Si la posición del alma media entre el cuerpo y el espíritu, la forma y la idea, materia y energía, el yo tan íntimamente relacionado con ella es también el punto medio entre el ello y el tú, el afuera y nuestros lados izquierdo y derecho, es decir nuestros contactos laterales con los demás. El filósofo Martin Buber llamó ello al mundo indiferenciado extenso y anónimo del universo aún sin nombrar, yo al punto de reflexión y tú al otro circunstancial, esposo, amante, amigo o maestro.
Apelando a una tripartición que es, a su vez, un derivado de las tres letras claves del Tetragrama o Nombre Divino: vav el Hijo , hei la Madre y yod el Padre, por lo que parece como si Nombre Inefable o shem ha-meforash encerrara todos los misterios de las relaciones humanas y fuera el ADN de la Biblia . Biológicamente Padre y Madre-y dado que en hebreo se lee de derecha a izquierda-engendran al Hijo-, pero en el orden metafísico, en el sendero espiritual y para redescubrir al Padre hay que volver a pasar por la Madre, llamada Sofía, Jokmáh, Sabiduría, Shakti, Beatrice o Laura si pensamos en lo que esas figuras representan para la imaginación poética.
Puesto que toda creación es un compositum que dirían los alquimistas, una pluralidad de la que debe extraerse el simplex, la unidad básica, es preciso apelar al camino que los chinos denominaron ´´método retrógado´´ si se quiere acceder al Reino de los Cielos, o sea ir de fuera adentro, de lo externo a lo interno, de lo visible a lo invisible . Este simplex , como el código genético, está en cada una de nuestras células y no es otro que el latido primordial de luz en torno al cual se fueron agregando, semejantes a túnicas de sucesivas maravillas, órganos y miembros. Seguramente ningún pensamiento ha ido más lejos que el hindú a la hora de urdir un mapa basado en esta ley de agregados, capas o niveles. ´´
La certidumbre de ser viene del Yo que cada uno posee-escribe Swami Nytyabodhananda -y que se compone de cinco envolturas: la corporal, la vital, la mental, la envoltura de la comprensión y la de la felicidad. Cuando decimos ´yo´ poniendo la mano sobre el pecho, parece que con ese gesto quisiéramos designar al Yo corporal pero, en realidad, es el conjunto de nuestra persona o el Yo-Atman lo que afirmamos.´´ Leamos, pues, el pasaje alusivo a este tema en la Taitiriya Upanishad: ´´Distinto del Yo hecho de alimento y situado en lo más interior, está el Yo hecho de aliento. Distinto del Yo hecho de aliento, con el mismo Yo corporal que éste y situado más en el interior, está el Yo hecho de pensamiento.
Distinto del Yo hecho de pensamiento, con el mismo Yo corporal que éste y situado más en el interior, está el Yo hecho de conocimiento. Distinto del Yo hecho de conocimiento, con el mismo Yo corporal que éste y situado más en el interior, está el Yo hecho de felicidad.´´ Antes de entrar en detalle conviene meditar acerca de lo que los orientales entienden por felicidad o ananda. Esta palabra posee dos raíces sánscritas reconocibles: an, que alude al hecho de respirar ( de ahí el anima latino), y nand, alegrarse.
Ninguna reflexión es posible, a partir de este hecho, acerca de una felicidad puesta en los objetos del afuera, dependiente de los sentidos y de lo que otros puedan hacer por ellos. Se trata, antes bien, de una suerte de beatitud que san Juan de la Cruz, en pleno siglo XVI, llamará ´´gozos´´. Maestro para quien, ´´ por poco que se beba del vino de este gozo ( de unión con lo divino), luego al punto se ase al corazón.´´ Subida al Monte, 3, 22. Tal es el mero gozo de ser, entonces, de ser y respirar, bien representado como hemos podido ver antes por la letra hebrea hei .
Las cinco envolturas mencionadas por los maestros de la India son: annamayakosha
( la envoltura física hecha del alimento); prânamayakosha (envoltura del aliento, origen de la relajación ); manomayakosha ( envoltura mental, sede del pensamiento ); vijñanamakosha ( o envoltura de la comprensión, de donde brota la intuición); y por fin anandamayakosha (envoltura de la felicidad ) que envuelve a la luz central de Yo. A su vez, estas cinco envolturas pueden ser resumidas del siguiente modo: la annamayakosha o cuerpo físico es el resultado de la combinación de los elementos burdos o densos del universo.
Su existencia es transitoria y depende del alimento, o sea del tiempo ( en el que aquél crece, se desarrolla, cosecha e ingiere). La prânamayakosha o envoltura de la fuerza vital que se expresa en el aliento o soplo y que mueve a la acción al cuerpo físico. La manomayakosha o envoltura mental, que nos permite hacer la distinción entre el Yo y el no-Yo y tener experiencia de los nombres y las formas del mundo exterior. Nuestros deseos, buenos y malos, tienen ahí su sede. Es la mente que incita a intervenir a los sentidos para aprehender los objetos del deseo y gozar de ellos. El dolor y el placer son sus notas características. La vijñamayakosha o envoltura de la inteligencia, de la comprensión: insensible por naturaleza, parece inteligente por ser un reflejo de la cit o inteligencia pura. Su rasgo característico es la experiencia de desdicha o felicidad en el estado de vigilia o de sueño con sueños, pero está ausente en el sueño profundo.
Está capacitada para el discernimiento, facultad necesaria para adquirir conocimiento. La anandamayakosha o envoltura de la felicidad: la cual se manifiesta cuando aprehende un reflejo del Yo superior o Ser Supremo. Se revela parcialmente cuando los sentidos están en contacto con objetos placenteros.
Swami Nytyabodhananda nos aclara seguidamente que esta quíntuple estructura muestra la composición horizontal del ser humano, mientras una observación vertical nos conduciría a los seis chakras . La luz central de Yo inunda, pues, las cinco envolturas, las cuales le permiten el paso en función de su grado de transparencia. Por otra parte, estas envolturas no están separadas en compartimentos estancos, sino que mantienen una mutua comunicación interpenetrándose y pudiendo vibrar armónicamente. De tal manera que cada uno de nuestros actos responde a varias envolturas y la felicidad puede ser alcanzada a través de cualquiera de ellas. De hecho, hay felicidad aunque relativa en la comida, la acción o el ejercicio del pensar, en nada comparable con la luz central del Yo.
En la visión que la Kábala hebrea nos propone del yo o aní , y por mediación del hebreo, hallamos algo parecido que vale la pena considerar. Por su valor numérico el Yo, aní, equivale a dieciséis, cifra idéntica a la de anahá, goce, deleite, placer. Claro está que no se trata de un placer egoico sino de la percepción de la chispa suprema que el Yo del Creador ha dejado en prenda en el interior del ser humano para que, tarde o temprano, éste lo redescubra. No es casual, por otra parte, constatar que cuando el yo halla esta medida suprema del goce integrándose a él, sumando dieciséis más dieciséis reaparezca el corazón o leb, que vale treinta y dos. Ni tampoco que los treinta y dos senderos de sabiduría se propongan conducir al estudiante del yo al goce, del hombre como imagen de sí mismo al hombre como imagen de Dios.
Cada una de las capas mencionadas por las Upanishads, encajándose en las otras y penetrándose mutuamente, comporta una dosis de felicidad. Hay contigüidad y continuidad sin ruptura entre los cinco niveles, y toda experiencia intensa las hace vibrar en mayor o menor medida, alcanzando, en los mejores momentos, a la capa más profunda, la de la felicidad. Cuando esta experiencia desemboca en la luz central del Yo, retorna a su fuente y nos procura-aclara Nytyabodhananda-un apoyo verdadero en la vida, a partir del cual podemos dominar nuestro destino.
En el instante en que comprendemos que gracias a nuestra constitución podemos tocar la luz insondable del corazón de Dios, nuestra vida espiritual ha comenzado. La palabra hebrea para chispa, shabib , puede leerse también como shab bi, volver a mí, retornar a la fuente. ¿Y a qué alude ese volver sino al ´´método retrógado´´ de los chinos? Viajar hacia adentro de uno mismo no es fácil, y sin embargo es el único viaje en cuyo puerto final está la ´´luz central del Yo´´.
La palabra hebrea para chispa, shabib , puede leerse también como shab bi, volver a mí, retornar a la fuente. ¿Y a qué alude ese volver sino al ´´método retrógado´´ de los chinos? Viajar hacia adentro de uno mismo no es fácil, y sin embargo es el único viaje en cuyo puerto final está la ´´luz central del Yo´´.
Todos los elementos que conforman lo que somos, Álma, Cuerpo y Espíritu, nos fueron dados por
Di-s con el propósito de hacerlos confluir armónicamente, otorgando a cada uno de ellos, su tiempo, su porque y su espacio própio … Privada de conciencia (álma) y de espiritualidad, nuestra existencia languideceriá, quedando relegada al ámbito de lo meramente funccional, carente como tal de substancia, de grandeza y de propósito …
La dualidad própia de cada uno de nosotros, aquella que nos permite abrirnos a los demas, y a la vez interiorizar, quedariá asi mismo mermada en su funccion y proyeccion …
«Plenitud» significa pues, ser capaces de congeniar aspectos intelectuales, sensoriales, emocionales y espirituales, en armoniá con la Voluntad Divina por medio de la cual nos han sido concedidos