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| domingo diciembre 22, 2024

La realidad de Israel


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Manifestante palestino devuelve una granada de gas lacrimógeno contra los soldados israelíes cerca de la ciudad de Naplusa, Margen Occidental. Foto Alaa Badarneh

La última guerra desencadenada por Hamas contra Israel está ahora en su segunda semana.

La esperanza de un pronto final se desvaneció cuando una propuesta de alto el fuego mediada por Egipto fue aceptada por Israel, pero se encontró con una nueva andanada de cohetes de Hamas dirigidos contra el estado judío.

Israel está tratando con una situación que ningún otro país democrático ha tenido que enfrentar en los últimos años – aunque, con una Corea del Norte armada hasta los dientes e impredecible justo al lado, Japón y Corea del Sur pueden estar en la mejor posición para comprender el poco envidiable desafío de Israel.

Trate de imaginar que un vecino de Estados Unidos ha contrabandeado o ensamblado miles de misiles con un alcance de cientos de kilómetros, y que el vecino ha declarado que su objetivo es infligir el mayor daño posible a nuestro país, cuya legitimidad no reconoce.

¿Qué haría nuestro gobierno?

Podría enterrar su cabeza en la arena simulando que la amenaza no existe, hasta que un día el primer misil venga volando a través de la frontera.

Podría tratar de mostrar moderación, esperando que esto sentara un ejemplo para el otro lado, a menos que, por supuesto, el otro lado interprete nuestro comportamiento como debilidad y falta de voluntad política.

Podría responder «proporcionalmente» a cualquier ataque disparando, por ejemplo, un misil por cada uno lanzado hacia nosotros, pero eso podría conducir a una guerra interminable e innumerables bajas.

Podría seguir la tentadora receta planteada por los que piden la coexistencia, como si cada conflicto tuviera incorporada una solución negociada, y como si nuestro adversario no estuviera ideológicamente decidido a destruirnos.

O podría decidir, como lo ha hecho Israel, que el adversario está determinado a toda costa a hacer la guerra, a no cambiar su actitud, y a buscar maximizar el asesinato y el caos, y que, por lo tanto, a este adversario se le debe dar una respuesta fuerte y sin ambigüedades.

Es importante recordar que no tenía por qué ser así.

En 2005, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, retiró unilateralmente a todos los colonos y soldados de Gaza, dándole a esta estrecha franja de tierra su primera oportunidad en la historia de ejercer su soberanía, después de las anteriores ocupaciones por egipcios, británicos, otomanos y otros.

Eso podría haberse convertido en el trampolín para un nuevo comienzo, tal vez el comienzo de una Singapur en el Mediterráneo.

Pero, en menos de dos años, Hamas, categorizado como un grupo terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, tomó el poder. En lugar de la construcción de Gaza, la meta fue la destrucción de Israel. La Carta de Hamas, escalofriantemente, lo explica todo. Construir misiles se convirtió en una obsesión nacional. Cuando se construían escuelas, con demasiada frecuencia la educación para el «martirio» era la norma – y una instalación especial se reservaba para depósito de armas, al igual que en muchos hospitales y mezquitas.

Hamas simplemente no se rige por las reglas que rigen las sociedades democráticas. Con ese espíritu, no trata de proteger a los civiles, sino que los utiliza para protección, como escudos humanos para los lanzadores de cohetes y otros sistemas de armas.

Todo esto puede ser difícil de entender para algunos fuera de la región. Opera de manera tan contraria a la forma en que vivimos nuestras vidas diarias, y mucho menos a cómo libramos la guerra como naciones democráticas, cuando es necesario.

Pero es la realidad de Israel. La geografía no se puede cambiar. Hamas ha estado firmemente arraigada en el poder durante siete años justo al lado, en Gaza, con su arsenal cada vez mayor en potencia y alcance.

Este, entonces, es un momento de claridad moral en la comunidad internacional.

Si la distinción fundamental entre Israel y Hamas – entre el bombero y el incendiario, entre la sociedad democrática y el régimen despótico – no puede ser reconocida, entonces ¡ay de nosotros!

Si la cruda realidad de que Hamas busca infligir el máximo daño a Israel, mientras que el único objetivo de Israel es conseguir una tranquila y prolongada frontera con Gaza, entonces nuestra visión nos ha fallado.

Si el disparo indiscriminado de misiles de Hamas, con la esperanza de alcanzar cualquier objetivo israelí, ya sea un jardín de infantes o un hogar de ancianos, no se destaca en marcado contraste con las advertencias de Israel para que los civiles evacúen ciertos blancos planeados en Gaza, entonces está faltando algo esencial para la comprensión del conflicto.

Este es un tiempo para apoyar a Israel a todo pulmón, el único país democrático de la región y nuestro más firme aliado.

Este es también un tiempo para que Washington reconsidere su lamentable decisión de reconocer al así llamado gobierno de «unidad» de la Autoridad Palestina y Hamas. Después de todo, ese Hamas es el mismo Hamas que libra esta guerra.

Si la paz, basada en dos estados para dos pueblos, llega alguna vez – y ruego que así sea – entonces los vecinos de Israel deben entender que el país es fuerte y está aquí para quedarse, que la relación entre EE.UU. e Israel es inquebrantable, y que sólo un liderazgo palestino determinado y comprometido con la paz, y no una asociación con Hamas, puede ayudarnos a llegar allí.

Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld

 
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