07070Es extremadamente difícil predecir lo que ocurrirá en la cita electoral del próximo día 17. En The Economist opinan que los números, en principio, favorecen a Netanyahu, aunque todas las encuestas le den la segunda posición. Las posibles combinaciones y los sondeos provocan jaquecas. El más reciente, elaborado por el Instituto Midgam y la Radio Militar, sitúa como más votada a la Unión Sionista, coalición formada por el histórico partido laborista de Isaac BujiHerzog y por el partido de centro Hatnuá (“El Movimiento”), liderado por Tzipi Livni; pero los 24 escaños que le atribuyen están muy lejos de los 61 necesarios para la mayoría absoluta. El Likud, por su parte, sigue inmerso en un lento descenso, con 21 asientos. Una vez más, serán necesarias varias bisagras para formar Gobierno, y es por tanto en el resultado de los partidos pequeños donde estará la clave. Así las cosas, desde el Likud insisten al electorado de centroderecha en que ejerza el voto útil y no se decante por las demás opciones del mismo marco ideológico.
Aunque desde fuera se tenga la percepción de que el conflicto con los palestinos pesa mucho a la hora de elegir papeleta, cada vez importa menos. El pasado 12 de diciembre el Instituto Midgam daba cuenta de los asuntos que más preocupaban a los votantes: solamente un 18% de los encuestados se decantó por las negociaciones con los palestinos, mientras que el 40% señaló el coste de la vida y el precio de la vivienda como principal preocupación: un asunto que fue de vital importancia en las anteriores elecciones hace ahora justamente dos años y que, además, llevó a que se rompiera la coalición de Gobierno, al no haber podido Yair Lapid, entonces ministro de Finanzas, aplicar la exención prometida del IVA en la compra de viviendas.
Los israelíes, ya sea por los éxitos de Netanyahu en materia de seguridad, como apuntó el periodista de Haaretz Chemi Salev –éxitos que ahora se ven eclipsados por la carta de 200 antiguos generales del Ejército en que se acusa a Bibi de ser un peligro para la seguridad nacional–, o por la desconfianza hacia los palestinos (una encuesta del Jerusalem Center for Public Affairs elaborada en las postrimerías de las últimas elecciones mostraba que un 73% de los israelíes no creía que volver a las fronteras de 1967 trajera la paz), se están preocupando más por el coste de vida y por la batalla política Religión-Estado que por un conflicto que lleva años estancado y sin aparentes vías de solución a corto plazo. La mayoría se contenta con la célebrecalma tensa, bastante mejor que los años plomizos de la Segunda Intifada.
Ben Sales sostiene, al amparo de los resultados de una encuesta elaborada por el Democracy Institute, que no es que a los israelíes ya no les importe el conflicto, sino que opinan que el resultado de las elecciones no influirá mucho en el mismo. Un 58% de los encuestados cree que, gane quien gane, el proceso de paz no avanzará porque no hay solución sobre los asuntos que están en disputa, y un porcentaje similar opina que si el Gobierno que salga de las urnas es de centro izquierda los palestinos no se mostrarán más flexibles en las negociaciones. Los israelíes, en suma, sienten que la resolución del conflicto ya no depende de ellos, y lo ven con lejanía. En cambio, tienen que lidiar todos los días con el alto coste de la vida. Una percepción que el nuevo partido de centro del ex Likud Moshe Kahlón ha sabido convertir en lema de su campaña:
¿Cuántas veces has recibido una llamada de la Casa Blanca? ¿Cuántas veces has recibido una llamada de tu banco?
Kahlón, que supuestamente pertenecía a un partido conservador, ha hecho su campaña en clave socioeconómica, proponiendo políticas redistributivas de la riqueza y en contra de la concentración empresarial. En la misma línea, todos los partidos están reforzando y delineando escrupulosamente sus programas socioeconómicos, que son los que van a tener en cuenta la mayoría de los electores. Así, por ejemplo, Netanyahu ha tenido que reconocer que su Gobierno no hizo lo suficiente para atajar el problema del precio de la vivienda; un movimiento inesperado que quizás busca un premio a la sinceridad, tan querida por los votantes de cualquier sociedad democrática. Herzog, por su parte, lleva como números 4 y 5 de su lista a Stav Shafir e Itzik Shmuli, líderes de las protestas de 2011. Y Yesh Atid (“Hay Futuro”), que es un partido nacido de esas protestas, sigue centrado en la vivienda y en el coste de la vida, y respecto al conflicto no ha dicho mucho, aunque anunció su candidatura en 2013 en el asentamiento de Ariel y ha declarado que no cree que los árabes quieran la paz y que el status de Jerusalén es innegociable.
En definitiva, todo indica que el célebre “Es la economía, estúpido” será la clave de la jornada electoral del próximo martes.
Lo que hay que entender a primeras, es que salga quien salga, los problemas serán los mismos y el mas acusiante de todos es el de la seguridad y la defensa.
No hay dudas al respecto, todos los matices, tanto económicos como sociales, se pueden abordar dentro de un marco en el que el sionismo siempre ha dado resultados positivos, nadie lo puede negar, y formar un equipo para ese propósito siempre fué y será una prioridad.
Pero para la seguridad y la defensa, se necesita de alguien que tenga esas cualidades que lo hacen especial para el cargo y no tengo dudas que a la hora de decidir, no habrá dudas !!!
La mayor aspiración en este momento es la mayor participación posible, lo que significa que a las mayorías les importa tanto el futuro del país como su desarollo.
Que así sea !!!