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| jueves diciembre 26, 2024

La vida de Nusia Stier de Gotlib, sobreviviente del Holocausto, plasmada en una novela: La niña y su doble, de Alejandro Parisi.

La chica judía que salvó su vida a costa de perder su identidad

Para protegerla, su padre le consiguió el documento de una niña ucraniana de su edad que había fallecido y ella adoptó su nombre y su religión. Nusia le contó a Tiempo Argentino la forma en que logró sobrevivir al horror nazi.


nusia

Entre los 11 y los 17 años Nusia Stier, judía, polaca, fue Stanislawa –Slawa– Jendrus, católica, ucraniana. El cambio de nombre, religión y nacionalidad era la diferencia entre la vida y la muerte. En 1939, la ciudad en la que vivía, Lwow, fue invadida por los rusos que años antes habían matado a su familia materna y, dos años más tarde, por los nazis. Nusia consiguió el documento y adoptó la identidad de una chica de su edad que había fallecido. Para salvarla, su padre la llevó a un orfanato para niños ucranianos. Allí fue adoptada por la mujer de general Bezruchko, quien había participado de la muerte de judíos. Su madre adoptiva sólo se enteró de su verdadera identidad al terminar la guerra. Su padre biológico y su hermana murieron y ella se reencontró con su verdadera madre con quien viajó hacia la Argentina.

Su historia fue recogida por el escritor Alejandro Parisi, quien la noveló sin apartarse nunca de los datos reales. El libro insumió un año de trabajo en el que Nusia volvió a recorrer su historia ante el escritor. El producto de ese encuentro fue La niña y su doble, un texto que permite asomarse a la dolorosa historia de una víctima del Holocausto que no pasó por un campo de concentración, pero que perdió a sus seres queridos y pagó el precio de negar su identidad para convertirse en otra.

–¿Qué significa cambiar de identidad?
–Significa ser otra persona o tratar de ser otra persona. Y eso se hace a base de mentiras. Hay que inventar cosas, pero el riesgo de esto es que de una mentira a otra uno se olvida de lo que dijo. Eso fue difícil.
–Con connotaciones mucho más trágicas, lo suyo tuvo algunos puntos de contacto con el trabajo de un actor porque, para ser otra persona, hay que creerse que uno es otra persona.
–Exactamente, ese fue mi caso. Muchas veces llegué a creer que realmente era la hija del general Bezruchko y por eso actuaba con tanta seguridad.
–Eso se ve claramente en un pasaje del libro en que se narra que mientras usted se dirigía a la casa de sus padres adoptivos donde se daba una fiesta, un soldado alemán la increpa en la calle y le dice judía a modo de insulto. Luego, usted encuentra a ese soldado en la fiesta dada por sus padres adoptivos y cuenta lo que pasó. El superior del soldado le pega por haberse atrevido a llamar judía nada menos que a la hija del general Bezruchko.
–Sí, yo lo señalé al soldado y le dije a Claudia, mi madre adoptiva, que el soldado me había señalado y me había gritado judía. Tuve mucho coraje porque me dio mucha rabia. Yo le explicaba en ucraniano que no era judía, que era ucraniana y él insistía en que no lo era. En un momento me arrancó el tapado y vio que yo estaba vestida con el traje nacional ucraniano. Ahí fue cuando él se sorprendió y me dijo que me fuera. Entonces pensé: «Yo me voy a vengar de ti.»
–¿Cómo fue para usted, judía, convivir con una familia antijudía? Su padre adoptivo había sido el responsable de la muerte de muchos judíos.
–Sí, él era el primer ayudante de Symon Petliura (NdR: Petliura fue durante un breve período presidente de Ucrania y llevó a cabo varios pogromos en los que murieron miles de judíos).
–¿Qué le generaba que él fuera su padre adoptivo?
–En aquel tiempo él ya era una persona muy vieja y no estaba muy bien de la cabeza. En la casa de mis padres adoptivos nunca se habló de los judíos. Ellos se sentían por encima de esas cosas. Hablaban de la independencia de Ucrania, de cosas relacionadas con la política, pero no de los judíos.
–En la novela da la impresión de que su madre adoptiva era discriminatoria respecto de los judíos.
–Yo no lo creo así. Una sola vez la escuché decir, al ver a un grupo de judíos: «Ah, todavía hay judíos.» Para ellos los judíos no eran un tema porque se sentían más arriba de eso.
–Cuando terminó la guerra, usted quedó en una situación muy particular.
–Sí, porque no tenía a dónde ir.
–Pero además la perseguían los ucranianos.
–Sí, eso fue un poco más tarde, cuando decidí volver a Polonia porque supe que mi madre biológica estaba viva. Ahí sí, los ucranianos comenzaron a perseguirme.
–Los ucranianos la acusaban de traición y además, como judía, había vivido entre gente antijudía. ¿Usted se sentía una traidora?
–Los ucranianos me persiguieron porque yo conocía sus actividades y temían que los delatara. No olvide que quienes «cuidaban» a los judíos y no judíos que estaban en los campos de concentración en su mayoría eran ucranianos. Ellos temían que yo delatara a los que habían actuado en los campos de concentración. Pero yo estaba tan acostumbrada a vivir entre ellos que cuando fui a pedir mis papeles al consulado polaco de Salzburgo y me pidieron los nombres de los que habían sido guardias en los campos, no los di. Tenía cierto sentimentalismo. Que ahora esté arrepentida es otra cosa, pero eso fue lo que hice en aquel momento porque había convivido con ellos.
–¿Está arrepentida realmente?
–Sí, porque eran asesinos. Eran peores que los alemanes nazis.
–¿Cómo recuerda desde hoy esa época?
–Creo que la recuerdo cada vez menos. O quizás uno quiere recordarla menos. Es posible que uno quiera recordarla cada vez menos porque recordar de manera permanente hace que uno se sienta mal. Para poder vivir, los recuerdos a la larga tienen que ser buenos.
–Usted no pasó por un campo de concentración, pero es una sobreviviente. ¿Se siente como tal?
–Sí, soy una sobreviviente, pero hay que entender que uno está vivo y que tiene que pasar la vida lo mejor posible. Para vivir hay que olvidar, de lo contrario uno siempre se va a amargar con el pasado.
–De todos modos, usted recuerda y recuerda tanto como para haberle contado su historia a un escritor con el objetivo de que él escribiera una novela. ¿Por qué decidió contar su historia y hacerla pública?
–Porque insistieron mis hijos y especialmente mi nuera. Mis hijos sabían muchas cosas de cómo pasé yo la guerra y cómo la pasó mi marido. Mi nuera insistió en que todos debían saber lo que había pasado precisamente para que no pase nunca más.
–¿Qué le produjo recorrer tan pormenorizadamente esa historia dolorosa?
–Tengo muy buena memoria y hablando lentamente con el escritor, la memoria vuelve. Uno dice una palabra y comienzan a llegar los recuerdos. Nos reunimos durante un año para que él reuniera el material para el libro.
–Es decir que estuvo todo un año instalada en sus recuerdos.
–Sí, pero por suerte el escritor era muy discreto. En algunos momentos, cuando los ojos se me llenaban de lágrimas él giraba discretamente la cabeza para que yo no me sintiera mal.
–¿Además de dolorosa la experiencia fue también liberadora?
–Sí, porque algunas cosas mis hijos no las sabían porque yo nunca las contaba.
–¿Su padre fue amigo de los rusos porque los admiraba o como una forma de pasar inadvertido?
–Creo que los admiraba. Así como mi mamá los odiaba, él simpatizaba con ellos.
–¿Qué edad tenía usted cuando vio por última vez a su padre?
–Tenía 11 años. Mi hermana siempre estaba al lado de mi madre y yo, siempre al lado de mi padre.
–¿Por qué su padre eligió que fuera usted la que se internara en un hogar para niños ucranianos huérfanos y no su hermana?
–Porque eso dependía de los documentos que uno pudiera tener. Mi hermana era mayor que yo y mi padre consiguió los documentos de una chica ucraniana fallecida que tenía más o menos mi edad. Yo soy del año ’30 y el documento era del año ’31. Había que encontrar documentos apropiados a la edad que cada uno tenía. Mi hermana también consiguió después documentos, pero la pescaron en un control en que había un nazi y un ucraniano. Ella mostró sus documentos y el nazi le dijo que se fuera, pero el ucraniano insistió en que ella era judía. Incluso el alemán le dijo: «¿Y a vos qué te importa que sea judía, dejala ir, es una linda chica?» Pero el ucraniano no la dejó ir y la llevó a un campo de exterminio. El muchacho polaco que la acompañaba cuando la detuvieron fue a avisarle enseguida a mi padre. Mi padre habló con un alemán nazi que conocía para que intercediera, pero cuando este llegó al campo de exterminio a mi hermana ya la habían fusilado.
–Su padre, que codirigía una casa en la que se hacía ropa, entabló una relación con los nazis que le permitía sobrevivir y también ayudar a otra gente. ¿Por qué se quebró esa relación?
–El director general de la fábrica era un alemán que no era nazi. Mi padre era algo así como un subdirector. Había cuatro subdirectores. Cuando los nazis llegaron a nuestra ciudad, el director, que era un ingeniero textil, les dijo a todos que él los iba a salvar. En esa fábrica se hacían los uniformes alemanes y también se los reparaba. El director les dijo a todos los subdirectores que los iban a llevar a un campo de exterminio, pero que él los iba a ir a buscar y les iba a dar uniformes alemanes para que se metieran en el tren que iba a Rumania. Al llegar a ese campo, mi padre creyó que no los iba a salvar y se arrojó por una ventana del tercer piso, se quebró una pierna y los nazis lo fusilaron. Los otros tres subdirectores se pusieron los uniformes alemanes, se metieron en el tren y se salvaron.
–En el libro hay una escena increíble, que es cuando usted le confiesa a su madre adoptiva, Claudia, que es judía.
–Sí, a ella no le molestó, no me hizo ningún reproche. Incluso le mandó una carta a mi madre diciéndole cuánto me quería. Nunca tuvo un gesto que yo pudiera criticarle. «

 
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