En relaciones internacionales las explicaciones tienden a ser excesivamente rígidas y las realidades excesivamente flexibles. Un síntoma difícil de comprobar es aquel que compara a los Estados con esas cajas negras de los aviones en las que lo que ocurre en el interior no afecta su comportamiento al exterior.
Justamente contra este supuesto se dirige la llamada teoría de la paz democrática, quizás el tema de mayor solidez teórica en relaciones internacionales. Existe algo en el mundo que merece ser explicado: las democracias pelean tanto como las dictaduras, pero no pelean entre sí. Las democracias no se hacen la guerra.
Las explicaciones de esta paz democrática apuntan hacia un mismo lugar: todo político quiere permanecer en el cargo el mayor tiempo posible. En un país libre y democrático esto se logra mediante la provisión de buenas políticas públicas. Perder – o no ganar – una guerra no es una buena política pública.
Entonces, las democracias se vuelven más selectivas en los conflictos que deciden pelear y tienden a resolver los problemas entre sí mediante la negociación. Por ello, las excepciones históricas de democracias que atacan otras democracias mucho más débiles son interpretadas como imperialistas y/o bien sujetas a criterios extremos de seguridad.
Quizás ningún episodio histórico complicó más la teoría de la paz democrática que el actual conflicto que mantiene Israel con la Autoridad Palestina.
Israel es la única democracia consolidada en Oriente Medio; por su parte la organización institucional de la Autoridad Palestina podría convertirla en un ente musulmán que marcha en dirección a la democracia electoral.
Así, este conflicto regional es una guerra entre dos partes avanzadas de la zona en lo que a procesos democráticos se refiere, cada una con su diferente período de tiempo, sus grandes aciertos, sus tremendos errores, sus éxitos y sus fracasos.
El problema reside en que a veces, vemos países sin ver Estados, mientras que la teoría de la paz democrática determina que es justamente el Estado el actor central de las relaciones internacionales. Esto supone dos cosas: una, que el Estado debe existir y otra, que no haya ningún otro representante dentro del territorio nacional que domine las relaciones internacionales del país. Ambos elementos fallan en la Autoridad Palestina y en la política de avestruz que el Gobierno israelí mantiene para con los habitantes de los asentamientos judíos en Cisjordania y especialmente para con su dirigencia.
Palestina es un pseudo Estado residual, discontinuo entre Gaza y Cisjordania, casi sin capacidades recaudatorias o comerciales propias, parcialmente conquistado militarmente por Israel y secuestrado por Hamás.
Hamás y el movimiento mesiánico judío colonizador no tienen aspiraciones democráticas. Las bases esenciales de la democracia sólida, que admiten y exigen todo tipo de libertades individuales y generales, no van incluídas en sus plataformas ni agendas políticas ni en su orden verticalista y discriminatorio de proceder.
Así, las aspiraciones más importantes de Israel – a nivel estratégico – deben ser el fortalecimiento de un futuro Estado democrático palestino y la de no titubear en aplicar las leyes contra todos aquéllos elementos separatistas internos que no dudan en violarlas aún a costa de poner en peligro la seguridad de su propio Estado. Ese debe ser también el reclamo internacional, y ese sería el mejor escenario para que los actuales gobiernos de dichos pueblos sigan negociando un acuerdo.
En época de Pesaj se acostumbra a enunciar deseos: Si ese llegara a ser el resultado de este proceso, podríamos ver en el futuro a dos democracias electorales en dos Estados, que no carecerán de conflictos entre ellos, pero que podrán intentar resolverlos por medio del diálogo y no exclusivamente por la fuerza.
El tiempo no sobra; la carrera es contra el terrorismo, el fanatismo ultranacionalista y religioso, la marginación, la desesperación y un Oriente Medio nuclear.
La paz democrática; una paz de mutuo reconocimiento y respeto; una paz que libera. Una paz en la que Hamás y el movimiento ultranacionalista colonizador judío no quieren tener cabida.
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