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| sábado abril 27, 2024

Momento Cassandra de Israel

Israel debe encontrar formas más efectivas y menos estridentes de defender la precaución, la vigilancia y la fuerza con respecto a las ambiciones nucleares de Irán - o arriesgarse a quedarse solo e ignorado.


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En la mitología griega, Casandra era la hija del Rey Príamo y de la Reina Hecuba.

Cuando esta, según se dice, hermosa chica se negó al avance romántico de Apolo, éste le lanzó una maldición para toda la vida. Aunque poseía la capacidad profética de ver el futuro, nadie le creería.

Así, por ejemplo, previó la destrucción de Troya, incluyendo el uso del caballo de Troya pero, como consecuencia de la maldición, sus súplicas no fueron atendidas. La consiguiente tragedia demostró su capacidad de predecir.

¿Es Israel hoy la Cassandra del mundo? ¿Y son, el Presidente Hassan Rohani y el Ministro de Relaciones Exteriores Javad Zarif, el caballo de Troya iraní?

Israel tuvo éxito en ayudar a galvanizar la atención del mundo sobre la inminente amenaza del programa nuclear iraní. Sin embargo, ahora hay nuevas caras en la diplomacia pública iraní, figuras que complican un cuadro hecho descarnadamente sencillo por el combativo y ofensivo ex presidente Mahmoud Ahmadinejad.

Con Ahmadinejad en el poder, todo parecía tan claro.

Llamando a un mundo sin Israel, negando el Holocausto, alegando que no hay homosexuales en su país, y cacareando que las mujeres iraníes son las más libres del mundo, se hacía muy difícil verlo como un interlocutor creíble, para casi todos, fuera de Caracas, Pyongyang o Damasco.

Mientras tanto, las centrifugadoras de Irán se mantenían girando mejorando en sofisticación, el desarrollo de misiles continuaba a buen ritmo, y los negociadores iraníes, hábilmente, compraban tiempo sin entregar nada tangible a cambio.

Pero ahora Rouhani y Zarif están en movimiento, empleando medios de comunicación sociales, su fluidez en inglés, promoviendo abundantes apariciones públicas y participando en diplomacia maratónica para enviar un mensaje de compromiso, apertura y moderación.

Y, sin duda, tienen la sensación de que tienen al menos una carta para jugar – la creencia de que occidente realmente no tiene ganas de confrontarse con Irán, con su intrínseco riesgo de un conflicto militar.

La saga Siria podría dar credibilidad a este punto de vista, al menos en sus ojos.

El Parlamento británico, jamás visto, repudió a su primer ministro, obligando a David Cameron a retirar el RU de aquellas naciones que amenazan con represalia militar contra Siria por su uso de armas químicas.

Y la postura estadounidense reveló una fuerte oposición pública a la acción de EE.UU., un Congreso profundamente dividido sobre una resolución de autorización y un presidente que, a algunos, parecía irse por las ramas en la defensa de la «línea roja» que había establecido en relación a Siria.

Ahora aparecen los iraníes de nuevo cuño y la prisa por sentarse con ellos, acogerlos, y discutir simbólicos apretones de manos públicos.

Sin duda, todo esto acompañado del lengua Reaganesco de «confiar pero verificar», pero casi parece un audible suspiro de alivio en algunas capitales occidentales de que se puede encontrar una nueva forma para reducir la intensidad del creciente enfrentamiento, retirarse del borde y negociar como personas razonables.

Mientras todo esto se desarrolla en Nueva York durante la apertura de la Asamblea General de la ONU de este año, así como en toda Europa, una sola voz se esfuerza por ser escuchada, llevando un mensaje discordante – uno que no es del todo bienvenido y que es visto, tal vez, como demasiado beligerante.

Esa voz, por supuesto, es la de Israel.

Tengan cuidado, dicen los funcionarios israelíes. Aprendan del pasado, sea de Munich en 1938 o de Pyongyang en 2005. Midan la política iraní no por palabras seductoras, sino por hechos concretos. Si los sitios de Natanz, Qom y Fordow todavía están ocupados enriqueciendo uranio, no importa lo que Rohani y Zarif digan – o cómo lo digan. Ser metidos en su trampa conlleva el riesgo de que salir cuando ya sea demasiado tarde, e Irán haya llegado al punto de no retorno.

Pero el problema es que si Israel resulta ser Cassandra, el mundo podría no escuchar – y entonces Israel queda en la nada envidiable cuestión de qué hacer a continuación.

Así las cosas, Israel fue el único de los 193 estados miembros de la ONU que no se sentó en la sala a escuchar el discurso de Rohani.

¿Eso ayudó o perjudicó a Israel para presentar su caso? Algunos argumentarían que ayudó al subrayar el peligro y la voluntad de actuar, incluso en soledad. Otros, sin embargo, diría, que Israel sólo demostró su falta de voluntad para escuchar el mensaje, incluso si Rohani resultara ser, por ejemplo, el siguiente Mikhail Gorbachov.

Así que, a menos que Israel quiera seguir encontrándose mayormente solo en el escenario mundial, tendrá que encontrar nuevas maneras de presentar su caso, que no sea sólo hablarles a sus seguidores y a sí mismo. Dar a entender simplemente, por ejemplo, que toda persona que se sienta con Rohani es una versión moderna de Neville Chamberlain o Édouard Daladier, no resolverá el problema.

Por el contrario, sólo ofende y aliena. Hay formas más eficaces y menos estridentes de presentar el caso de precaución, la vigilancia y la fuerza.

De lo contrario, Israel podría terminar convirtiéndose en la Cassandra del siglo XXI, en caso de llegar a tener razón acerca de la vacuidad del nuevo giro de Irán – y acerca del objetivo para el que las centrifugadoras están girando.

David Harris es el director ejecutivo del American Jewish Committee ( AJC ) .

Traducción de José Blumenfeld

 
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