Todo país es escenario de contiendas internas y está ligado al juego de intereses no coincidentes, que motivan las actuaciones del resto (sean cercanos o lejanos), ya que cualquier desequilibrio puede afectar en muchas formas a la intrincada red que conforma el ‘status quo’ de cada uno de ellos. En el caso del conflicto sirio, las élites de Arabia Saudí y Qatar son partidarias de intervenciones militares de carácter urgente contra el régimen de Bassar Al Asad. Los intereses de estos dos países se han visto confrontados en Egipto, por sus respectivos intentos de obtener la máxima ventaja estratégica en el país norteafricano, aunque la retórica desplegada en el seno de la Liga Árabe haya sido convenientemente presentada con la pretensión de ‘buenos oficios’.
Es obvio que todos los países musulmanes no presentan el mismo perfil, ni apuestan en el mismo juego, porque la disparidad de intereses muchas veces contradictorios, se sitúa en el fondo de cortinas de humo retóricas que procuran disfrazar con los discursos los hechos. Al Asad no es Sadam Hussein, aunque el iraquí liderara también un partido baasista como el que ha dirigido en los últimos decenios los destinos de Siria y, aunque en su haber se haya apuntado el uso de armas químicas, los análisis no han concluido aún, quedando tiempo para comprobar si son tan concluyentes como para determinar el escenario político en el que se decida una acción punitiva.
Ignoramos que aconsejan el sexteto de asesores de Obama, alguno de los cuales como Mohamed Elibiary se ha visto mezclado en polémicas sobre su adherencia a los Hermanos Musulmanes. El quinteto restante lo componen Salam Al Marayati, Eboo Patel, Rashad Hussain y el imán Mohamed Magid, de los que desconfía la derecha republicana, por otra parte poco partidaria de la intervención.
Pendiente está la reunión del G-20 en San Petersburgo, en la que los líderes mundiales más influyentes van a hacer oír sus opiniones y entre bambalinas se negociarán muchas cuestiones de fondo que pueden afectar a una acción unilateral por parte de la presidencia de los EE UU. El país anfitrión no da su ‘placet’, como tampoco lo hace otro proveedor armamentístico del régimen de Al Assad, China. Hay que tener en cuenta que ambos países son pesos pesados en el Consejo de Seguridad de la ONU, a lo que hay que añadir que la Cámara de los Comunes británica no ha respaldado la propuesta del presidente de Gobierno Cameron, aunque su ministro de Defensa admitiera que la falta de apoyo no detendría una acción militar. Habrá que añadir como interlocutores a Israel y a Irán, que, aunque no son miembros del G-20, serán escuchados necesariamente en foros menos mediáticos.
Más allá de la encendida retórica de los portavoces del régimen baasista y sus aliados más directos como Hizbolá y los ayatolas iraníes, hay muchas cuestiones que dilucidar, pues Siria, aunque no es uno de los más importantes productores de petróleo, si que es territorio por el que cruzan importantes vías de suministro del crudo y productor de gas natural. Es, en definitiva, un país de importantes implicaciones geoestratégicas como para descabezarlo sin tener ninguna alternativa fiable, al margen de la implicación del pulpo terrorista de Al Qaeda. No se trata ya de democracia sí o democracia no, si no del recambio dirigente de un país con una, tan variopinta como poco aconsejable oposición, que no se fían unos de otros, ni dialogan, ni llegan ni pueden llegar a un acuerdo.
¿Podría haber acuerdo entre elementos de Al Nusra, dirigidos por la organización de Ayman al Zawahiri y los representantes de la Coalición Nacional Siria, en la que son frecuentes los enfrentamientos por cuestiones tribales? Es muy complicado exigir credibilidad a las partes en una guerra de propaganda donde nadie tiene clara gran cosa, porque las primeras grandes cuestiones en torno al uso de armas no convencionales es si fueron químicas y de haber sido utilizadas quiénes y por qué lo hicieron. Ni será arrojando más chorros de tinta como el calamar o generando miedo difuso en las masas como se aclararán cuestiones esenciales del futuro inmediato de Siria.
Es importante saber quiénes están detrás de cada una de las partes, cómo se financian éstas, por qué vías, qué países e intereses privados están colaborando de forma abierta o encubierta. Desentrañar las raíces internas y externas del conflicto será un buen principio para poder ofrecer algo sólido al pueblo sirio, una estabilidad que permita a sus gentes poder vivir y a sus vecinos disfrutar al menos de la calma anterior a la guerra.
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