1. ¿Qué hacer con la solidaridad?
Es sabido que no hay pueblo que despierta más solidaridad internacional que el palestino. Hay muchísimos musulmanes y no musulmanes que estarían dispuestos a matar hasta el último judío en el Estado de Israel – e incluso fuera de él – en aras de esta muy publicitada solidaridad. Pero claro, la solidaridad es con la causa, no con los palestinos concretos.
Cuando está en juego, por ejemplo, el trato a los palestinos en países árabes como Líbano, Siria o los emiratos del Golfo, la actitud es más bien poco fraternal. En el mejor de los casos, son extranjeros tolerados.
Tampoco hay una especial simpatía por los cadáveres palestinos cuando han adquirido la condición de tales no por balas israelíes sino por las de sus propios hermanos árabes. En esos casos, su destino es seguido por un muy discreto silencio. Nada de protestas, ni manifestaciones, ni manifiestos. Los profesionales de la indignación se enferman de distracción súbita.
Esto es lo que está sucediendo con los palestinos del campo de refugiados de Yarmuk, en Siria, que mueren de inanición debido al sitio implacable del Ejército de Bashar al-Assad, que no permite ingresar ningún alimento.
La causa es que un número de hombres armados contrarios al régimen de Al Assad se refugiaron en el campamento y que el Ejército sirio exige que sean entregados, algo difícil de hacer para familias desarmadas.
Según informó UNRWA, la organización de ayuda de Naciones Unidas, unos 20.000 palestinos enfrentan la muerte por hambre. El sitio, que se inició en julio del año pasado, ya ha provocado 37 víctimas mortales. La OLP condenó el bloqueo en varios comunicados y exigió su cese, pero prácticamente no pudo hacer nada para impedir que continúe.
La situación de los palestinos sitiados es cada día más desesperante. Sin embargo, hay entre ellos quienes piensan de manera diferente: la organización palestina radical «Frente Popular por la Liberación de Palestina – Comando General» es leal al Gobierno de Al Assad y colabora con el Ejército sitiador en el asedio por hambre a sus hermanos.
2. ¿Qué hacer con la ciudadanía?
En el Parlamento israelí de 120 escaños, hay 12 diputados árabes que representan a la minoría árabe en Israel. Esos parlamentarios, en su mayoría, han competido en demostrar su simpatía por los palestinos de Cisjordania y Gaza y en identificarse con posiciones hostiles hacia el Estado de cuyo régimen democrático ellos forman parte.
Ésto, obviamente ha hecho un magro favor a sus votantes, ya que su política ha llevado a que la mayoría judía mire a los árabes israelíes con desconfianza y que vea en ellos una potencial quinta columna.
Por otra parte, la orgullosa exhibición de identidad palestina de los voceros de la minoría árabe llevó a los dirigentes israelíes a una conclusión lógica: los árabes israelíes aguardan con impaciencia la creación de un Estado palestino para unirse a él. Pero los hechos contradijeron de plano lo que parecía tan evidente.
Alcanzó que se hablara de transferencia de poblaciones y del traspaso de árabes israelíes al territorio del futuro Estado palestino en las negociaciones tripartidas de israelíes, palestinos y norteamericanos, para que los representantes árabes israelíes saltaran de indignación.
El diputado Ahmed Tibi, ex asesor de Yasser Arafat (¿alguien se imagina a un ex asesor judío de un primer ministro israelí como diputado en un país árabe?) declaró: «Esta propuesta imaginaria trata a los árabes como si fueran piezas de ajedrez que pueden moverse según el antojo de los jugadores».
Otro parlamentario, Afu Igbarriyeh, afirmó que «los ciudadanos de un país democrático no son rehenes de su Gobierno».
El periodista árabe-israelí, Khaled Abu Toameh, comentó: «Lo que los miembros árabes de la Knéset (Parlamento israelí) no dicen abiertamente es que no desean despertarse una mañana y descubrir que son ciudadanos de un Estado palestino. Es mucho más fácil para ellos acusar a Israel de racismo que admitir que no desean formar parte de ningún Estado palestino».
3. ¿Qué hacer con el Ejército?
«Los cristianos hacen fila para unirse al Ejército israelí» es el título de un artículo de Pierre Kochendler de la agencia IPS (Inter Press Service) y se refiere a la creciente identificación de los árabes cristianos con el Estado de Israel a la luz del alarmante incremento de las persecuciones de las que son víctimas en los países árabes de Oriente Medio. De él tomamos la mayor parte de la información, pero la redacción y las conclusiones son nuestras.
Los 130.000 cristianos en Israel constituyen una minoría dentro de una minoría, pero son cristianos muy especiales, descendientes de los primeros cristianos en Tierra Santa.
En Katzrin, en los Altos del Golán, representantes del Ejército israelí, con el apoyo y la iniciativa del sacerdote griego ortodoxo Gabriel Nadaf, explican a jóvenes graduados secundarios los méritos de servir en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Anán Nitanes, uno de los jóvenes presentes está entre los dispuestos a reclutarse: «Israel me da muchísimo y yo tengo un deber para con el país», destacó.
Pero esa no es la opinión de todos. La campaña del sacerdote Nadaf para que los jóvenes árabes cristianos se enrolen en las FDI, tiene sus escépticos y sus opositores. Uno de los primeros es el capitán de barco, Bishara Shlayan, que vive en Nazaret, una ciudad que una vez estuvo dominada por iglesias cristianas y en la que actualmente dos tercios de los habitantes son musulmanes.
Shlayan aseguró que «los judíos nos llaman árabes. Para los musulmanes somos cristianos. Somos cristianos israelíes, punto». Un opositor, Azmi Hakim, presidente de la comunidad ortodoxa griega en esa ciudad galilea reaccionó: «Somos cristianos palestinos, y somos parte integral del pueblo palestino. No existe ninguna esquizofrenia». Pero las discrepancias entre ellos son fuertes. Shlayan apoya al Partido Cristiano que postula una mayor lealtad hacia Israel. En su opinión «los ciudadanos árabes gozan de seguridad, pero en su fuero interno sueñan con la destrucción del Estado hebreo. Lo que pase con los judíos nos va a pasar a nosotros».
Hakim, por su parte, rechaza la acusación de Shlayan: «Este Ejército ocupa Palestina. Mi Estado combate contra mi pueblo. El Foro para el Enrolamiento de Cristianos es una conspiración sionista para separar a los cristianos del resto de los palestinos».
Pero evidentemente, el padre Nadaf está teniendo éxito. En 2012 sólo 35 cristianos servían en las FDI; en 2013 aumentaron a 100; además, otros 500 hacen servicio civil.
El viceministro de Defensa israelí, Danny Danón, aseguró a los jóvenes que la lealtad tiene claras ventajas. Por ejemplo, se adjudicarán terrenos para la construcción de casas a quienes se alistaron en las FDI.
Kochenhendler concluye su artículo con cautela: «Por ahora, la juventud árabe cristiana parece ver en el servicio militar una forma de comunión con Israel, la conversión de ser árabe a ser israelí, un rito de pasaje de ser rechazado a ser aceptado y a poder vivir plenamente la condición cristiana en una región precaria».
Lo que no dice el periodista de IPS es que los jóvenes cristianos, al igual que los diputados árabes, temen que en un Estado palestino crezca la intolerancia religiosa contra ellos así como en los demás países musulmanes de la región. Y, por otra parte, prefieren la seguridad de un país moderno y democrático donde las discrepancias se arreglan, bien o mal, con discusiones en el Parlamento, a la incertidumbre de un país dividido donde las diferencias suelen dirimirse con las armas.
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