Qué hermoso sería el otoño si la crisis no nos agobiara y el hambre no acechara a los más pobres. El cielo de un color zafiro, transparente. Los últimos y duros melocotones de Calanda, las castañas, las uvas, el torrente de hojas que baja impulsado por el viento y cruje una alegría fresca. Los niños en el comienzo del año escolar, con la tibieza de las manos de su madre impresa aún en sus mejillas. Los griegos llaman aún hoy a esta estación stinoforos, es decir portador de frutos. Una pena que la irresponsabilidad política y económica opaque este cielo y vuelva ácidas las primeras granadas, una lástima que los frutos no nos sepan igual y que la ira y el creciente rencor contra los políticos corruptos nos impidan gozar de la vida.
Voy a por leña a una casa de la montaña, al pie de carretera. En ella vive un matrimonio gallego de la cuarta edad, aunque bien podrían ser de la quinta. Sin embargo, están sanos en medio de sus cataratas y catarros, y hacen un vino dorado que me dispongo a probar.´´Sem química´´, me dicen. Un día en el que hablamos de nacionalismo se echaron a reír, recordándome que la única patria del hombre es su infancia (cosa que ya dijo un poeta), y por eso él tiene tres perdices de patas rojas que le cantan desde sus jaulas los amaneceres de Pontevedra, y ella, que ríe mucho y con desparpajo, prepara, en la batea para el vino de este año, el espacio para que vuelvan, en imagen al menos, sus antepasados a la tarea. Le tienen sin cuidado las banderas y los orgullos. Habla de sus gatos como de sus nietos, y se burla del viejo pastor alemán al que alimenta con caldos espesos de col y tuétano, por lo que uno no sabe si debe temer al perro por el lado de su cabeza o por la parte trasera. Me encanta visitar a esas gentes, tan fuera del tiempo, tan gallegas y al mismo tan de la tierra, pues hubieran sobrevivido en cualquier lugar, ya que sacan partido del bosque, del suelo, del gallinero y de la escasa faja en la que cada año crecen las patatas. Pronto ya no quedará nadie así, o tal vez unos pocos seres que viven marginados y felices. Nunca están desocupados, casi no poseen otras ropas que las puestas amén de los trajes y vestidos domingueros, pero en su granero hay de todo, conejos, huevos, mermeladas que nadie come, una rueda de tractor en la que anida una familia de ardillas, viejas muelas de afilar, hormas para quesos, qué se yo.
Ante tanta vida ¿qué es la muerte?¿Cuántos son, realmente, los prevaricadores y bandidos? Romanos, griegos e inclusos los minoritarios pueblos del Amazonas pagaban con el exilio a los criminales y a los disidentes. Así que, ¡si a los malos políticos no les gusta servir a su país en lugar de esquilmarlo, que se vayan a otro! Soy de los que creen que cuanto más fácil sea robar y mentir, más difícil será vivir. Siempre fue así y siempre lo será. Ningún crimen soluciona nada, ningún odio aclara nada, ningún falso orgullo mejora la convivencia. ´´Mire el bosque- me dice mi proveedor de leña-, tan bonito e individualista por fuera, tan nítido en la separación de sus pinos, y sin embargo todas sus raíces se tocan, enlazan, trenzan, abrazan y ayudan unas a otras por debajo de la tierra .El nacionalismo debería aprender de la floresta y no darnos la tabarra con en eso de las ´raíces propias´. Propias serán las hojas, porque lo que ocurre en el subsuelo es de todos y para todos. La tierra nos quiere juntos y mezclados, y no separados y de un mismo color.´´
Qué hermoso sería el otoño, qué cristalina su atmósfera y qué sabrosas sus manzanas si esta larga crisis hubiera pasado ya. Cuánta esperanza habría en el horizonte si el crimen no empañara la luz.
Excelente relato.