, creo yo, la razón principal de por qué los tratamientos hacia las dos sagas de refugiados son tan diferentes.

Mientras que, en un abrir y cerrar de ojos, hemos desaparecido completamente del campo de visión del mundo – si alguna vez hemos estado en él -, volvimos a empezar de nuevo, lo que no ha sido el caso para los palestinos. Al
contrario, por muchas razones – algunas de las cuales les son propias, mientras que otras son responsabilidad de cínicos líderes árabes, y otras de terceros, en general bien intencionados pero miopes -, los palestinos no han tenido la misma oportunidad para reiniciar sus vidas. En lugar de eso, han sido manipulados y usados como instrumentos.

Se los ha ubicado en campos de refugiados y alentado a permanecer ahí de generación en generación. Recibieron el apoyo de la UNRWA, la agencia de la ONU, creada hace más de medio siglo, no para reinstalarlos, sino más bien para mantenerlos en esos campos, ofreciéndoles diversos servicios educativos y sociales.

Curiosamente, la mayor parte de los fondos de la UNRWA no proviene de los países árabes – la mayoría de éstos no dan ni un centavo para ello – sino de los países occidentales. De hecho, todos los países árabes juntos sólo contribuyen en un mínimo porcentaje al presupuesto total anual de la UNRWA. Lo mismo ocurre con las lágrimas de cocodrilo de compasión y empatía que vemos derramarse a menudo por el mundo árabe.

Las Naciones Unidas también administran el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), que es responsable de 22 ó 23 millones de refugiados que hoy viven fuera de las fronteras de su país de nacimiento y no pueden regresar a él. El  HCR intenta reasentar a esos refugiados en países de acogida, o ayudarlos a adaptarse a su nueva vida. Excepcionalmente, la población de refugiados palestinos está fuera de la órbita de la ACNUR. ¿Por qué?

Es obvio. Cualquiera que sea la explicación oficial, el mantenimiento de los campos de refugiados alimenta la continua guerra contra Israel. Después de todo, si los refugiados hubieran tenido la oportunidad de empezar una nueva vida productiva, como nosotros, entonces su resentimiento contra Israel podría – ¡Dios no lo quiera! – comenzar a disiparse, y su propensión a producir «mártires» para las operaciones terroristas contra Israel podría comenzar a disminuir.

He buscado por todas partes otra explicación que tenga sentido, pero no la he encontrado. La triste verdad es que los líderes de los países árabes nunca han querido resolver el problema de los refugiados palestinos. Han preferido alimentarlo, mantenerlo en primera línea y así mantener siempre vivas, a los ojos del mundo, sus acusaciones a Israel.

Y muchas personas en el mundo han mordido el anzuelo y se preocupan, como si estuvieran hipnotizadas, por el sufrimiento de los refugiados palestinos, sin nunca formular las preguntas difíciles, y sin nunca pensar en nosotros, los judíos de los países árabes. Ojos que no ven, corazón que no siente, supongo.

Si esos diplomáticos, políticos, periodistas y militantes de derechos humanos hubieran formulado las preguntas difíciles, se les habría puesto de manifiesto que el problema de los refugiados palestinos nació cuando el mundo árabe rechazó el plan de partición de la ONU en 1947 y declaró la guerra al recién nacido Estado de Israel en 1948; habrían descubierto que, de todos los países árabes que han expresado su preocupación por los palestinos, sólo Jordania les ha ofrecido la ciudadanía y un nuevo comienzo, y que los países árabes han utilizado cínicamente a los palestinos para sus propios intereses, dejándolos que se arreglen solos en cuanto al resto.

Además, si esos actores internacionales no hubieran perdido todo sentido crítico desde hace tiempo, también se preguntarían por qué todavía hay campos de refugiados en ciudades como Jenin.

Los acuerdos de Oslo de 1993 han dictaminado la retirada israelí de las principales ciudades de la Margen Occidental, las cuales están ahora bajo la autoridad directa palestina. ¿No es sorprendente que, incluso bajo control palestino total, los campos de refugiados no se hayan desmantelado? ¿Alguien se ha tomado la molestia de preguntar, en voz alta y claramente, por qué?

Otra cosa también me indigna.

A veces tengo la impresión que el mundo considera que el problema de los refugiados palestinos es el único de su tipo.

Cosa trágica: ha habido cientos de millones de refugiados en la historia, probablemente más. Tarde o temprano, casi todos han encontrado un nuevo hogar y comenzado una nueva vida. Y también hubo intercambios masivos de poblaciones después de guerras y ajustes territoriales. Millones de personas han tenido que desplazarse en dos direcciones cuando Gran Bretaña separó a India de Pakistán en 1947; Grecia y Turquía han experimentado intercambios de envergadura a principios del siglo XX.

No se trata de minimizar la tragedia de la desposesión o de la separación. Lo sé. Yo estaba allí. Instintivamente, estoy de todo corazón del lado de no importa cual refugiado. Pero ¿por qué los palestinos son tratados como si fueran los únicos refugiados dignos de simpatía ilimitada, y por qué tantas instituciones y personas, por lo demás bien intencionadas, se conforman con ello?

Y ya que me desahogo, permítanme mencionar otra cosa que me molesta.

Me refiero a los portavoces árabes que logran mantenerse serios cuando afirman que no hay antisemitismo en el mundo árabe. Después de todo, argumentan, los árabes son semitas, por lo tanto no pueden ser antisemitas por definición. ¡El ardid es un buen ejemplo de sofisma! Es bien sabido que el término «antisemitismo» fue creado en 1879 por Wilhelm Marr, un alemán que no era amigo de los judíos, para describir un sentimiento de odio y hostilidad solamente hacia los judíos y el judaísmo.

Los voceros árabes no se detienen ahí.

Afirman que los judíos siempre han sido bien tratados en las sociedades árabes, y subrayan que la Shoá ocurrió en la Europa cristiana. Es cierto, La Shoá tuvo lugar en la Europa cristiana, y es igualmente cierto que ha habido períodos de relativa calma y armonía en el mundo árabe, pero la discusión no puede quedarse ahí. La ausencia de una Shoá en el mundo árabe – dejemos piadosamente de lado, por el momento, el entusiasmo desenfrenado de algunos líderes políticos y religiosos árabes por Hitler y la Solución Final nazi – no significa que los judíos siempre han sido tratados con justicia y equidad, sino sólo que el grado de discriminación y persecución nunca llegó a la misma altura que durante la guerra en Europa.

Y además, el hecho de citar la experiencia de los judíos bajo el dominio musulmán en Andalucía entre los siglos VIII y XII, o la del filósofo del siglo XII, Maimónides, quien se estableció en Egipto, nos remite a una época diferente y mucho más promisoria. Los voceros árabes no parecen estar en condiciones de encontrar en los tiempos recientes algo vagamente similar y no hacen más que subrayar la debilidad de su caso al tener que retroceder a esa época lejana para encontrar tales ejemplos de tolerancia y armonía.

Por último, sostienen que si Israel no existiera, no habría habido ningún problema para los judíos en los países árabes. Este es otro extraño argumento. Desde ese punto de vista, no debería haber un millón de ciudadanos árabes en Israel, pero los hay, por supuesto. Esos árabes que permanecieron en Israel después de 1948 recibieron la ciudadanía, el derecho al voto, la libertad religiosa y la posibilidad de enviar a sus hijos a las escuelas de lengua árabe. Un ejemplo de pluralismo y de democracia, incluso si hay fallas en el sistema. Mientras Israel debió enfrentar a la guerra y al terrorismo desencadenados por sus vecinos árabes, nunca le pidió a su población árabe pagar el precio de tal situación. En comparación, las naciones árabes obligaron a sus comunidades judías a pagar un precio muy elevado. Soy la prueba viviente de ello.

Puedo ser un judío olvidado, pero no me voy a callar más. No puedo ser cómplice de una negación de la historia ni del revisionismo.

Levantaré mi voz porque mis antepasados ​​no se merecen este silencio.

Levantaré mi voz porque lo hago en nombre de mi gloriosa tradición plurisecular.

Levantaré mi voz porque no quiero que se permita que el conflicto árabe con Israel sea injustamente definido en términos de una sola población de refugiados – los palestinos.

Levantaré mi voz porque la injusticia que se me ha infligido debe ser reconocida y resuelta de una vez por todas, cualquiera sea el tiempo que tome.

Levantaré mi voz porque lo que me pasó a mí está en camino de reproducirse, con una inquietante familiaridad, con otra minoría de la región – los cristianos – y veo nuevamente al mundo mirar para otro lado, como si la negación lo resolviera todo.

Levantaré mi voz porque me niego a ser un judío olvidado.

© David Harris*

* Director del American Jewish Committee y miembro asociado del Collège Sta Antoine de la Universidad de Oxford.

Traducido para Generaciones de la Shoá por Hélène Gutkowski y José Blumenfeld

 
Comentarios

Excelente artículo. No soy judí pero. He leido mucho sobre el tema y la historia. Precisamente para tratar de entender si la aversión a los judíos. Si he llegado hace rato a la conclusión (tampoco emtiendo por qué no es obvio) q la situacion de Palestina es necesaria para mantener el odio y no es mas que un mecanismo de manipulación. Usar esta poblacion para mantener un conflicto constante. Se pregunta una por que las personas dejan de usar su cerebro y la logica en este tema. Desafortunadamente hay muchosbjudios mismos q se oponen a la existencia de israel y socavan desde adentro. Y una organizacion q recoje quejas de soldados. Y desde adentro no entienden el daño q le hacen a su propia existencia. Saludos y sigan con su buen trabajo

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