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| martes abril 16, 2024

Parashá Behaloteja


 

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Aarón recibe el mandamiento de encender las velas de la Menorá (candelabro de siete brazos), y la tribu de Leví es iniciada en el servicio en el Santuario.

Un «Segundo Pesaj» es instituido en respuesta a la petición de «¿Por qué seremos desfavorecidos?» elevada por un grupo de judíos que no pudieron ofrendar el sacrificio pascual en el momento adecuado por haber estado ritualmente impuros. Di-s instruye a Moshe sobre los procedimientos para los viajes y campamentos de Israel en el desierto, y la gente viaja en formación desde el Monte Sinaí, donde habían acampado cerca de un año.

La gente está insatisfecha con el «pan del cielo» (el maná) y demanda que Moshe les provea carne. Moshe designa 70 ancianos, a quienes emana de su propio espíritu, para asistirlo con la carga de gobernar al pueblo. Miriam habla negativamente de Moshe y es castigada con tzaráat – una especie de lepra; Moshe reza por su curación y toda la comunidad espera siete días para su recuperación.

TODOS SOMOS AARON

Según nuestros Sabios la luz de la Menorá llegaba a todos los rincones de Jerusalén, y aun más allá. Y fueron Aarón y sus descendientes los encargados de la tarea.

Hoy no tenemos la Menorá, pero la tarea encomendada a Aarón y sus hijos sigue en pie. Con una ligera variante. Todos nosotros somos Aarón y sus hijos y debemos encender nuestra Menorá para llevar luz a este mundo sumergido en las tinieblas

Si señores ¡¡¡TODOS SOMOS AARON!!!

Discurso positivo

Por Naftali Silberberg

Al final de esta Parashá, leemos que Miriam, la hermana mayor de Moshé, fue castigada con tzaarat (lepra) por haber hablado en forma negativa de Moshé. Luego de la gran revelación en el monte Sinaí, Moshé se separó de su esposa Tzipora. Sin saber que había recibido el consentimiento de Di-s para realizar esta acción, Miriam le expresó su desaprobación a su hermano Arón. A pesar de que no quiso causar daño, ella fue culpable de haber hablado Lashon Hará.

El Lashon Hará hace mucho daño, y las lágrimas separan familias y amigos. La gravedad de este pecado está demostrada por el hecho de que el Talmud reconoce a “quienes hablan Lashon Hará constantemente” como un grupo que no merece la Shejiná (Divina presencia).

Afortunadamente, cuidarse del Lashón Hará ha crecido en las últimas décadas gracias a la influencia de los escritos del Jafetz Jaim (Rab Israel Meir Kagan 1838-1933).

Hay dos formas de cumplir con esta mitzvá. El método más simple es la abstinencia y la autodisciplina. La tentación natural para disfrutar de los chismes debe ser reprimida. Esta es una tarea difícil porque la lucha es continua y constante, pero la mente puede y debe controlar los deseos del corazón.

Rabi Shneur Zalman de Liadi, el “Alter Rebe”, ofrece un enfoque alternativo:

“Por lo tanto, mis amados y queridos hermanos, les ruego una y otra vez que cada uno de ustedes ejerza con todo su corazón y alma el amor hacia sus semejantes. Y en las palabras de la Escritura: “Que ninguno de ustedes considere en su corazón qué es malo para su compañero”. Más aún, no debe surgir (esta consideración) en sus corazones; y si así sucede, uno lo debe alejar de su corazón. Porque hablar mal de otra persona es tan grave como cometer idolatría, derramamiento de sangre y adulterio. Y si esto es así con el habla, entonces, seguramente pensar mal del otro es aún peor, porque todos los sabios de corazón son conscientes del gran impacto en el alma del pensamiento sobre el habla.

Alguien que ejerce autocontrol en sus palabras está constantemente involucrado en la lucha contra lo negativo. Esta persona está haciendo un gran bien en no transmitir sus pensamientos negativos a otras personas, pero su corazón no es todavía un santuario para Santidad. También, una persona que trabaja en respetar a cada individuo y erradica todo lo negativo de su corazón, se convierte en una persona naturalmente cariñosa. En vez de pelear contra la oscuridad, la está expulsando con la luz de su corazón. (www.es.chabad.org)

Desear el deseo

“La multitud entre ellos empezó a sentir un fuerte deseo y los hijos de Israel lloraron una vez más, diciendo: ¿Quién nos dará de comer carne? Recordamos el pescado que comimos en Egipto sin pagar nada… pero ahora nuestros cuerpos están secos, no hay nada, no tenemos nada más que el Maná frente a nosotros”. (Números 11:4-6)

Pregunta:

Como es sabido, el Maná que caía del cielo podía adoptar cualquier tipo de sabor que uno quisiese (ver Rashi, comentario a Números 11:5), sólo bastaba con imaginarlo y listo. Si es así, ¿por qué entonces el pueblo judío tenía un fuerte deseo de comer carne? ¿Acaso no podían simplemente desear que el Maná tuviese sabor a carne y eso habría sido suficiente?

Respuesta:

Existe una diferencia fundamental entre el reino vegetal y el reino animal. En los vegetales hay “fuerza de vida”, ellos crecen, se desarrollan, es decir, están vivos, pero, a diferencia del mundo animal, no hay en ellos una “fuerza del deseo” (tahavá) tan grande. Es por eso que en general, si analizamos una planta cualquiera, veremos que esta no se mueve de su lugar, es decir, no “corre” detrás de sus deseos. La “fuerza del deseo” en cambio, se encuentra fuertemente en los animales.

Ahora bien, el hecho de comer carne animal dicen nuestros Sabios, hace que aumente dentro de nosotros la tahavá (el deseo), hace que se despierte por así decir nuestra “parte animal”. De esta manera, ellos establecieron que una persona que no tiene Torá, no debe comer carne, ya que no tiene un antídoto (la Torá) para contrarrestar este deseo excesivo que ahora se encuentra dentro de él, producto de la ingesta de carne animal (ver Talmud, Pesajim 49b).

Por otra parte nuestros Sabios explican que el Maná era un alimento totalmente espiritual (ver Talmud, Ioma 75b), tanto así que era completamente absorbido por los órganos del cuerpo, sin generar ningún tipo de residuo. Este alimento espiritual estaba en un nivel aún más elevado que los mismos vegetales, y por lo tanto, no había en él ningún rastro de “fuerza del deseo” que pudiera aumentar la tahavá (el deseo) de aquellos que lo ingerían.

Por esta razón, después de comer Maná, el pueblo judío perdió incluso el deseo de comer, y sólo seguían comiendo porque intelectualmente sabían que sin la comida morirían, pero cualquier aspecto agradable del consumo de alimentos había desaparecido por completo.

Y esta fue precisamente su queja, «Es cierto que disponemos de un alimento que puede adoptar el sabor de casi cualquier cosa, ¡pero hemos perdido el deseo de comer!, ingerir alimentos ya no es un experiencia agradable, sino más bien una ardua tarea».

El Meshej Jojmá (Rav Meir Simja Hakohen de Dvinsk) va un paso más allá y explica que ellos no deseaban la carne en sí, sino que deseaban el deseo mismo, el hecho de «sentir el deseo”, es decir, querían la «fuerza del deseo» que estaba contenida en la carne. Esto queda en evidencia si analizamos el versículo en el hebreo original, ya que está escrito hithavú tahavá, literalmente ‘ellos desearon un deseo’.

La razón más profunda de esto es que no es gran cosa ser buena persona y actuar correctamente cuando no hay ninguna tendencia negativa que te empuje en la dirección contraria. Dios creó el Ietzer Hará (nuestra tendencia negativa) precisamente para ponernos a prueba y que de esta manera nos desarrollemos como personas. El pueblo judío estaba pidiéndole carne a Dios para recuperar su tahavá y así poder seguir creciendo espiritualmente, ellos estaban pidiéndole que devolviera por así decir, los desafíos espirituales a sus vidas. (www.aishlatino.com)

 
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