La idea de que lo que ocurre en Siria se queda en Siria está tan muerta como Sadam Husein, pero el Estado Islámico está encontrando resistencia a su expansión.
El Ejército libanés se enfrenta a unos 3.000 combatientes en la cordillera del Antilíbano, en la frontera con Siria, y Nicholas Blanford informa de que allí se está librando una guerra de desgaste. A finales de enero, el Ejército “frió” al EI con su artillería y luego recogió “los humeantes restos”, según un asesor militar con el que habló.
Entretanto, la Fuerza Aérea jordana ha efectuado en los últimos días devastadoras salidas sobre Raqa, la capital del Estado Islámico en Siria, como represalia por la atroz muerte de su piloto Moaz al Kasasbeh.
Lejos de allí, el EI ha atacado y asesinado al menos a 30 miembros de la Seguridad egipcia en el Sinaí, y ha matado a 10 personas en un hotel de Trípoli, la capital libia.
Debería haber estado claro desde el principio que un ejército terrorista como el Estado Islámico supone una amenaza para toda la región y apunta mucho más allá, pero, de algún modo, no lo ha estado. La idea predominante en Occidente ha sido que el EI y Asad podrían, de alguna manera, anularse mutuamente (como si las guerras hubieran funcionado así alguna vez); incluso en la vecina Jordania un amplio porcentaje de sus habitantes se oponía a que su país se implicara en la lucha. Sin embargo, cuando el Estado Islámico encerró a Al Kasasbeh en una jaula, lo quemó vivo y subió el vídeo a internet, todo cambió. En la capital, Amán, el estado de ánimo es extrañamente similar al reinante en Nueva York y Washington DC poco después del 11 de septiembre de 2001. El rey Abdalá ha dicho:
Estos criminales pretenden acabar con la vida y los derechos en todas partes. Su odio y sus crímenes han alcanzado a Asia, Europa, África, América y Australia.
El Líbano también está reuniendo valor. Su Ejército resulta completamente inútil cuando las diversas comunidades del país luchan entre sí. Todo el mundo teme (y con razón, debería añadir), que el Ejército se divida en milicias enfrentadas si sus mandos se unen a uno u otro bando en un conflicto sectario. Ocurrió en la guerra civil y bien podría volver a suceder. Pero el Líbano no es Siria, y el Estado Islámico se enfrenta allí a una oposición prácticamente monolítica, incluso entre sus bases naturales, los suníes.
El EI está extendiendo sus letales operaciones a un ritmo alarmante, pero también está descubriendo, y por las malas, que no todos los países de Oriente Medio y el Norte de África son un objetivo tan fácil como Siria e Irak. Puede que Libia lo sea. Desde que a Muamar Gadafi lo lincharon a las afueras de Misrata en 2011 el país ha estado, por decirlo suavemente, en un estado precario. Pero atacar Egipto, Jordania o las regiones kurdas de Siria e Irak es para la organización casi tan peligroso como atacar a los israelíes.
El Líbano es más vulnerable (sus soldados no son especialmente competentes), pero el Estado Islámico necesitaría de un milagro diabólico para poder avanzar en las zonas del país habitadas por cristianos, chiíes y drusos. Cada familia libanesa tiene al menos un rifle en el armario, y considerarían, acertadamente, que el EI supone para ellas una amenaza potencialmente genocida.
Que Washington respaldara a fuerzas anti Estado Islámico en Siria podría resultar inútil a estas alturas de la guerra, pero kurdos, jordanos, egipcios, libaneses, y puede que incluso los libios, deberían recibir toda la ayuda del Pentágono que fuera posible.
EI es de una cobardía inmensa. Sólo ataca a los débiles: Siria, Irak. Cuando hirió a Jordania le costó caro. Si ataca a Israel puede ser castigado con grandes pérdidas. No se atreve con USA, a pesar de la debilidad e indecisión de Obama. JEV