Con frecuencia una figura mítica, debido a sus muchos niveles de significado, nos dice más que una explicación racional. Pensando en la famosa frase de Freud, quien en un momento de su vida confesó no saber qué quieren las mujeres y desde la altura que dan los años y las experiencias, imagino que de haber conocido el polimorfo símbolo de la Coatlicue mexicana el psicólogo vienés se hubiese percatado de que toda mujer es, tarde o temprano, una mezcla de fulgor y desprecio, de compasión y violencia indiscriminada.
Toda mujer es o puede ser tierna y lunática sucesivamente, nutricia y venenosa a un tiempo. No es que el hombre no pueda ser eso mismo, pero bajo la lupa del análisis de carácter parece bastante más simple y plano. Es raro que los hombres sean buenos y malos a la vez, del mismo modo que no es frecuente que tras una caricia suya aparezcan rasgos de ferocidad. Una mujer, en cambio, sí. Cuando se habla de la femme fatale y se evocan las hembras de los felinos, se está recordando que la leona es capaz de matar al macho tras la cópula, pues uno rato después de haber gozado lo odia. Eso para no hablar de la mantis religiosa que manduca a su amante o la abeja reina que destruye al zángano con suma facilidad.
La Coatlicue era la diosa mexicana de la tierra, pero también de la muerte y, a la manera de la Kali hindú, también una deidad de la destrucción y el reciclado de la vida. Si por un lado se le deben bienes y dones, por el otro hay que temer sus furias y desplantes, sus iras y cambios de humor. Puede parir a una criatura tan hermosa y sutil como el colibrí de Hutzilopotchli y también puede borrar de un escobazo todo lo que se le acerque. Se dirá que la mitología es una colección de absurdos y contradicciones, cosa que bien puede ser, pero también es la proyección cristalizada de siglos de observaciones humanas que conciernen a la conducta de nuestros semejantes. Eso significa que la Coatlicue es bastante parecida a muchas mujeres de las que andan por ahí, capaces de prepararte una estupenda comida y mientras la digieres lanzarte la más amarga de las recriminaciones, el más grosero de los insultos. No sabemos por qué es así, pero tal conducta es más propia de la mujer que del hombre.
Eso no es bueno ni malo, simplemente es así, y hasta que uno no lo experimenta en carne propia no le da demasiado crédito. Pero basta que se haya visto envuelto, alguna vez, en una situación de ese calibre, para que comience a temerle a la mujer. Adán no pudo soportar a Lilit, la primera hembra, aparecida en el mundo antes que Eva y todo un carácter. Heredera de la insondable noche, de los lalitu o demonios asiriobabilónicos de la oscuridad, Lilit era tan libre como díscola, pero sobre todas las cosas tenía un temperamento insoportable. Tanto que Adán acabó rogándole a Dios que se apiadara de él, que lo protegiese de los arrebatos de su compañera, cosa que parece haber ocurrido vista la aparición de Eva y la desaparición de Lilit.
Dado que las explicaciones racionales dividen para hacerse más comprensibles, pueden ensayarse diversas interpretaciones del genio femenino. Es así o asá porque defiende con uñas y dientes lo suyo; se irrita con facilidad y sin motivos por el simple gusto de cambiar de humor, etc. Sin embargo, la Coatlicue dice más sintetizando en su figura belleza y horror, espanto y delicadeza. El mito, allí por donde lo miremos, rezuma vida, y como la misma vida no siempre nos deja tranquilos. La mujer, adorable y admirable criatura, puede ser y con frecuencia es mucho más cruel que el hombre. Su víctima predilecta.
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