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| domingo noviembre 17, 2024

Esa atípica normalidad de Tel Aviv

La segunda ciudad del país con mayor población mira al Mediterráneo y vive puertas afuera a un ritmo propio, distinto al del resto de la región, entre la playa, los edificios modernos y los restaurantes de moda


Es viernes, vísperas de shabat, el equivalente al sábado en el resto del mundo. Mientras Jerusalén se repliega puertas adentro, Tel Aviv hace exactamente lo contrario. Los surfistas se amontonan en las olas del mar Mediterráneo; grupos de amigos fuman narguile a lo largo de los 14 kilómetros de playa y otros juegan a la paleta en la orilla con una fuerza exagerada. En esta latitud los paletazos suenan como el derbake, un tambor árabe. El deporte es tan popular que hay un museo de paletas -Matkot- con 350 modelos expuestos. Queda en Neve Tzedek, el primer barrio de la ciudad, de 1909, con caserones de estilo inglés reformados, tiendas de diseño y una heladería artesanal que vive llena y se llama Anita.

Familias repletas de hijos y perros hacen picnic a la sombra de los eucaliptos del parque Hayarkon; las parejas comen unos desayunos formidables, con más de 20 platitos de humus, ensaladas, yogurt, queso, huevos, pan de pita, de salvado, de sésamo, pasta de berenjena, aceitunas negras en el centro comercial que construyeron en 2011 por el antiguo puerto; niños de todas las edades bailan entre burbujas de jabón gigantes en el Boulevard Rothschild, la calle más cara del centro de Tel Aviv. La música es de Hadag Nahash, una banda de hip-hop de Jerusalén y las burbujas están a cargo de un joven empresario del ramo, que publicita así sus servicios para fiestas infantiles. Tres chicos recién salidos del ejército ofrecen abrazos gratis frente al Teatro Nacional Habima y luego de veinte segundos de abrazo, el tiempo mínimo para liberar oxitocina -explican-, nombran un montón de lugares para ir de noche: Port Said, Ozen Bar, Lucifer, Levontine 7, The Cat and The Dog; son tantos como los platitos del desayuno.

Tel Aviv no para. Tiene el ritmo de quien vive el presente sin pensar que hay mañana. Se parece a los grafitis que decoran las paredes del barrio Florentine: estéticos, inteligentes, hechos con profesionalismo, pero temporarios, como todo en Israel.

Podría ser París, por la cantidad de cafés con mesitas redondas y dos sillas mirando hacia delante. Podría ser Italia, por la calidad del capuchino, o California, por la onda relajada de la gente. Pero los religiosos que montan su stand cada mañana de viernes en la puerta de Nahalat Binyamin -feria de artesanías que se hace martes y viernes- para enroscarle esas cintas de cuero llamadas tefilin a todo hombre que pasa, confirman que es Tel Aviv. Aunque podría ser Nueva York.

Es la segunda ciudad del país en cuanto a su tamaño -la primera es Jerusalén, a 70 kilómetros-, aunque no llega al medio millón de habitantes. Tel Aviv es el alumno desobediente del grado (pero genio en tecnología); la aspiración de todo joven (casi) laico; la actriz más sexy de la película; es el recreo; es una de esas burbujas de la fiesta infantil, flota leve y flexible dentro del conflictivo Medio Oriente. «Una ciudad normal, con gente normal. Bueno, casi», dice el dibujante canadiense Guy Delisle cuando la compara con la capital israelí en su libro Jerusalén, Crónicas desde Tierra Santa.

2- A las once de la mañana del sábado -que es como un domingo en el resto del mundo-, Ilyll camina cuesta arriba por el Boulevard Rothschild junto a unas 30 personas. Ilyll es sabra, como se les dice a los israelíes, joven, delgada y habla sobre los edificios Bauhaus con un inglés perfecto. Va cómoda, primero porque calza unas Naot último modelo, la versión israelí de las Birkenstock; segundo porque avanza por el barrio como si fuera su propia casa. No tiene el tono monocorde de los guías. No da fechas, tampoco muchos nombres. Por medio de aberturas, columnas y escaleras explica los fundamentos de la escuela de diseño y arquitectura Bauhaus -fundada en Alemania por Walter Gropius en 1919- y la historia del Monte Primavera, que es lo que significa Tel Aviv: la utopía de una ciudad nueva, simple e igualitaria construida al lado de Jaffa sobre un montón de médanos.

En la década del 30 la Ciudad Blanca, como la llaman, logró concentrar la mayor cantidad de edificios Bauhaus del mundo, unos 4000, todos blancos. Muchos se caen a pedazos o ya fueron demolidos para levantar rascacielos y otros están siendo recuperados. Este fenómeno de revitalización, fomentado por el nombramiento como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 2003, hizo que los precios de las propiedades se dispararan a tal punto que hoy un piso en el Boulevard Rothschild cuesta lo mismo que en Manhattan, unos 13 mil dólares el metro cuadrado.

Ilyll señala ventanales, galerías y todas las soluciones que los arquitectos alemanes recién llegados encontraron para reemplazar el vidrio, característico del Bauhaus europeo, y amenizar el calor de Medio Oriente. En la puerta de un edificio con balcones inmensos y circulares nuestra guía se sube a un muro. De la mochila saca una armónica y toca una melodía seguida de aplausos. «Sean curiosos», dice al despedirse y, aunque el tour es gratis, la mochila se llena de shekels.

3- Maimon es un perro israelí. Más específicamente un perro de Tel Aviv. Maimon tiene cuenta en Instagram, pero no tiene raza, al menos ninguna definida. Maimon sale siempre con correa, si no a su dueña la multan. Cuando a Maimon lo llevan a un bar, la camarera le sirve agua fresca; puede entrar al supermercado y a la farmacia. Maimon viaja en taxi y todos los días juega con otros perros en un área canina del parque Gan Meir, sobre la Avenida King George, cerca del Museo de la Historia de Tel Aviv. Maimon tiene playa exclusiva, Hof Haklavim -playa de los perros-, la única a la que le permiten ir. Al lado está la playa Hilton -por el hotel-, gay-friendly, y al otro lado Hof Hadatiyim, la playa de los judíos ortodoxos: los martes, jueves y domingos van las mujeres y el resto de los días, los hombres. Menos el sábado, en shabat los ortodoxos no van a la playa.

Maimon lleva un chip con todos sus datos y los de su dueña. Si lo abandonan, el gobierno le mandará a la persona que aparece en el chip una multa de tres ceros.

Cuando suenan las sirenas de alerta por bombardeos Maimon corre a refugiarse debajo del escritorio del cuarto de Tom, el hijo de la dueña. Si el departamento fuera más moderno tendría un bunker. Probablemente Maimon no sepa nada de los cohetes interceptados por ese sistema de defensa llamado cúpula de hierro, ni de las bombas que explotan del otro lado del muro, en Gaza, -donde no hay donde esconderse- pero la sirena, que cuando hay conflicto suena seguido, le aniquila los oídos.

4- Qué hombres hermosos. Fue el primer comentario de Hanna, una sueca que viajó a Tel Aviv a buscar inspiración para una marca de ropa. Me llevó a pensar qué fue lo que me llamó la atención de la ciudad. Hice una lista: 1) hay tantas grúas como edificios, o sea que en breve habrá el doble de edificios. 2) El peligro de olvidarse un bolso en la vía pública no es que lo roben sino que lo hagan explotar porque podría ser una bomba. 3) La propina que dejan religiosamente al mozo, entre el 12 y el 15%. 4) La cantidad de gatos callejeros y la cantidad de platos con comida que la gente les deja. 5) La cantidad de niños. El promedio es tres hijos por familia. 6) La liviandad con que un desconocido pregunta «¿cuántos años tenés?, ¿tenés hijos?» al inicio de una conversación. 7) Se puede rellenar el falafel con diversos ingredientes las veces que uno quiera. La primera vez que fui a comer un falafel tenía un billete de cien shekels. Costaba 12. «¿Tenés menor?», me preguntaron. «No, sólo llego a 10 en monedas». El señor recibió los 10 y encima me regaló una bola de falafel extra. 8) Los hombres son hermosos, Hanna tiene razón.

5- Jaffa o Yafo queda al sur de Tel Aviv y es su hermana mayor. Le lleva miles de años, tantos que el puerto de Jaffa aparece en la biblia. Sus primeros habitantes fueron los cananeos y fue ocupada sucesivamente por babilonios, persas, fenicios, helenísticos, macabeos, romanos, otomanos y británicos. En el siglo VII, bajo la expansión musulmana, Jaffa adquirió el estilo arquitectónico árabe que perdura hasta hoy. En 1950, dos años después de la creación del estado de Israel, Tel Aviv y Jaffa pasaron a ser un mismo municipio. La mayor parte de la población de Jaffa es árabe y su relación con Tel Aviv es tensa.

En Jaffa está el mercado de pulgas con todo tipo de baratijas, ropa, muebles, alhajas falsas, anteojos de sol usados, cajas de correo palestinas. Y la sede del grupo de danza y percusión más famoso de Israel, Mayumaná, con una troupe multiétnica que desde 1996 presenta por el mundo sus enérgicas performances. A pocos metros queda Na Laga’at, que significa por favor tocáme y es el único teatro del mundo donde los actores son ciegos y además sordos. El Centro, fundado en 2007 por la directora sueca Adina Tal, emplea a 70 personas con discapacidad física. Tiene dos espectáculos en cartel -demoran entre cuatro y cinco años para montar una obra-, un café atendido por sordos y el restaurante Blackout, atendido por ciegos, donde se come como ellos viven, sin ver. Al salir de ahí uno valora poder ver los vestidos de las novias árabes que se sacan fotos en la parte más alta de Jaffa, con el Mediterráneo de fondo; la luz naranja del final del día, los diseños de las rejas milenarias que cubren las aberturas de las casas; los baklawas, esos dulces árabes hipercalóricos hechos con masa filo, nueces, azúcar, canela, agua de azar y toneladas de almíbar que brillan en las vidrieras de Said el Abu Lafia.

6- La casa de Maimon -que también es de Carolina Tovorovsky, paranaense y diseñadora gráfica que se fue a Israel en 2002- no tendrá bunker, pero tiene un jardín con sombra de eucalipto, deck con mesa para comer afuera y pelopincho. Eso y la mejor ubicación. Está cerca del Dizengoff Center, el primer shopping de Israel, de 1983, donde te revisan la cartera al entrar, por si llevás una bomba. Y al lado de Gan Meir, el parque donde van los perros, hay mesas de ping pong y un café donde preparan una shakshuka -tipo huevos rancheros pero más picante- mortal.

Está a cinco cuadras de la playa y a la vuelta de The Photo House, una tienda familiar abierta en 1940 con el mayor archivo fotográfico de Tel Aviv. Las fotos son de Rudi Weissenstein y cuentan la historia de la ciudad -y de Israel- mejor que cualquier museo. Hay un documental premiado, Life in Stills -dirigido por Tamar Tal-, que relata la relación entre la mujer del fotógrafo, Miriam, de 96 años, y su nieto Ben, quienes sacan adelante el negocio cuando Rudi ya no está. Miriam, que falleció hace poco, podría ser la madre de Woody Allen y los 56 minutos del filme son un curso acelerado en idiosincrasia israelí, famosa por su frontalidad brutal para decir lo que se piensa y hacer preguntas sin tapujos.

La casa de Carolina queda a pocas cuadras del barrio Yemení, silencioso, repleto de grafitis, enredaderas y árboles de granada; de restaurantes chiquitos que sirven el mejor humus de la ciudad y de casas bajas, que están siendo compradas por franceses. «Los franceses se están comprando todo Tel Aviv», dijo Danny, australiano y marido de Carolina. El comentario queda comprobado cuando converso con dos parejas parisienses, una que ya tiene casa en el barrio y otra que está buscando; dicen que Francia está cada vez más peligrosa. No sé qué habrán pensado cuando se desató el último enfrentamiento con Gaza.

El barrio Yemení está al lado del Shuk Ha Carmel, un mercado para pasarse horas comprando especias, aceitunas libanesas, shawarmas de cordero y dulces árabes. También hay ropa barata, suvenires de Jerusalén y varios modelos de jamsa o mano de Fátima, ese amuleto con forma de mano que tanto en árabe como en hebreo significa cinco y es usado desde la antigüedad como símbolo de protección por musulmanes y judíos.

El Shuk está pegado a Gedera 26: cocina de mercado, de Amir Cronenberg. Carolina, que es sibarita, lo recomendó con insistencia. Hay miles de lugares buenos para comer en Tel Aviv, como Nanuchka, un restaurante vegano que no parece vegano de tan sabroso, y el vietnamita Hanoi, ambos en la calle Lilienblum; Cordelia, del chef más mediático de Israel, Nir Zook -conocido por sus libros de cocina, columnas sobre nutrición y participaciones en programas de TV- y el mediterráneo Pua, en Jaffa; O Viky, Cristina, un restaurante español muy de moda que queda en el complejo turístico Hatahana (una estación de tren reciclada que también está de moda). Hay miles, pero el que mencionó varias veces fue este de la esquina del mercado. Así que voy.

Me siento en la barra, que da directo a la cocina, y pido probar una bebida local. Sugieren vino. ¿Vino israelí? Traen una copa del vino de la casa, de la región de Gedera, que está al sur de Tel Aviv y tiene el mismo nombre que la calle y el restaurante. El primer sorbo genera tanta sorpresa como el siguiente dato: Israel produce más de diez millones de botellas de vino al año. Y como la actividad vitivinícola en esa tierra data de tiempos bíblicos, hay varios tours que combinan visitas a bodegas con sitios sagrados. Vacío la copa, el restaurante se llena y el joven Amir cocina a la vista de todos sus fans. Pruebo unas albóndigas suecas con salsa de crema, puré y confitura de arándanos, receta que heredó de su padre sueco, y entiendo la insistencia de Carolina, que ahora mismo está en la plaza Hamedina celebrando Purim, carnaval, la única fecha del calendario judío en que emborracharse es un mandamiento.

 
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