En la noche antes de comenzar la marcha, el rabino Israel Meir Lau se vuelve hacia mí y me pregunta: «Noah, ¿te habrías atrevido a soñar en esa época que un día participarías en una marcha simbólica en memoria de los millones asesinados por los alemanes?»
El Rabino Lau, el gran rabino de Tel Aviv y ex rabino jefe de Israel, ya sabe la respuesta. También él fue un prisionero en uno de los más de 2.000 campos construidos por los alemanes para «resolver» el problema del pueblo judío – en otras palabras, para lograr su completa aniquilación. Lau, que sólo tenía ocho años de edad, era el preso más joven de Buchenwald en la época. Sobrevivió gracias a una notable serie de milagros y del ingenio de su hermano mayor, Naftali, que en paz descanse.
Claramente, no me habría atrevido a soñar en esa época – no acerca de libertad, no acerca de un futuro y definitivamente no acerca de una marcha simbólica, la Marcha de la Vida, que se lleva a cabo por 30a vez y en la que el Rabino Lau y yo participaremos el jueves, lado a lado. En años anteriores, éramos un grupo de 20 sobrevivientes del Holocausto en la marcha. Hoy en día, sólo queda media docena.
El único sueño que tenían todos los prisioneros en los campos de judíos era vivir un día más que Adolf Hitler y sobrevivir al Reich de los horrores que estableció. Yo era un prisionero en Auschwitz en la época, un prisionero sin nombre, con un número tatuado en mi brazo izquierdo. Un prisionero sin derechos, cuya vida o muerte era determinada por uno u otro oficial de las SS.
El plan de los alemanes era conquistar el mundo y asesinar a los 18 millones de judíos que vivían en el mundo en la época – como abiertamente los expresaban en las canciones que cantaban en sus desfiles: «¡Hoy nosotros gobernamos Alemania, mañana el mundo!» En los campos se aseguraron de «matarnos» primero a nosotros, física y mentalmente, básicamente convirtiéndonos en animales.
¿Puede una persona común imaginar cientos de personas sentadas una al lado de otra en la letrina, el edificio donde fueron excavados agujeros en el suelo cada medio metro, agujeros en los que defecábamos, muchos de nosotros sufriendo de disentería grave? Una persona común, sin duda, no puede imaginarse eso, al igual que no puede imaginar el estar de pie durante horas en el patio al final de un día de trabajo, cuando los oficiales de las SS se enteraban de que un prisionero no había regresado (nos contaban cuando íbamos y cuando regresábamos del trabajo). Hasta que no encontraban al prisionero que faltaba, cuando sospechaban que alguien había logrado escapar, nos mantenían de pie allí durante horas. Sin ninguna otra opción, nos consolábamos mientras estábamos de pie. En el clima extremadamente frío, la orina y las heces se congelaban en nuestros cuerpos y en los finos pijamas que llevábamos puestos. En el verano, el hedor hacía que cientos de nosotros – tal vez incluso miles – nos desmayáramos.Entonces, ¿Cómo podríamos nosotros, en esas condiciones, con el diario abuso al que estábamos sujetos, soñar acerca de libertad y cualquier tipo de futuro? Y, sin embargo, milagrosamente, algunos de nosotros, muy pocos, sobrevivimos, fuimos puestos en libertad y tomamos parte en la creación y el desarrollo del nuevo estado judío.
Hace exactamente 70 años, el 29 de abril de 1945, cuando las fuerzas del Ejército Rojo me liberaron a mí y a otros del campo de prisioneros de Ravensbrück, dejé atrás los 30 meses de infierno en cuatro campos diferentes, incluyendo Auschwitz, tres «marchas de la muerte», un gran número de procesos de «selección» y un sinnúmero de enfermedades.
Pasé los primeros días después de mi liberación observando principalmente las largas filas de soldados alemanes derrotados que se dirigían a los campos de prisioneros de guerra. Me paraba a los lados de los caminos y mi corazón casi estallaba de satisfacción y alegría, viéndolos arrastrar sus piernas con sus ojos clavados en el suelo, para evitar que su mirada irritara a los soldados del Ejército Rojo que los conducían.
Allí estaban, los arrogantes y orgullosos héroes en su hermoso y limpio uniforme, los gobernantes de Europa en su camino hacia la conquista del mundo, los caballeros de la raza superior, ebrios de victoria, que veían a los judíos y otras personas como criaturas inferiores y podían decidir, en un segundo, cuál de ellos viviría y cuál de ellos moriría.
Estos «superhéroes» estaban ahora marchando con sus uniformes desgarrados y sucios, muchos de ellos descalzos, llevados a los campos por los soldados del Ejército Rojo, incluidos miembros de las repúblicas asiáticas de la Unión Soviética – representantes de esos pueblos «inferiores» que los nazis buscaban aniquilar tan pronto como terminaran con los judíos.
Y yo, el «inferior» que sobrevivió, los observaba, disfrutando cada momento.
http://www.ynetnews.com/articles/0,7340,L-4647661,00.html
Traducido para porisrael.org por José Blumenfeld
Los caldeos, los medo persas, los romanos, los turcos, los alemanes nazis y cualquier otra potencia que han masacrado a Israel, no son más que hombres; por encima de ellos está el Dios eterno, vivo y verdadero que realiza las batallas de su pueblo; solo es cuestión de que este se vuelva a El en sincero arrepentimiento y en fe. Que lo reconozca como su Dios.