Argentina es un gran país, y no sólo por sus recursos naturales o su potencial económico, sino sobre todo por la categoría de su músculo intelectual. Pero, a la vez que ha sido espejo de grandes escritores y de ideas avanzadas, también es el espejo roto de un régimen que ha ido degradando la República mientras se iba instaurando una autarquía corrupta e implacable. Hace mucho que el régimen K no es más que el equivalente, en el Cono Sur, de las derivadas bolivarianas que azotan la parte norte del continente, con un deterioro democrático sangrante: control periodístico, persecución opositora, quiebro de la independencia judicial, presión empresarial…, y en el proceso de esa caída libre, un poder repartido entre una oligarquía populista que tiene, entre sus huestes, a tipos tan sórdidos como el piquetero D’Elia, secuaz amigo del régimen iraní. Todo lo que pasa en Argentina, desde hace tiempo, va a peor, y no parece que nadie consiga parar esta locura.
Sin embargo, incluso en esta inquietante situación, parecía inimaginable el asesinato del fiscal más relevante del país, responsable de investigar el atentado terrorista más grave de su historia. Alberto Nisman fue un fiscal extraordinario, sometido a una gran presión que nunca le quebró y decidido a denunciar a todos los que querían enterrar con cal viva la autoría del atentado de la Amia, incluyendo al canciller Timerman, cuya traición a su identidad judía firmando los acuerdos con Irán ahonda más en su desvergüenza. Y así lo hizo Nisman, señalando a todos los D’Elia y Timerman que pululan por el poder, incluyendo a la presidenta, acusada de vender a las víctimas por sustanciosos negocios con el régimen de los ayatolás. Las pruebas que ya se conocen -y se conoce sólo la punta del iceberg- harían vomitar al estómago más endurecido y sólo demuestran lo corrompida que está la Casa Rosada. En estas circunstancias, nada resulta extraño, ni el silencio de la presidenta, que sólo rompe por Facebook para vender delirantes conspiraciones, ni las campañas para desprestigiar al fiscal Nisman, ni la promiscuidad del régimen con el país acusado de haberle perpetrado un auténtico acto de guerra, nada. Nada porque, como escribió Morales Solá, «lo grotesco y lo trágico se confunden cada vez más», hasta el punto del esperpento.
Lo cierto es que si el fiscal no se suicidó, hipótesis que negamos todos los que lo conocíamos y que ahora no suscribe ni Cristina Fernández, entonces fue asesinado, lo cual pone a Argentina en el disparadero de un escándalo que hundiría a cualquier gobierno en una democracia seria. Y quizás ocurra, porque incluso aceptando que el régimen K ha extendido sus tentáculos por doquier, no es imaginable que la sociedad no reaccione. Porque si Amia fue un ataque a Argentina desde fuera, el asesinato de Nisman es un ataque a Argentina desde dentro. Y esa herida sangrará siempre.
HERMOSA !!!!!