Parte el corazón ver a un niño muerto. Sea como este pequeño muerto en Gaza o como las decenas que han muerto regularmente en cada bombardeo lanzado por las fuerzas de Assad en las ciudades sirias asediadas.
Hemos visto muchas imágenes de niños muertos allí en Siria. Fotografías de habitaciones enteras con los cadáveres de los pequeñitos alineados, muchas veces todos casi de la misma edad. Y parte el corazón. Hemos visto muchas menos fotografías de los niños calcinados en las iglesias del norte de Nigeria. Allí el islamismo los ha hecho arder con sus padres, muchas veces aún vivos, por el mero hecho de ser cristianos. Allí no hay indignación, ni sagrada ni fingida, por esas muertes. Hay resignación. No se sabe si por haber tanta fe o tantísima falta de esperanza.
En Gaza es distinto. En Gaza cada niño muerto es objeto de decenas de miles de fotos que quedan para siempre en la retina y la memoria de las sociedades occidentales no acostumbradas a ver niños muertos en su entorno. Es hasta cierto punto normal porque no hay tantos niños muertos como en otras partes. Gaza City es, con algunos barrios en el Cairo y en algunas ciudades de la India y Asia, uno de esos núcleos urbanos de mayor densidad de población que existen.
Cualquier explosión, sea cual sea su origen, causa por necesidad muertos. Aún así, mientras los bombardeos en Aleppo y Homs en Siria causan decenas de muertes siempre, las operaciones militares israelíes desde el aire se saldan con muy pocas. A veces solo con algún herido si el objetivo fue un edificio de la infraestructura de Hamás. Pese a ello y pese a violaciones con lanzamiento de cohetes durante mucho tiempo intermitentes sobre Israel, el Gobierno de Netanyahu ha mantenido el alto el fuego acordado en 2012. Y hubiera seguido así, si tras el secuestro y el vil asesinato de tres jóvenes judíos y uno palestino, Hamás no hubiera roto la baraja. Porque Hamás vio la oportunidad de abrir un frente de conflicto, recuperar algo de credibilidad entre una población harta de su ineficacia en la gestión y sobre todo llenar su depauperada hucha con fondos de dentro y fuera.
Para eso, hace falta el niño muerto que ya tienen. El niño muerto que desean tanto cuando hay conflicto, que no faltan ocasiones en que lo han presentado sin haberlo. Como otros muertos adultos. Hace bien Reuters en decir que el niño está muerto y que lo está debido a las bombas. Porque la agencia sabe que sus fotógrafos, como la mayoría de los cámaras que graban desde dentro, son quienes son. Y trabajan para una agencia, pero también, para una parte del conflicto.
Por desgracia ahora hay muertos y heridos de verdad. No han sido pocos los casos en los que se ha demostrado después la falsedad de la acción, de los muertos y el decorado.
Si mencionábamos la diferencia de valoración que se hace en Europa y especialmente en España, entre un niño muerto en Gaza y miles muertos en Siria, no se puede pasar por alto la profunda vileza en el agravio comparativo en España, en la cobertura y lamento de las muertes de los tres chicos judíos y el palestino muerto en represalia por la acción de unos ultras judíos ya detenidos. Los tres judíos secuestrados, torturados y muertos a sangre fría apenas recibieron mención como pretexto de supuestas «fuerzas ocultas» de Israel para secuestrar y asesinar al joven palestino.
Cuando el Estado de Derecho que es Israel, detuvo a los presuntos autores del asesinato del palestino, nadie enmendó sus acusaciones. Y por supuesto, nadie se acordó de los tres adolescentes judíos ni de sus asesinos, jaleados como héroes en la parte palestina. Pues igual que Israel detiene a sus asesinos, mientras Hamás aplaude a los suyos, Israel lamenta hasta la última muerte de un niño palestino mientras Hamás celebra como triunfo cualquier muerte de un niño judío y palestino. Hamás ha tenido que hacer muchos esfuerzos para llevar al Gobierno de coalición israelí a la decisión de actuar en Gaza.
Israel sabe tan bien como los islamistas palestinos, el muchísimo daño que esas imágenes le hacen en el mundo. E intenta evitar a ese niño muerto a toda costa. Por eso no quiere entrar en Gaza y solo lo hace cuando no tiene más remedio. Por eso hace bombardeos extremadamente limitados para destruir casas concretas muchas veces avisando del objetivo. Por eso no hace, como haría cualquier otro contendiente en una guerra, un bombardeo más intenso, sino pone en riesgo a sus soldados en los laberintos urbanos de Gaza, repletos de trampas.
Israel asume bajas para evitar precisamente a ese niño muerto palestino, que tan obscenamente han provocado con sus cohetes contra poblaciones israelíes quienes los utilizarán en su contra. Ahí están quienes sostienen de forma irracional que Israel mata niños porque quiere. Cuando si quisiera Israel podría hacer cualquier cosa. Menos evitarlos totalmente en combate.
Mención aparte merece toda esa baba antisemita que pringa tantas páginas y comentarios en los medios y en las redes sociales en España. La judeofobia y el antisemitismo son un elemento esencial e incondicional del totalitarismo. Esa es una regla sin excepción.
Ahora que surge con fuerza en España una opción totalitaria de extrema izquierda, rebrota, como si con su hermano el nazismo se tratara, esa proclamación de la miseria humana que es el odio al diferente y a la pregunta, los dos elementos básicos de la percepción del judío en el mundo. De ahí, el coro que se une a los enemigos de la libertad en esta desigual lucha en la que para Israel es una pesadilla un niño palestino muerto, mientras para Hamás, el mejor sueño acariciado es cubrir las calles israelíes de cadáveres de niños judíos.
Excelente comentario.