No hace ni dos días que hablaba de la inutilidad del pacto antiyihadista firmado por Rajoy y Sánchez y zas, la noticia viene a rubricar la razón de mi afirmación. Mi tesis es conocida: en la lucha contra el fundamentalismo, no sirven cadenas perpetuas ni otras rimbombantes medidas pensadas para la galería, porque el problema es de raíz y sólo arañamos la superficie. Si no hay un plan de choque integral para controlar la llegada masiva de imanes y ulemas salafistas, bien nutridos con petrodólares y que radicalizan seriamente a los colectivos musulmanes, el resto es papel mojado. Lo escribí el domingo y lo repetiré hasta el cansancio: detrás del yihadista, antes hubo un imán del mal que le enseñó a amar a Dios odiando al ser humano.
Y en estas llega el Tribunal Superior y suspende cautelarmente la prohibición del burka que se había aprobado en Reus, con la excusa de que estamos hablando de libertad religiosa. Es cierto que el TSJC no tiene la culpa, porque parte de la sentencia del Supremo, que ya hizo lo propio con la prohibición de Lleida, y este, a su vez, se ampara en el vacío legal que existe en la materia. Por tanto, y dando la vuelta al ruedo, el problema está en la incapacidad del legislativo de actuar con rigor y valentía ante el grave fenómeno totalitario que nos acecha. Pero como legislar sobre la materia es una patata caliente incómoda, dicha patata va saltando de olla en olla, sin que nadie asuma el compromiso, y así estamos, firmando grandilocuentes y vacuos pactos antiterroristas, mientras se practica un buenismo suicida con los predicadores del mal.
No se puede hacer peor, y lo peor, valga la redundancia, es que los países vecinos ya cometieron esos errores en el pasado y han aprendido a subsanarlos. Por eso, y no es casualidad, España en global y Catalunya en concreto se están convirtiendo en un auténtico paraíso para el proselitismo salafista.
¿Qué tendrá que ver el burka con todo ello?, preguntará algún despistado, y la respuesta es rotunda: todo. El burka no es más que la metáfora de una ideología que se fundamenta en la segregación, la represión más brutal y la negación de la libertad individual, todo ello aliñado con una mirada castigadora y violenta de la divinidad. Y en ese círculo demoníaco, el dominio de la mujer es la piedra angular sobre la que pivota la concepción global del dominio. El burka, pues, no tiene nada ver con Dios y todo con la misoginia que practica esta ideología fanática. Y si no nos ponemos en serio a luchar contra el fenómeno integrista que, por el camino de segregar a las mujeres detrás de cárceles textiles, fomenta una ideología de odio a las libertades, el peligro crecerá sin remedio.
El buenismo es el nido donde el huevo de la serpiente encuentra calor y alimento y, por el momento, está bien alimentado. ¡Viva el burka, pues, que es lo mismo que gritar muera la inteligencia!
nada que añadir al análisis otra vez clarísimo de Pilar Rahola