La reciente caída de Faluya (Irak) en manos de un grupo vinculado a Al Qaeda supone un desagradable recordatorio de las vidas y recursos norteamericanos dedicados en 2004 y 2007 al control de la ciudad; tanto esfuerzo a cambio de nada. De forma análoga, destinar cientos de miles de millones de dólares a modernizar Afganistán tampoco evitó laliberación de 72 prisioneros que han atacado a norteamericanos.
Estos dos ejemplos apuntan a una conclusión más amplia: las enfermedades están tan arraigadas en Oriente Medio (con la destacable excepción de Israel) que los poderes exteriores no pueden curarlas. He aquí un rápido resumen:
Se agota el agua. Una presa que se está construyendo en el Nilo Azul, en Etiopía, amenaza de forma sustancial con cortar el principal suministro de agua a Egipto, en una cantidad devastadora y durante años. Siria e Irak sufren de crisis hídricas porque los ríos Tigris y Éufrates se están muriendo. Las plantaciones de wat, una planta narcótica, absorben tanto de los limitados recursos de agua del Yemen que Saná puede ser la primera capital moderna en ser abandonada debido a la sequía. Planes de cultivo de trigo muy mal planteados en Arabia Saudíta han agotado los acuíferos.
Por otra parte, la presa de Mosul, en Irak, muy mal construida, podría venirse abajo, con lo que medio millón de personas se ahogarían y muchas más se quedarían sin electricidad ni alimentos. Las aguas residuales inundan Gaza. Muchos países sufren cortes de electricidad, sobre todo en medio del opresivo calor veraniego, que habitualmente llega a alcanzar los 50 grados.
También está desapareciendo la gente. Tras experimentar un gran y perturbador aumento de la población joven, la tasa de natalidad de la región se está hundiendo. Irán, por ejemplo, ha experimentado la mayor caída en la tasa de natalidad jamás registrada en cualquier país, pasando de 6,6 hijos por mujer en 1977 a 1,6 en 2012. Esto ha provocado lo que un analista ha denominado pánico apocalíptico, que alimenta la agresividad de Teherán.
Escuelas pobres, Gobiernos represores y costumbres sociales arcaicas aseguran unas tasas de crecimiento económico abismales. La hambruna acecha a Egipto, Siria, Yemen y Afganistán.
Unas vastas reservas de petróleo y gas han distorsionado prácticamente todos los aspectos de la vida. Monarquías pseudomedievales en miniatura, como Qatar, se convierten en potencias mundiales surrealistas que juegan a la guerra en Libia y en Siria, indiferentes ante las vidas que destrozan, mientras una enorme clase marginada de obreros extranjeros oprimidos trabaja duramente y una princesa hace uso del mayor presupuesto para compras de arte de la historia de la Humanidad. Los privilegiados pueden satisfacer sus impulsos crueles, protegidos por sus contactos y su dinero. Prospera el turismo sexual a países pobres, como la India.
Las tentativas de establecer una democracia y participación política o bien se desvanecen, como en Egipto, o alzan a fanáticos que camuflan hábilmente sus intenciones, como en Turquía. Los intentos de derrocar a tiranos codiciosos conducen a unos tiranos ideológicos aún peores (como en Irán en 1979) o a la anarquía (como en Libia y en Yemen). A menudo uno desea que ambos bandos pierdan. El imperio de la ley sigue siendo un espejismo.
El islamismo, que ahora mismo es la ideología política más dinámica y amenazadora, queda resumido en una morbosa declaración de Hamás a los israelíes: “Amamos la muerte más de lo que vosotros amáis la vida”. Poliginia, burkas, mutilación genital y crímenes de honor convierten a las mujeres de Oriente Medio en las más oprimidas del mundo.
La vida en el Medio Oriente está sometida a graves discriminaciones (a menudo oficiales) basadas en motivos tales como religión, secta, etnia, tribu, color de piel, nacionalidad, sexo, orientación sexual, edad, nacionalidad, trabajo o discapacidad. La esclavitud sigue siendo una plaga.
Las teorías de la conspiración, el fanatismo político, el resentimiento, la represión, la anarquía y la agresión dominan la política regional. Las nociones modernas respecto al individuo siguen careciendo de fuerza en unas sociedades en las que continúan imperando los lazos primordiales de familia, tribu y clan.
Oriente Medio padece el impulso de acabar con países enteros. Israel es la víctima potencial más conocida, pero Kuwait desapareció realmente durante medio año, y el Líbano, Jordania y Bahréin podrían ser engullidos en cualquier momento.
Los mesoorientales emplean enormes cantidades de sus riquezas en servicios de inteligencia y en ejércitos, creando fuerzas redundantes que se controlan mutuamente. Se van al extranjero a comprar tanques, barcos y aviones de capricho. Destinan recursos ingentes a armas químicas, biológicas y nucleares, y a las plataformas para lanzarlas. Incluso grupos terroristas, como Al Qaeda, conspiran para adquirir armas de destrucción masiva. Los métodos terroristas punteros se desarrollan en Oriente Medio.
El fracaso económico y político provoca enormes masas de refugiados; los afganos han constituido la mayor población mundial de refugiados desde los años 80; ahora los sirios amenazan con superarlos, sembrando la pobreza y el caos en sus países de acogida. Almas desesperadas tratan de abandonar la región a toda costa, en pos de los países occidentales, y más de unos cuantos mueren por el camino. Quienes lo logran llevan las enfermedades de su región a países tan pulcros como Suecia o Australia.
Los diplomáticos del siglo XIX llamaban al Imperio Otomano “el enfermo de Europa”. Ahora, yo llamo a todo Oriente Medio “el enfermo del mundo”. Llevará varias décadas remediar los odios, el extremismo, la violencia y el despotismo de la región.
Mientras se produce este proceso, si es que lo hace, el mundo exterior hará bien en no malgastar sangre y recursos en redimir a Oriente Medio (una tarea inútil), sino enprotegerse de las múltiples amenazas de la región, desde el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS) y los harenes, al megaterrorismo y el pulso electromagnético.
Middle East Forum-Daniel Pipes
http://www.danielpipes.org/13977/sick-middle-east
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