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| martes abril 30, 2024

Una hermandad del dolor


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Es domingo en Jerusalén. Dios acosa tras de cada recodo a quienes lo invocan bajo liturgias hostiles. Hombre sin creencia, soy aquí un extraño. Me trajo una generosidad inesperada: el premio Samuel Toledano, concedido por tan sólo ser fiel a la verdad que es mi oficio.

“Todo poeta es judío”, escribió Marina Tsvetáieva. Lo es todo hombre que sepa que hombre se es sólo en lo trágico. O sea, en la libertad. “Todo poeta es judío”, porque sobre Israel cae la tragedia más pura que haya conocido la historia humana. Todo poeta es judío: precario ser que se confronta a un absoluto que escapa a cualquier sentido. Y, en esa medida exacta, lo es también todo filósofo.

Cuando, en el final de los años setenta, inicié mi Sinagoga Vacía, yo era un hombre joven. Demasiado. Pensaba que al horror del mundo había cura. Los ocho años de encierro en bibliotecas y archivos me enseñaron lo esencial: que el mal estuvo siempre, que el mal es patrimonio de lo humano, que nada nos curará de eso… Y que, por eso precisamente, luchar sin esperanza contra él es lo solo digno. A lo largo del laberinto de manuscritos y venerables ediciones, en la Biblioteca Nacional de la parisina rue Richelieu, en la asombrosa Biblioteca Ets-Haym de Ámsterdam, en tantas otras de nombre menos solemne…, envejecí lo que era necesario que un hombre envejezca para llamarse de verdad un hombre. Sólo entonces, abandonada toda esperanza, percibí vagamente que era posible ser un hombre libre.

Humanas actiones non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere: fue el lema de mi maestro, un pulidor de lentes que, en el siglo XVII, renunció a todo –a todo– salvo al placer arrogante de conocer todo. Da igual si lo conocido duele. Y hay mucho dolor en esos manuscritos de la Comunidad sefardita de Ámsterdam. Hay también la lúcida decisión de sobreponerse al desarraigo con el que 1492 quiso condenar a un pueblo. Pero ese pueblo –¡con qué esfuerzo!– alzó a orillas del Ámstel una patria a su medida: la “Jerusalén del Norte”.

Y hoy aquí, cuatro siglos después y en esta Jerusalén en donde el pueblo judío nos ha devuelto a todos el honor de ser hombres, mi Sinagoga Vacía cierra su último capítulo. Aquí, en el lugar prodigioso en el cual todos somos judíos: hombres del absoluto y de sus paradojas. Hombres libres. Que no olvidarán jamás el dolor del que vienen. En ese dolor intolerable, que la palabra Shoah evoca, me sé hermano de todos los sin nombre, esos cuya batalla libra cada día el Museo del Holocausto y en cada uno de los cuales hubo un absoluto. Que ninguno de esos nombres sea perdido.

Gracias por haber aceptado acogerme en esta hermandad del dolor y de la libertad. Donde, como Tsvietáieva, también yo me sé judío. De elección y teología. Todo filósofo lo es: hombre del desasosiego. Hombre libre. Y sólo un hombre libre puede –como yo lo hago ahora– decir gracias.

 
Comentarios
Denis Mesen

Si tienen el Discurso de Nelly Leone Saschal recibir el Premio Nobel de Literatura, por favor, me poduen regalar una copia, Gracias.

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