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| jueves diciembre 19, 2024

Los inmigrantes deberán saber inglés y aceptar los valores británicos para prevenir el yihadismo

El Gobierno quiere aprobar ya nuevas leyes para evitar el proselitismo radical islámico en el seno de su sociedad


Nada es exactamente igual en el Reino Unido después de descubrirse que Jihadi John, el criminal más buscado del mundo, es Mohamed Emwazi, un londinense de 26 años que se graduó en la Universidad de Westminster y cuya familia, de origen kuwaití, recibió medio millón de euros en ayudas sociales durante dos décadas para adaptarse a su nuevo país. Que un joven inglés, que hasta pasó por las aulas de un colegio de la Iglesia de Inglaterra, resulte ser al final el macabro verdugo de Estado Islámico refleja un enorme punto de debilidad en el seno de la sociedad británica. En nombre de la tolerancia y la aceptación del multiculturalismo, Inglaterra ha permitido durante años que se predique en sus ciudades el odio radical más extremo. El problema se ha destapado ahora en toda su contundencia. Según los últimos cálculos, 700 jóvenes británicos se han enrolado en la yihad en Siria e Irak y 320, considerados extremadamente peligrosos, se cree que han retornado ya al Reino Unido y podrían integrarse en tramas terroristas.

El Gobierno británico ya endureció a finales del año pasado sus leyes antiterroristas, con más control fronterizo, retiradas de pasaportes y más presión sobre las redes sociales, que operan como instrumento para la apología del terror. Pero ahora, según revela The Sunday Telegraph, el ministerio del Interior quiere dar un paso más y atajar también el proselitismo salafista. Se trataría de endurecer la ley para controlar ese territorio difuso, de una cierta alegalidad, que permite, por ejemplo, que en algunas comunidades en plena Inglaterra, la cuna de la democracia, se esté aplicando la «sharia», la versión más rigorista de la ley islámica.

Las nuevas leyes podrían aprobarse este mismo mes, antes de la disolución del Parlamento, porque el próximo 7 de mayo se celebran unas disputadísimas elecciones generales. Entre las medidas figura el obligar a todos los inmigrantes que quieran adquirir la ciudadanía a aprender inglés y abrazar «los valores británicos». Se vigilará que los niños no sean sometidos a lavados de cerebro en los colegios y en las asociaciones musulmanas. También se pretende erradicar esa suerte de justicia paralela que suponen la «sharía» y los tribunales de honor, que muchas veces provocan castigos físicos a las mujeres, mutilaciones genitales y asesinatos por cuestiones de honra.

El documento del Ministerio del Interior reconoce que es un mundo de grises, «con frecuencia legal» si uno se atiene a la letra estricta de la ley, «pero que está causando un daño muy significativo en las comunidades». También se buscará un mayor control sobre los predicadores radicales y las personas que tratan de promover en su entorno simpatías hacia el extremismo islámico.

Es una nebulosa en realidad muy difícil de controlar. En la práctica topa además con la envoltura buenista en que se envuelven muchas de las organizaciones con simpatías salafistas, con portavoces hábiles y bien educados. Un último ejemplo ha sido la polémica suscitada entre el grupo activista musulmán Cage, que en teoría defiende sus derechos civiles y es una organización respetable, y el alcalde de Londres. En un debate radiofónico, Boris Johnson desenmascaró la doblez de Cage y puso las cartas boca arriba dejando ver que tienen el corazón más cerca de los verdugos que de sus víctimas. La polémica comenzó porque Cage aseguró la semana pasada que Mohamed Emwazi se había radicalizado por la presión que ejerció el espionaje británico, el MI5, sobre él. En la radio, Boris se encaró con el líder de Cage, AsimQureshi. Le pidió que dejase de la apelar a la «islamofobia» y lo desarboló con esta frase: «Realmente, Asim, realmente, creo que el foco de tu indignación y escándalo debería ser la gente que se une a esos grupos que tiran a los homosexuales desde los acantilados, que cortan la cabeza a la gente que no suscribe su versión del Islam, que glorifica la ejecución de periodistas y cooperantes inocentes. Esos deberían ser el objeto de tu preocupación y no los servicios de seguridad que tratan de mantenernos seguros».

Los servicios de seguridad creen que en los últimos meses está cambiando el perfil de los jóvenes musulmanes británicos que viajan a Siria e Irak para unirse al califato. Se cree que ha bajado el número de idealistas y que se están incorporando más personas directamente alienadas por la violencia, fascinadas con la orgía de sangre y muerte de los vídeos propagandísticos de Estado Islámico. De los 320 combatientes que han retornado ya al Reino Unido, más de veinte han sido detenidos por posible intento de preparar atentados. Reino Unido está desde finales de septiembre del año pasado en el segundo grado máximo de alerta antiterrorista.

 
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