En 1998 publiqué Sangre judía. Españoles de ascendencia hebrea y antisemitismo cristiano (actualmente en 4a edición) con la ilusa esperanza de referirme a un conflicto pasado. El documento Nostra Aetate del Concilio Vaticano II (1962-65) exculpó a los judíos de la acusación más idiota de la historia: haber matado a un dios inmortal. El establecimiento de relaciones diplomáticas de la católica España con Israel en 1986, la conferencia de Madrid en 1991, la visita en 1993 del rey a Israel, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano e Israel, la Conferencia Euromediterránea de Barcelona en 1995, todo parecía confabularse para la desaparición definitiva del antisemitismo cristiano.
Sin embargo, el antisemitismo cristiano –teológico y político–, lejos de desaparecer, se ceba con el Estado de Israel disfrazado de antisionismo, difundido en el islam con el pretexto palestino por obra y desgracia de los nazis de Reinhard Gehlen. Si en el siglo XX había cierta reserva cristiana, por el hedor que despedían los cadáveres del Holocausto, víctimas de la cruz –gamada o no–, en el siglo XXI casi toda la cristiandad se ha sumado al antisemitismo con el fin de ilegitimar y estrangular al único estado judío del mundo, que además da ejemplo de democracia, de enorme contribución a la ciencia y tecnología, y de un ejército de defensa con el más alto nivel moral y el cumplimiento más estricto de la Convención de Ginebra sobre la guerra.
Pues bien, pasándose por la entrepierna la decisión aprobada por la Sociedad de Naciones y recogida por la ONU, el Vaticano reconoció a Palestina como nación independiente. Iglesias cristianas tales como la presbiteriana, la anglicana, la episcopaliana, la unida, la luterana y cuantas otras haya inspirado la fantasía a costa del rabino Jesús de Nazaret se han unido al BDS –boicot, desinversión y sanciones– contra el Estado de Israel “para forzar la paz”, dicen, pero conscientes de que la pelota está sobre el tejado árabe-palestino. Les importa un bledo que los islamistas decapiten a sus feligreses. Israel, para esos cristianos, es el enemigo a batir.
No soy creyente. Pero esa cristiandad me recuerda a los hijos de las tinieblas en su afán bíblico de exterminar a los hijos de la luz.
Quien sabe q clase de cristianos seran…no entiendo como pueden estar en contra del pueblo que el Eterno bendijo,y que es la niña de los ojos «Di.s bendiga a Israel»