El mes de Elul, previo a la celebración del Año Nuevo (Rosh Hashaná) y a los Días Penitenciales entre éste y el Día de la Expiación (Yom Kipur), nos impone una introspección obligada que, en el hemisferio norte, coincide con el inicio de un nuevo ciclo lectivo y generalmente económico. Pero, más allá de los balances personales en el plano espiritual que han de juzgarse en las alturas, es una buena ocasión también para analizar nuestros comportamientos colectivos como pueblo.
Acabamos de salir (esperamos que definitivamente, aunque este adverbio sea poco apropiado para la zona de Oriente Próximo) de un conflicto que se ha cobrado como principal víctima a la verdad, por ejemplo a la que distingue a los “militares” de los civiles, cuando un grupo terrorista se confunde sin uniformes, se escuda en sus propias familias y se esconde de los estragos que ha provocado. Otro ejemplo: a la absoluta ausencia de imágenes de “combatientes” palestinos en los medios españoles le sigue la incapacidad del gobierno de mencionar a Hamás en ninguna de sus condenas. Este “photoshop” conceptual ha llevado a las televisiones a dibujar un Israel inmune al dolor ajeno y ajeno al propio, ahondando en la falacia de los “cohetes de juguete” de los que hablaba recientemente el vicealcalde de Cardiff, la capital de Gales.
Sin duda el caso más flagrante fue el de la reportera en Gaza de Televisión Española, que llegó a vetar las emisiones desde Jerusalén, y logró (con el apoyo editorial de su cadena) que las sucesivas treguas quebradas por los terroristas sólo se incorporaran a las emisiones una vez que Israel hubiera respondido, para convertir al objeto del ataque en el sujeto. Quizás nuestro principal fallo fue pensar que esta vez sería diferente. Como en la sinagoga, nos golpeamos el pecho recitando nuestros errores: ashamnu, bagadnu, gazalnu…
Con el primer golpe confesamos el pecado de ser autodestructivos, de minimizar los peligros para congraciarnos con nuestro entorno. En el segundo, reconocemos nuestra traición a nuestra familia, en un sentido extenso que incluye los sufrimientos de los israelíes sometidos a un bombardeo constante. En el tercero nos hacemos responsables de haber robado tiempo y recursos espirituales cuando más los necesitábamos para dedicarlos a nuestro placer y beneficio personales mientras otros, cercanos, nos necesitaban. Dibarnu dofi: hablamos con dos bocas, intentamos mantener la apariencia de asentimiento para librarnos de las críticas y los ataques.
Y así prosigue nuestro examen a través de las 22 letras del alefato hebreo hasta llegar a la última, taínu: nos equivocamos, la más importante y la más difícil de reconocer. Porque no estuvimos suficientemente “en la piel” de los que no durmieron aturdidos por las sirenas y el miedo, pensando en la suerte de sus hijos e hijas expuestos cara a cara con el terror, en las secuelas psicológicas y morales de la guerra. Porque nos molestaron lo que “amigos” y “seguidores” escribieron de las redes sociales, pero no nos atrevimos a denunciarlos y enfrentarnos dialécticamente por temor a las “represalias 2.0”. Porque nos cuesta mucho admitir la realidad tal como se nos presenta a veces en carne viva y en espíritus muertos.
Estimado Jorge: Me da alegría volver a leer tus escritos.
Además tu nombre me resulta familiar, pues aquí en Calama, en el norte minero de Chile
tengo un amigo con el mismo nombre y apellidos tuyos y que trabaja cerca mío.
Sobre el Gobierno español, lo único que cabe es esperar que salga de la crisis, para que no
siga viviendo cautivo de las compras e inversiones del petróleo árabe. Ese día podrá
tener opiniones independientes y no forzadas. Saludos, JEV