Parte 1
Este año el Hashomer Hatzaír (1) mundial cumple 100 años de vida. El Hashomer Hatzair es la más antigua organización juvenil sionista en el mundo y tiene tras suyo una serie de realizaciones magníficas en Israel. De los 240 kibutzim (aldeas colectivas) en Israel, 85 pertenecen le pertenecen e integran su federación, el Kibutz Artzí, que en el pasado era independiente y hoy está integrada al Movimiento Kibutziano Unificado. Del siglo de vida del movimiento yo solo compartí una década. ¡Pero qué década! Entre los 15 y los 25 años. Las experiencias vividas y los valores adquiridos en el Hashomer marcaron toda mi vida. Valores tales como un profundo sentido del deber , la causa del sionismo como imperativo vital, la solidaridad con los desposeídos, el sueño de un mundo más justo y el judaísmo como profunda experiencia colectiva y el amor al estado de Israel y al idioma hebreo, definieron muchas de las elecciones que hice en mi vida.
En total fueron un poco más de cinco años en la tnuá (movimiento) en el Uruguay y un poco menos de cinco años en el kibutz en Israel. Pero fueron años decisivos. En ellos conocí a Etel, mi adorada compañera de vida, tuvimos dos hijas en Israel y vivimos experiencias riquísimas.
Al escribir por primera vez sobre mi vida en ese período. De alguna manera es una forma de pagar la profunda deuda de gratitud que tengo con el Hashomer Hatzaír, más allá del hecho de que hoy tengo una visión muy crítica de la ideología que compartí en la década del cincuenta del siglo pasado.
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Yo integré la shijvá Guimel (2) del Hashomer Hatzair, que constaba de tres kvutzot (3). La mía era Hasolel (4) y éramos unos 20 integrantes, de ambos sexos. Las otras dos kvutzot eran Turiá(5) y Aliá(6). Para las actividades grandes las tres kvutzot se reunían y estaban destinadas a unificarse para salir a la Hajshará (7) y luego emigrar a Israel.
A diferencia de otros jóvenes, nadie me invitó a incorporarme al Hashomer Hatzaír. Yo integré el Macabi Hatzaír, otra institución scóutica judía de ideología sionista pero sin un matiz de izquierda declarada y un buen día decidí que ese movimiento no era suficientemente radical para mí, por lo que resolví adherirme al Hashomer. No me costó adaptarme y encontrar mi lugar. Me sentí muy a gusto con la atmósfera informal y las experiencias culturales compartidas, como la asistencia colectiva al “gallinero” para los conciertos sinfónicos del Sodre. Al poco tiempo de mi integración al movimiento fui designado el tercer director del coro. Cantábamos armonizaciones sencillas de canciones hebreas y actuábamos tanto en fiestas internas como en actos comunitarios. El primer director del Coro fue Rudi Heyman, integrante del grupo fundador y le siguió Simon Zlotorinsky, del Kibutz Bet. Mi nivel dejaba bastante que desear pero lo que me faltaba en conocimiento musical lo suplía con entusiasmo. Tengo dos recuerdos curiosos de ese período. Una vez dirigí al Coro en una actividad de los Amigos de la Universidad Hebrea con un profesor visitante de Israel. Era una cena con mesas servidas. Se nos indicó cuándo era nuestro momento para actuar, pero al parecer no se dijo nada al respecto a los mozos. Para mi horror, los mozos iban y venían, en plena actuación e incluso pasaban detrás mío y a nadie de los organizadores se les ocurrió decirles nada. Nunca maldije tanto en mi vida. La otra vez fue en una fiesta en la vieja ORT en la calle Minas, en una época en que la hoy universidad era una réplica judía de la Escuela Industrial. Nuestra actuación fue particularmente exitosa y yo dirigí como un poseído. Me temblaba la pierna derecha. No sé si fue inspiración o miedo. No sentí nada parecido más adelante en ocasiones en que toqué el violín en público.
Una noche inolvidable fue la que marcó mi futuro y el de mi amigo, Arie Naor, a quien lamentablemente tuvimos que despedir para siempre el 31 de mayo del año 2000. La dirección del movimiento debía decidir quién de nosotros iba a quedarse en Montevideo a dirigir el ken (8) en el barrio judío de Goes y quién iría a reforzar el grupo que se encontraba en la Hajshará. Esa noche Arie y yo nos dedicamos a pasear por la ciudad y como se decía entonces “a intimar”. Finalmente Arie fue designado para quedarse en la ciudad y yo, para ir a nuestra granja situada en el kilómetro 30.5 de la carretera Colonia, en un lugar conocido por el almacén situada en la parada ;“El gaucho negro”.
Los años de Hajshará no nos convirtieron en agricultores particularmente exitosos pero nos permitieron familiarizarnos con las alegrías, los sinsabores y las dificultades de una vida colectiva independiente, lejos de nuestros padres y del confortable entorno ciudadano.
Algo especial en la Hajshará eran las fiestas, en las que venían visitantes de Montevideo. En una de esas fiestas, llegó una delegación del Partido Hashomer Hatzaír, en la cual había una exitosa estudiante de ingeniería oriunda de Paysandú, Etel Kanovich, con la cual inicié un romance. Obviamente la idea de dejar la carrera para ir a la Hajshará y posteriormente a Israel no le gustó demasiado a sus padres, orgullosos de que su hija mayor fuera una estudiante modelo y seguramente estaba destinada a ser una gran profesional. Pero la tenacidad de Etel venció todas las resistencias. Nos casamos antes de la aliá (El casamiento burgués, por supuesto, era considerado una concesión a los padres) el mismo día en que falleció el Primer Presidente de Israel, Jaim Weitzman, el 9 de noviembre de 1952. Nos embarcamos en diciembre integrando un pequeño grupo de seis integrantes de la shijvá Guimel (2 compañeras y cuatro compañeros) a mediados de diciembre y llegamos tres semanas más tarde en enero de 1953 a Israel. En el camino, para el cambio de barco, nos quedamos unos días en Italia. Fue nuestro primer deslumbramiento con las bellezas y las riquezas artísticas increíbles de ese país. Pero lo que nos afectó más dramáticamente fue ver en lugares prominentes de Milán cerca de la plaza del Duomo en grandes letras de neón, las noticias acerca de las acusaciones contra los médicos judíos en la Unión Soviética. Para nosotros, el recrudecimiento de la campaña antisemita del stalinismo, constituyó un golpe particularmente duro, porque el Hashomer Hatzaír tenía una visión idealizada de la URSS y creía que tarde o temprano, el régimen soviético reconocería al sionismo socialista como un movimiento de liberación legítimo, digno de formar parte del campo del “mundo del mañana”. Pero el “proceso a las túnicas blancas” como se conoció entonces el juicio a los médicos del Kremlin no fue el único ataque antisemita del paranoico dictador soviético en su terrible último año de vida. Le habían precedido los procesos en Europa Oriental contra dirigentes a los que se acusó de pretender seguir el camino independista de Tito, el líder yugoeslavo y de pretender librarse del “abrazo fraternal” de la Unión Soviética. Además hubo otras acusaciones como “trotzkismo” y “sionismo” nada casuales porque muchos de los acusados como el Secretario General del Partido Comunista de Checoslovaquia Rudolf Slansky y la Primera Ministra de Rumania, Ana Pauker eran judíos, es decir habían nacido como judíos, aunque en toda su vida trataron de huir de su judaísmo como del Diablo y ser comunistas internacionalistas “intachables”. Ellos y varios de sus colaboradores, la mayoría de ellos también judíos, fueron condenados a muerte. Todo el proceso Slansky constituyó un duro golpe para el Hashomer Hatzaír, ya que un emisario del movimiento, Mordejai Oren, fue involucrado en su juicio. Oren había ido como observador del partido MAPAM (Partido Obrero Unificado) de Israel, del cual el Hashomer Hatzaír, era uno de los socios principales, a un Congreso de la Federación Sindical Mundial en Berlín Oriental en noviembre de 1951. A su regreso pasó unos pocos días en Praga en una misión del diario del Partido “Al Hamishmar” (9). Fue arrestado junto con un familiar suyo, Simon Ornstein, pero las autoridades no informaron de su detención hasta marzo de 1952. Durante el proceso tuvo que declarar entre otras cosas que era un agente sionista y que también espiaba para el servicio secreto británico. El proceso tuvo enormes repercusiones en Israel ya que hubo quienes en el movimiento de kibutzim del Hashomer Hatzaír (Kibutz Artzí) y de MAPAM ( Partido Obrero Unificado) opinaban que el glorioso campo socialista no podía equivocarse y que si sus representantes oficiales decían que un compañero del movimiento era un espía, así debía ser. Felizmente fueron solo una pequeña minoría, pero en ella hubo dos líderes importantes: Yacov Riftin, en el movimiento y Moshé Sneh, en el Partido. Este último, que terminó siendo un líder del Partido Comunista de Israel, tuvo particular importancia, porque había sido un jefe de la Haganá, el ejército clandestino de la comunidad judía en la época del Mandato Británico. Snéh tenía una curiosa teoría: creía que la Tercera Guerra Mundial era inminente y que era necesario prepararse para la ocupación de Israel por el ejército soviético por lo cual Israel no podía permitirse en discrepar en nada con la posición oficial de la URSS. Hubo un solo kibutz que desertó: Iad Jana (en homenaje a la heroína Jana Senech, paracaidista israelí durante la Segunda Guerra Mundial que fue asesinada por los nazis en Hungría). Unos 120 compañeros no aceptaron la resolución y se fueron. Durante algunos años Yad Hanah fue el único kibutz comunista en Israel, pero hoy de hecho dejó de existir como kibutz.
El Hashomer Hatzaír se repuso del golpe. En mayo de 1956, Oren, que había sido condenado a quince años de prisión, fue liberado. Por supuesto, reveló que tuvo que aceptar las acusaciones bajo tortura y en 1958 escribió un libro en el que narró su experiencia. Por fidelidad al movimiento, dijo que a pesar de todo seguía creyendo en el socialismo. En octubre de 1963, las autoridades checoeslovacas revisaron su caso y reconocieron su inocencia. Oren falleció en 1985 a los 80 años.
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Una década en el siglo del Hashomer Hatzaír
Parte 2
Por Egon Friedler
Porisrael.org
La primera shijvá del Hashomer Hatzaír se integró al kibutz Gaash, en el centro del país, la segunda fue a Ramot Menashé en una zona montañosa cercana a Haifa y a la nuestra le tocó integrarse a un kibutz veterano, Iad Mordejai, situado en el Sur a ocho kilómetros de la Franja de Gaza.
Iad Mordejai, tenía una historia heroica detrás de sí. Había sido el primer kibutz que frenó la ofensiva del ejército egipcio en la guerra de Independencia de 1948 y había pagado un alto precio. 23 compañeros cayeron en la lucha. Los veteranos eran oriundos del movimiento de Polonia. Después de la Guerra de Liberación, el kibutz acogió a un grupo de Bulgaria al que siguió nuestro contingente uruguayo, con el refuerzo de algunos mexicanos y argentinos.
El kibutz lleva su nombre en homenaje a Mordejai Anilevich, el héroe de la rebelión del Guetto de Varsovia y su estatua (hecha por el gran escultor Natan Rappoport) en lo alto de una colina en el centro del kibutz, junto a la vieja torre de agua de la época de la guerra de liberación, es hasta hoy su imagen más conocida y difundida.
Iad Mordejai ya era entonces un exitoso emprendimiento agrícola-industrial. Tenía su tambo, sus gallineros, su colmena, sus frutales, sus campos de agricultura extensiva, sobre todo forrajes y su fábrica de conservas. Muchos años más tarde, la colmena que en ese tiempo tenía dimensiones modestas y estuvo a cargo de una sola persona, se convirtió en una de las ramas principales del kibutz y la miel de Yad Mordechai se transformó en un importante producto de exportación.
Si Aharon David Gordon, el ideólogo de la “religión del trabajo” fallecido en 1922, hubiera podido volver a la vida en los años cincuenta y visitar Iad Mordejai o cualquier otro kibutz en los años cincuenta del siglo pasado, sin duda habría tenido buenas razones para celebrar el éxito de su doctrina. Había un verdadero culto al trabajo físico.
El gran héroe para los jóvenes del kibutz era Grisha Ben Shalom, un veterano que estaba a cargo de la dirección de los trabajos de agricultura extensiva y solía ir temprano para trabajar con su tractor en las tierras del kibutz en el Neguev y volver tarde, sucio y sudoroso, cuando todos los compañeros ya habían terminado su jornada de trabajo, se habían bañado y estaban con sus hijos. Las miradas de veneración que lo acompañaban eran sumamente elocuentes.
Personalmente tengo una anécdota inolvidable. Una vez estaba trabajando al aire libre con el torso desnudo bajo un sol muy fuerte. No recuerdo de qué trabajo exactamente se trataba pero no puedo olvidar que pasó al lado mío Pnina, una simpática veterana, que era una especie de reina de la cocina, hoy diríamos, que era la principal “chef” del kibutz. Su luminosa sonrisa de simpatía quedó fijada para siempre en mi recuerdo.
Sin embargo, yo nunca fui ningún modelo como trabajador. Decididamente no tuve vocación para la avicultura, la rama del kibutz, a la que fui asignado. De los gallineros pasé al naranjal, pero finalmente el kibutz encontró para mí una solución laboral que le solucionaba un problema. Cada kibutz debía dar algunos activistas al movimiento o al Partido, para desempeñar tareas políticas, culturales o educativas y no todos los compañeros tenían las condiciones requeridas. Las autoridades del kibutz decidieron que yo podría ser un candidato adecuado para llenar la cuota, con alguna preparación previa. Por ello, decidieron enviarme al Seminario Central del Movimiento en Guivat Javiva para un curso de tres meses destinado a la preparación de “cuadros” o sea militantes profesionales. Fue un seminario apasionante. Tuvimos conferencias sobre la historia del movimiento obrero en Israel, historia del sionismo, el kibutz, sociedad israelí, economía del país y naturalmente sobre los fundamentos ideológicos del Hashomer Hatzaír y MAPAM. En esos tres meses tuvimos contacto con las personalidades más destacadas del movimiento, desde economistas y educadores a dirigentes políticos y escritores. Hicimos un paseo por el país en los lugares en que hubo batallas durante la guerra de Liberación en compañía de uno de los héroes de la guerra, integrante del movimiento, Shimon Avidán. Entre otros lugares, estuvimos en el kibutz Negba donde el kibutz resistió heroicamente a la invasión egipcia. Realmente pudimos palpar hasta qué punto la victoria israelí en 1948 sobre cinco ejércitos árabes fue un verdadero milagro.
Pero sin duda, lo que nos dio un mayor sentido de pertenencia, fue el contacto directo con los líderes, Meir Yaari y Yacov Hazan. Hoy sus nombres están casi olvidados. Pero durante su larga vida fueron los jefes indiscutidos y los exponentes más representativos del Hashomer Hatzaír en la vida pública israelí. Eran los educadores y los líderes políticos, los ideólogos y los padres espirituales. A Meir Yaari se le había bautizado fuera del movimiento como el “rabino rojo” y era quien hacía las formulaciones ideológicas y decidía el rumbo político del movimiento, mientras Hazan era un comunicador formidable que sabía hacer un muy buen uso de su notable cultura. Como miembro del Parlamento, era considerado uno de los más grandes oradores de Israel junto a Ben Gurion, Menajem Begin y Moshé Sneh. Después de Yaari y Hazan, la izquierda israelí nunca llegó a tener dirigentes con un ascendiente moral semejante al que ellos tuvieron sobre sus partidarios.
Sin embargo, Hazan cometió una “gaffe” histórica que costó muchos votos y prestigio al MAPAM, cuando proclamó que la Unión Soviética era nuestra segunda patria. Luego tuvo que corregir su posición, pero el daño estuvo hecho. Pese a esto, sigo recordando a Hazan con admiración. En sus apariciones públicas daba una imagen de integridad, de humildad y de autenticidad humana que no encontré en esa medida en ningún otro político de los muchos a los que conocí o pude ver u oír en mi vida. Era realmente el prototipo del pionero, con una honestidad a toda prueba y un idealismo admirable. Ambos líderes dirigieron el movimiento desde su temprana juventud hasta su muerte y ambos fueron longevos. Meir Yaari vivió noventa años entre 1897 y 1987 y Hazan noventa y tres entre 1899 y 1992.
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Del seminario de “cuadros” recuerdo especialmente una anécdota. Nos visitaron varios escritores, entre ellos el poeta y traductor Zvi Arad. Nunca había leído su poesía pero su exposición me pareció fascinante. Al terminar su charla dio lugar a preguntas y comentarios y una joven sabra, nacida en un kibutz le dijo : “Yo nací en Israel. Mi idioma es el hebreo y no entiendo tu poesía que es demasiado difícil.”. La intervención le dio al poeta un pretexto para hacer una elocuente apología de la riqueza del idioma hebreo y de sus diferentes “capas lingüísticas”. Luego de que Arad terminara, yo, un “olé jadash”(9)con apenas tres años en el país tuve la inmensa jutzpá (11) de pedir la palabra e hice una encendida defensa del poeta y de su derecho a enriquecer el lenguaje a su manera.
Más tarde, analizando retrospectivamente la situación llegué a la conclusión de que esa singular intervención mía fue la expresión de un amor que iba a durar toda mi vida : el amor al idioma hebreo.
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Mi primer trabajo fue ir como activista a las filiales del Partido MAPAM en Lod (cerca del aeropuerto)y Ramle, donde actuaba junto a un veterano kibutznik que era el secretario del Partido. Mi misión era formar una capa joven para fortalecer al Partido. Era un trabajo difícil e ingrato, con muy pocas gratificaciones. No tuve éxito, pero la experiencia me permitió conocer el Israel de las pequeñas ciudades y a la clase obrera y la clase media baja que constituían la masa de la cual reclutábamos a nuestros partidarios. Yo vivía como inquilino en el modesto apartamento de uno de nuestros compañeros en Ramle, que era una ex ciudad árabe y al fin de semana viajaba a casa a Iad Mordejai. En esa misión tuve ocasión de conocer las mezquindades de la política, las conductas desleales y oportunistas, incluyendo algún inesperado cambio de camisa a cambio de un pequeño cargo y toda clase de debilidades humanas. En Ramle, descubrí que ya en 1955, en el séptimo año de existencia de Israel, existía una pujante literatura pornográfica hebrea. Lamenté que Jaim Najman Bialik, el poeta nacional hebreo fallecido en 1934, no haya podido vivir para verlo. Bialik había sostenido en años lejanísimos que Israel solo sería normal el día en que tuviera ladrones y prostitutas.
Mi siguiente trabajo me resultó mucho más estimulante y en él me fue muchísimo mejor. Fui designado traductor del Departamento Latinoamericano del Movimiento. El trabajo era muy cómodo porque no debía ausentarme del kibutz. Mi labor consistía en traducir un número fijo de material para publicaciones de carácter educativo, informativo o ideológico destinado a los movimientos de América Latina, que se editaban regularmente. Trabajaba en la biblioteca y las horas de trabajo me sobraban holgadamente para hacer las tareas que me eran asignadas, por lo que dispuse de tiempo para mejorar mi hebreo y enriquecer mi vocabulario. Hice algunas traducciones literarias destinadas a las publicaciones regulares del movimiento y emprendí por iniciativa propia la traducción de una obra de teatro de la gran poeta, traductora y eximia profesora de Literatura de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Lea Goldberg “La dueña del castillo”, una obra que vimos en una excelente versión del Teatro Kameri de Israel. Su argumento planteaba la historia de una niña judía salvada de los nazis por un noble polaco, dueño de un castillo. La guerra terminó, vino el régimen comunista, expropió el castillo pero dejó al antiguo dueño como cuidador. El noble polaco hizo creer a la niña que la guerra seguía y que por lo tanto ella debía seguir ocultándose, para poder retenerla a su lado. Pero la llegada de emisarios israelíes al castillo precisamente para buscar a niños judíos que se salvaron del Holocausto, precipitó en la niña un conflicto entre su gratitud a su salvador y su regreso a su identidad y a una vida normal. Lea Goldberg planteó el conflicto con gran habilidad dramática y un diálogo sumamente inteligente.
Viajé a Jerusalén para obtener la autorización de la autora, en ese momento uno de los grandes íconos culturales del país, para mi traducción. Lea Goldberg me recibió muy amablemente. Dijo que como no sabía español suponía que había hecho un buen trabajo y firmó el certificado que yo solicité. Toda mi vida lamenté que por timidez, yo simplemente tomé el papel con su firma y me fui, desaprovechando la oportunidad de tener una charla substanciosa con esta brillante intelectual. Ni siquiera me atreví a decirle que mi primera lectura literaria importante en hebreo fueron los dos tomos de “La guerra y la paz” de Tolstoy en su brillante traducción.
En lo que respecta a mi versión al español de “La dueña del castillo” no se publicó entonces, sino varios años más tarde, en la década del sesenta por el Departamento de Cultura de la Agencia Judía en Jerusalén.
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El ser activista del movimiento me concedía el privilegio de viajar a las reuniones importantes del movimiento y de la Comisión Política y el Comité Central del Partido. Quienes recién nos iniciábamos en la labor partidaria, obviamente no integrábamos esos organismos y solo asistíamos en calidad de oyentes. Eran reuniones apasionantes y todos los activistas hacían lo posible por no faltar. En esas ocasiones pude palpar el peso del liderazgo de Yaari y de Hazán. Ambos habían decidido no ser ministros para no perder el control del movimiento y del Partido. Pero era evidente que los dos ministros que teníamos en el gobierno de coalición presidido por David Ben Gurión, Mordejai Bentov, Ministro de Desarrollo e Israel Barzilai, de Salud Pública, no tenían la última palabra en lo referente a sus votaciones en el gobierno y debían consultar a los líderes sobre todos los temas importantes. En una ocasión, me sorprendió una dura crítica pública de Meir Yaari a Bentov en la Comisión Política. En otra reunión, pocos días después de la guerra del Sinaí en 1956, quien informó acerca de la actitud política de MAPAM en el gobierno respecto a la guerra no fue uno de los ministros, sino Yacov Hazan. Contó Hazan que Ben Gurión expuso ante el gobierno todos los preparativos bélicos y los acuerdos alcanzados con Francia y pidió la aprobación de todos los integrantes del gobierno. Solo MAPAM votó en contra, pero inmediatamente después de la votación, declaró que por solidaridad y deber nacional, haría todo lo necesario por contribuir a la victoria de Israel.
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Una Década En El Siglo Del Hashomer Hatzaír
Parte 3
Egon Friedler
Los tiempos que precedieron a la campaña del Sinaí no fueron fáciles. En esa época aún no existía el terrorismo palestino, pero Israel vivía aterrorizada por el terrorismo del “fedaín” egipcio. El oficial enviado por el dictador egipcio a la franja de Gaza, Mohamed Darwish, fue un eficiente organizador de comandos que se infiltraban a Israel y mataban a mansalva….hasta que el Mosad encontró una ingeniosa forma de liquidarlo mediante un teléfono que contenía un explosivo. Muchos años después, su hija Nonie Darwich, que emigró desde Egipto a los Estados Unidos, se convirtió en una gran abanderada de la paz con Israel y condenó duramente el antisemitismo del mundo árabe en el cual fue educada.
Durante todo el año que precedió a la campaña del Sinaí la circulación por las carreteras de Israel, a partir de las últimas horas de la tarde, era peligrosa. Uno de los veteranos más queridos del kibutz, Shulek Wajtel, fue víctima de un atentado cuando viajó en el jeep del kibutz a un kibutz vecino para traer a un acordeonista para una fiesta del viernes a la noche. Nuestra fiesta se transformó en un muy amargo duelo.
Como kibutz fronterizo vivimos las tensiones que precedieron a la campaña del Sinaí. Fuimos testigos de una batalla aérea en la cual un avión israelí derribó a dos aviones egipcios por sobre nuestras cabezas. Era un hecho cotidiano el que nuestros hijos pequeños junto con sus cuidadoras debieran dormir en los bunkers. Mis dos hijas, Talma de dos años y Rasia, de tres semanas, estaban entre ellos.
Después de la guerra, el kibutz hizo un paseo en camión por la recién conquistada península del Sinaí. Nunca, ni en noticieros de la Segunda Guerra Mundial, ví tantos tanques juntos. Eran tanques soviéticos capturados por Israel. La URSS cultivaba una extraña forma de “internacionalismo proletario” : incitar a dos pueblos a la guerra para poder penetrar como gran potencia en el Medio Oriente. Allí empezaron mis dudas en serio sobre nuestras hermosas ilusiones acerca del “mundo del mañana”.
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Una experiencia hermosa que tuve en Israel y que debo agradecerle al kibutz, fue que me permitió participar en la orquesta de los kibutzim. Yo estudié el violín unos 5 años en el Uruguay. Mi primer maestro fue un ex violinista de la Orquesta Filarmónica de Berlín, Kurt Oppenheimer, quien solía tocar sonatas por la radio del Sodre acompañado por el entonces muy joven Héctor Tosar. Luego estudié un breve período con Moris Schwarzwort, un violinista brillante que nunca llegó a hacer carrera por un problema de nervios. Pero mi maestro más importante fue Camilo Giucci, el director del Conservatorio Franz Liszt. Era un humanista a la antigua con quien uno solo aprendía a tocar el instrumento sino también a amar todo el mundo musical de comienzos de siglo que él de alguna manera encarnaba.
Di la prueba para integrar la orquesta y fui aceptado. La orquesta se reunía tres o cuatro veces al año durante una semana, al cabo de la cual daba tres conciertos en tres kibutzim diferentes. Yo toqué con tres directores Heinz Freudenthal, un judío alemán que logró refugiarse en Suecia durante la guerra y dos israelíes, Moshé Atzmon y Arthur Gelbrun, este último también un destacado compositor. La experiencia de la orquesta era hermosa tanto desde el punto de vista musical como humano. Éramos miembros de kibutzim del más variado origen y de diferentes edades y el nivel era el de una competente orquesta de aficionados. Del repertorio que hicimos con mayor frecuencia recuerdo especialmente las sinfonías “El Reloj” y “La Gallina” de Haydn, la Primera y la Cuarta Sinfonías de Beethoven, la Sinfonía Simple de Britten y el delicioso divertimento en re mayor de Mozart. Pero mi mayor descubrimiento musical lo tuve en la única vez en que me tocó hacer de anfitrión de la orquesta. La orquesta fue invitada a participar en un aniversario del levantamiento del guetto de Varsovia en Yad Mordejai y yo debí ausentarme de un ensayo para hacer algunas diligencias. Cuando volví, oí tocar a la orquesta una obra que nunca había oído, que me deslumbró y que sentí como algo mío, muy cercano. Era la más vienesa de las sinfonías de Schubert, la sexta. Allí viví una experiencia que se repetiría más de una vez a lo largo de mi vida : sentí una profunda vinculación con Viena pese a que me fui de la ciudad natal a los seis años.
El acto de homenaje al guetto de Varsovia debió ser abreviado por orden del ejército de Israel. Nuestra orquesta después de tocar en el acto, iba a viajar a otro kibutz en el Neguev donde daría un concierto a la noche. Debíamos irnos mientras había luz. Poco después de llegar al kibutz Shoval oímos unas explosiones en la misma carretera por la cual llegamos. Pronto nos enteramos que terroristas egipcios habían asesinado a los cinco ocupantes de un coche israelí en la misma carretera por la cual habíamos llegado. ¡ Si hubiéramos viajado media hora más tarde hubiera sido un asesinato musical! ¡Habrían alcanzado al autobús en el que viajaba toda nuestra orquesta!
Con la orquesta de los kibutzim viví también otra experiencia inolvidable, felizmente de carácter mucho más positivo. Dimos dos conciertos en la Alta Galilea, uno en el kibutz Manara en la frontera con el Líbano y otro en un anfiteatro regional en las cercanías de la frontera con Siria. En el viaje de retorno vimos a lo largo del camino el lago Kineret iluminado por la luz de la luna. Fue uno de los paisajes más hermosos que ví en mi vida. Por algo, el poema y la canción de la poeta Rachel sobre el Kineret era tan popular.
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Nunca ví a David Ben Gurión en Israel, pero su presencia en la vida del país era omnipresente. Sus discursos en la Knesset retransmitidos por Kol Israel eran escuchados por la abrumadora mayoría del país. Su voz aguda y su peculiar acentuación de las frases era inconfundible. Ben Gurión había tenido una polémica famosa con Meir Yaari respecto al “colectivismo ideológico” del Hashomer Hatzaír, la norma por la cual en nuestros kibutzim no bastaba con compartir la vida y el trabajo sino que era necesario compartir las ideas políticas. Para Ben Gurión esta identificación obligatoria de cada miembro del kibutz con el Partido, era como aplastar individualidades y convertir a hombres en algo parecido a “gavillas de heno” todas parejas e iguales. Obviamente Yaari discrepaba de manera tajante con este punto de vista. Para él una clara identidad política solo podía enriquecer las distintas individualidades.
En esos años no podíamos imaginar que algún día el colectivismo ideológico habría de desaparecer en los kibutzim del Hashomer Hatzaír. Se lo consideraba un elemento esencial de nuestra identidad. Tan esencial que yo consideré la cosa más natural del mundo cumplir como integrante de la Comisión Política del Kibutz con la misión de advertir a una familia que había votado por otro partido obrero en las últimas elecciones, que si volvían a votar “mal” serían expulsados del kibutz.
Otro principio que era un dogma en la mayoría de los kibutzim era el principio de la “Liná meshutefet” (Literalmente “dormida conjunta”) o sea la separación de los niños en dormitorios colectivos propios alejados de sus padres desde los primeros años. Había casas de niños que estaban a cargo de cuidadoras y por la noche, había una guardiana que recorría las casas de los niños. Este sistema era considerado ideal, la preparación perfecta para una vida colectiva y para crear seres humanos íntegros y sin complejos. En el seminario de Guivat Javiva, tuvimos encuentros con los principales ideólogos de educación del movimiento, Schmuel Golán y Ema Talmi y ambos hablaron con entusiasmo de la educación colectiva y sus efectos benéficos. Sin embargo, a lo largo de los años, primero las dos otras federaciones de Kibutzim “el Ijud Hakibutzim Vehakvutzot” y luego el “Kibutz Hameujad” comenzaron a cambiar el sistema y a permitir que los niños duerman junto con sus padres. El Kibutz Artzí Hashomer Hatzaír, muy lentamente y con muchas resistencias también se resignó al cambio, ya que tanto el testimonio de quienes vivieron la experiencia como la opinión mayoritaria de los sicólogos consideraba como traumática la separación de los niños de sus padres durante la noche en sus primeros años de vida.
Lo que distinguía entonces a un movimiento kibutziano de otro es algo que está en la categoría del “narcisismo de las pequeñas diferencias”. Sin duda pesaba la historia y la tradición…..y por supuesto también la política. El Ijud Hakibutzim Vehakvutzot que creía en kibutzim orgánicos y con una población limitada, se identificaba mayoritariamente con el partido social-demócrata mayoritario MAPAI (sigla en hebreo de Partido de los Obreros de Israel) el partido de Ben Gurión, Golda Meír y Moshe Dayan. El Kibutz Hameujad creía en kibutzim grandes y abiertos, pero en la práctica solo dos de sus kibutzim, Guivat Brenner y Yagur, realmente llegaron a ser masivos con más de 1000 compañeros. Políticamente se identificaba con “Ajdut Avodá”, desempeñó un rol muy importante en la creación del Palmaj (Fuerzas de choque de la Haganá) y en la organización de la inmigración ilegal. El Kibutz Hameujad sufrió una dramática división en 1951, entre MAPAI y MAPAM. Hubo kibutzim que se dividieron y familias que se fracturaron. “Ajdut Avodá” es un ejemplo de que la izquierda israelí no se salvó de la enfermedad del fraccionalismo, que ha afectado históricamente a muchos sectores de la izquierda mundial. “Ajdut Avodá” significa “Unión del Trabajo”, pero en 1944 como ala izquierda de MAPAI se separó del partido y se unió al Hashomer Hatzaír para formar el MAPAM. En 1955 se apartó de MAPAM para recobrar su identidad como Partido, pero finalmente volvió a reincorporarse al Partido Laborista israelí, sucesor de MAPAI.
Recuerdo como en el seminario de Guivat Javiva, Schlomo Rozen, el economista más destacado del movimiento, habló con ironía del slogan del Kibutz Hameujad “del kibutz grande, creciente y abierto”. El Hashomer Hatzaír no tenía un punto de vista tan liberal respecto a quienes acogía en su seno. Los candidatos a miembros, no solo debían convencer al kibutz de que eran buenos trabajadores y tenían deseos genuinos de integrarse, sino que tenían que sentirse plenamente identificados con sus posiciones políticas.
En esos años nadie podía imaginar que el kibutz sufriría cambios profundos, provocados por crisis económicas y de diferencias generacionales. Nadie creía entonces que llegaría un día en el que el dinero circularía normalmente en nuestras aldeas al igual que en la ciudad y que los compañeros deberían pagar por la comida en el comedor comunal. Hoy solo una minoría se atiene al viejo modelo. De hecho, la gran mayoría de los kibutzim funciona más en distintos esquemas de cooperativas de ayuda mutua, que en el estricto colectivismo que fue la principal característica de su identidad durante muchos años.
Del mismo modo, las tres federaciones se unieron dejando atrás sus diferencias históricas. Cuando nuestra familia se fue del kibutz en setiembre de 1957 en uso de licencia, esos cambios todavía estaban muy lejos en el horizonte. Pedimos la licencia para regresar al Uruguay por unos meses debido a problemas de salud de mi esposa Etel que felizmente se solucionaron en pocos meses. La decisión de quedarnos en el Uruguay y no volver al kibutz y a Israel no fue fácil. Nos significó una larga agonía espiritual. Para mí el temor más profundo era ¿qué pasa mañana si no soporto más el colectivismo ideológico? Claro: existía siempre la posibilidad de ir a otro kibutz de tendencia más abierta. Pero eso significaría separarnos de nuestros compañeros del núcleo uruguayo, con quienes compartimos tantos años de vida común. Y yo sabía por conocimiento directo que la soledad en un marco colectivista tan estrecho podía no ser nada agradable. Para Etel la motivación principal es que nunca le convenció el sistema de educación colectiva. No le parecía justo que su trabajo consistiera en ser la cuidadora de un grupo de niños ajenos y que no tuviera derecho a criar a sus propias hijas. Finalmente lo que nos asustó del regreso a Israel es que no teníamos una preparación adecuada para ganarnos la vida a un nivel decoroso en la ciudad. El movimiento juvenil había establecido normas que se cumplían de manera tajante: no a las carreras universitarias. Los que las violaban eran expulsados. Quienes terminaban una carrera por lo general no llegaban ni al kibutz ni a Israel. ¡Después de todo el ideal era formar una clase obrera y campesina judía, dejando atrás el exagerado intelectualismo de la Diáspora! La historia tiene sus ironías. La formación de una clase obrera y campesina judía fue mucho más sencilla de lo que se imaginaron los teóricos del sionismo socialista. Pero pasaron varias décadas y el ideal se volvió obsoleto. A fin de siglo, volvió triunfante el viejo intelectualismo judío al llegar la economía basada en el conocimiento.
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A lo largo de los años, cambié de opinión sobre diversos tópicos de la política israelí e internacional, pero hubo un aspecto fundamental en el cual nunca dejé de coincidir con las posiciones del Hashomer Hatzaír: respecto a la visión no religiosa del judaísmo. No es casual que mi gran compañero de lucha en la causa del judaísmo humanista en los años noventa haya sido Leopoldo Müller uno de los fundadores y uno de los principales líderes del Hashomer Hatzaír del Uruguay en su primera época. Estoy convencido de que nuestro judaísmo nacional-cultural está destinado a suplantar en la mayoría del pueblo judío, a una fe resquebrajada, cuyo carácter mítico es cada día más evidente en una época en que la ciencia y la tecnología avanzan a pasos agigantados. Por lo demás, el judaísmo humanista representa como ninguna otra filosofía la creatividad cultural del pueblo judío, así como su espíritu de justicia.
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Mi primer carné de prensa fue el del diario “Al Hamishmar” el diario del MAPAM. Sin embargo nunca llegué a escribir en él. En cambio, entre 1971 y 1984 escribí para “Davar”, el diario oficial de la Histadrut. Yo tenía entonces una vieja y pesada máquina de escribir con caracteres hebreos y mis artículos los enviaba por correo. Aún estaba lejos el tiempo en que iba a tener un programa de hebreo en mi computadora. Lamentablemente la prensa obrera en Israel no pudo sostenerse frente a la comercial. “Al Hamishmar” cerró en 1995 y “Davar” cerró en 1996.
Sin embargo, entre 1976 y 1987 colaboré con uno de los órganos de MAPAM en la Diáspora: “Israel Horizons”, una excelente publicación mensual editada en Nueva York por Richard Yaffe, un destacado intelectual judío norteamericano.
Prácticamente inicié mi carrera en el periodismo nacional y en el periodismo judío simultáneamente. El primer órgano judío con el que colaboré fue “Semanario Hebreo” de Montevideo lo que es bastante lógico considerando que tuve una estrecha amistad con su fundador, José Jerosolimski. Es mi vinculación periodística más larga ya que continúo colaborando con su hija Jana que quedó a cargo del diario y lo maneja con increíble eficiencia desde Israel.
Entre 1960 y 1999 compartí con Washington Roldán, un notable crítico y un gran compañero, la crítica musical y de danza en “El País”, de Montevideo, incursionando de tanto en tanto, en la crítica de teatro. Pronto descubrí que tocar el violín como amateur y juzgar críticamente a violinistas profesionales con todo el rigor y la honestidad que la profesión exige, es totalmente incompatible. Con dolor, terminé vendiendo mi violín.
Nunca dejé mantener un contacto activo con Israel. A lo largo de los años tuve muchas vinculaciones institucionales y profesionales con Israel. Sobre todo, colaboré con distintos órganos en español y sigo teniendo vinculación hasta el día de hoy con “Israel en línea” y con “Aurora”.
A lo largo de los años, no solo no abandoné el idioma hebreo, sino que lo cultivé sistemáticamente. En cada viaje a Israel me traía libros o los encargaba a amigos. Conseguí diarios por distintas vías y siempre alterné las lecturas en hebreo con otros idiomas. Con Etel, fue normal utilizar el hebreo como segundo idioma. Mi fidelidad al hebreo se vio recompensada, ya que comencé a actuar como intérprete de visitantes israelíes. Tuve ocasión de traducir a numerosos visitantes entre ellos ministros como el poderoso Ministro de Economía del primer laborismo, Pinjas Sapir, como Simja Ehrlich del Likud, estrecho colaborador de Menajem Begin, e Israel Burg, el líder del sionismo religioso de la primera época. Recuerdo particularmente que traduje a Shimon Peres en un desayuno de trabajo en el Victoria Plaza, a Amos Oz, en una lejana visita en los años sesenta cuando solo era conocido en Israel y su nombre aún no había alcanzado notoriedad internacional, y la conferencia de prensa de la visita oficial del presidente de Israel, Jaim Herzog, en 1989 durante la presidencia de Julio M. Sanguinetti. Por otra parte, la Embajada de Israel me otorgó su reconocimiento como traductor autorizado del hebreo y al hebreo, y paralelamente obtuve el reconocimiento como idóneo en hebreo de la Asociación de Traductores Públicos del Uruguay.
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Mi amor al hebreo no me impidió tener vínculos entrañables con otros idiomas. Por supuesto, mi idioma cotidiano y mi principal instrumento de trabajo es el español, cuya flexibilidad y riqueza aprendí a amar con los poemas de Antonio Machado, Federico García Lorca, César Vallejo y Pablo Neruda. El alemán, mi idioma materno, sigue siendo para mí el idioma de las inmortales canciones de Schubert. El Ydish me recuerda los tiempos dorados del teatro en ese idioma, y los espectáculos que ví en Montevideo, Buenos Aires e Israel. El inglés, es la gran herramienta de trabajo imprescindible en la época de la globalización. Pero quiero recordar especialmente mi relación particular con el idioma francés, que fue muy fuerte durante mi adolescencia. Hasta hoy están en mi biblioteca, prolijamente encuadernadas, las obras completas de Molière en francés, que compré en esos años, los de militancia más fervorosa en el Hashomer Hatzaír.
Entre los libros en francés que tuve, pero que hoy no tengo más, había un pequeño volumen de poemas de Louis Aragon, el líder intelectual del comunismo francés de entonces, al que admiraba. A lo largo de los años leí cosas sobre Aragon que me hicieron cambiar bastante de idea. Sin embargo, hay un poema suyo que recuerdo hasta hoy y con el cual me sigo identificando. Dice : “S´il était a refaire, je refarai ce chemin” que en traducción libre al español significa algo así como “Si pudiera reiniciar el viaje, iría por el mismo camino”.
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