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| lunes diciembre 23, 2024

El león de Damasco


Damascus-depth

Cuando yo era pequeño, en los años cincuenta del siglo XX, mi abuela escuchaba por radio una novela llamada El león de Damasco. Era uno de esos culebrones interminables en los que resuenan galopes de caballos y mujeres morenas y guapas esperan ser rescatadas por el hermano bueno mientras el hermano malo las tiene prisioneras en una torre negra, a orillas de un abismo. En esas novelas todo se compraba y vendía, la corrupción de los poderosos era tan terrible que los pobres no tenían ni siquiera pulgas que los obligaran a rascarse porque todas estaban en las alfombras de los ricos; la miseria era total, excepto entre los pocos que gobernaban Damasco, una ciudad laberíntica llena de buenas personas, soñadores y muecines ciegos.

Mi abuela se estremecía de placer cuando llegaba la hora y, junto a su máquina de coser, negra y dorada Singer de elegantes formas, oía la presentación de la serie. Nunca le pregunté qué era lo que más le llamaba la atención. En aquella época los efectos especiales era muy torpes: un serrucho ululaba como el viento; calabazas vacías golpeadas entre sí sonaban como cascos al trote. Los galanes tenían la voz ronca y las doncellas un timbre cristalino. Lo curioso es que mi abuela tenía unos vecinos de Damasco que también escuchaban la novela comentando, más tarde, en la calle, cuáles eran sus inexactitudes y patrañas pero no perdiéndose ninguna emisión. Estos vecinos defendían a los malos, a los príncipes con los que se identificaban, porque sostenían que en su lugar de origen habían dejado jardines espléndidos y mezquitas de ensueño. En su casa todo giraba en torno al jeque de la familia, el pater baboso que fumaba su pipa de agua en el patio y con quien más de una vez vi hablar animadamente a mi abuelo.

No recuerdo ya cuánto tiempo duraba la novela, pero estoy casi seguro de que años, con atmósferas cada vez más envenenadas y lujos inauditos. Cuanto más malos eran los malos más buenos parecían los buenos. Conmovida, mi abuela derramaba alguna lágrima sobre su vieja máquina de exquisita modista si acaso detectaba el callado sufrimiento de los niños y los ancianos que estaban en un segundo o tercer plano de la historia. Desde entonces la palabra Damasco tiene para mí una connotación novelesca, por lo que no me sorprenden sus iniquidades y sus crímenes, el palo y la zanahoria, la mentira y el desprecio de la vida, el culpar a otros de sus propios defectos y perversidades. No me sorprenden su intransigencia ni sus pretensiones culturales. Alli, cuentan los turistas, hasta los santos cristianos son musulmanes. Allí, las sillas y sillones tienen un adhesivo tan fuerte que una vez que te sientas no puedes levantarte en cuarenta años. La mayor parte de los dirigentes del país tienen la raya del trasero borrada de tanto estar sentados. La mentalidad siria es, hay que reconocerlo, tan novelesca, que ahora atribuyen a Israel la epidemia de SMS con la que, dicen, se iniciaron -antes de la guerra civil- las protestas ciudadanas. ¡Como si a Israel le interesara desestabilizar la región y no tuviera otra cosa que hacer que teclearles mensajes a los sirios! En cuanto a la guerra civil, mejor no hablar. Europa se frota las manos vendiéndoles armas a los contendientes.

Un día le pregunté a mi abuela, tras oír los fragmentos de música árabe que pasean para acompañar el serial, a quién estaban torturando del otro lado de la puerta, ¡tan angustiosos me parecían algunos de los tonos y quejidos de las voces de las cantantes! Por supuesto que mi querida abuela no pensaba eso, para ella todo era hermoso, romántico, seductor, pues como buena crédula estaba segura de que la muchacha sería rescatada y al final ella y su amante comerían perdices y serían felices, volvería la paz al reino y la justicia regresaría para morar entre las gentes de buena voluntad. Seguramente será por eso que yo, que ahora tengo su edad de entonces, tiendo a pensar lo mismo. Finalmente, y en Damasco, tras el desastre y el genocidio, las cosas mejorarán. Los perversos se darán a la fuga y la auténtica nobleza de corazón brillará para ejemplo de todos. Hasta los viejos y legañosos leones del zoológico sonreirán a los niños cuando acabe, si es que acaba, la violencia y la injerencia extranjera no impide que los sirios encuentren su camino hacia la libertad.

 
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