No son estos buenos días para acaparar el interés y recibir la compasión de la gente, ocupados globalmente en los resultados del Mundial de Brasil. Los homenajes (como el planeado minuto de silencio por las víctimas de AMIA al inicio del partido Argentina-Irán) no fueron aceptados por la organización que mide los segundos de emisión planetaria en millones de dólares, ni las múltiples cámaras en los estadios se fijaron en las pancartas por los tres chicos israelíes secuestrados y asesinados. Irak y el califato yihadista tendrán que esperar hasta que sepamos quién es el campeón.
No es la primera vez que el fútbol logra distraer las miradas mundiales de la muerte. En 1978, Argentina presentó al mundo un campeonato en medio de una Guerra Sucia particular que se cobró decenas de miles de muertos y “desaparecidos”, pero que durante los días de gloria de Kempes logró que la insurgencia y los militares pactaran una tregua. Justamente días antes del inicio del siguiente encuentro, ya en tierras hispanas en 1982, la misma dictadura se veía envuelta en la Guerra de las Malvinas frente al Reino Unido, mientras que en Israel comenzaba la que, a posteriori, se llamaría Primera Guerra del Líbano.
En 1986, dos días antes que todo el mundo aprendiese a decir Maradona, más de una docena de personas resultaron heridas en el aeropuerto madrileño al estallar una bomba oculta en una maleta que iba a ser embarcada en un avión israelí. En 1990, sin embargo, Sadam Hussein no quiso perder protagonismo y postergó su invasión del vecino Kuwait al mes siguiente de la final en Italia. Por el contrario, 1994 fue un año excepcionalmente pacífico, así como 1998. Pero el siglo XXI comenzó reventando muchas burbujas y sueños, y en 2002 ya todo el mundo sabía decir Al Qaeda y Bin Laden, y cuatro años más tarde, los protagonistas eran actores muy frescos aún en la memoria, como Corea del Norte, Hamás en Gaza y los comienzos de la carrera nuclear de Irán. Ayer mismo, en 2010, mientras las vuvuzelas surafricanas proclamaban el éxito de la selección española, unas 74 personas que miraban el partido por la televisión en Kampala, Uganda, fueron asesinados por Al Shabab, la filial somalí de Al Qaeda, organización yihadista que en estos días justamente ha perdido su hegemonía al frente de la Guerra Santa mundial, desplazada por los descerebrados nostálgicos del califato que ya dominan el norte de Siria e Irak.
¿Coincidencia? La verdad es que cada vez es más difícil encontrar un período de algunas semanas en el que la muerte y la violencia más atroz no estén en el trasfondo, como invitados invisibles de nuestra cotidianeidad, mientras vitoreamos a las selecciones y los colores de nuestra modernidad tribal. Quizás sea la única manera de superar el dolor de la realidad. Si no existiera algo así, seguramente habría que inventarlo.
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