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| viernes noviembre 15, 2024

El destino de los refugiados sirios


La foto de un niño kurdo que falleció ahogado en la costa de Turquía, huyendo de la guerra civil siria, ha conmovido a… Europa y el resto del mundo occidental. Coloco los puntos suspensivos porque la conmoción no parece haber alcanzado al mundo árabe. En rigor, la guerra civil en Siria es constante desde 2011, en el contexto de la mal llamada y malhadada Primavera Árabe, con la calamitosa cifra centenares de miles de muertos, entre ellos miles de niños, no accidentalmente ahogados, sino asesinados por fundamentalistas islámicos o atrapados en el fuego cruzado, exclusivamente dentro del territorio gobernado por el dictador Bashar al Asad.

Una imagen no dice más que mil palabras. Por el contrario, son las palabras las que invariablemente terminan por descifrar las imágenes. Todavía queda mucho por aclarar y explicar sobre cómo fue fotografiado el cadáver de ese niño abandonado en la orilla. En cualquier caso, es el cadáver de un niño ahogado, proteger su derecho a la vida es una obligación para cualquier adulto. Sin embargo, los periodistas, intelectuales y políticos de las democracias occidentales parecen mucho más interesados en flagelarse y echarse la culpa unos a otros que en encontrar una solución profunda y durable a la tragedia de las masacres fraticidas dentro del mundo árabe.No he leído todavía ningún análisis concienzudo que se preocupe por preguntarse por qué el mundo árabe no acoge solidariamente ni hace ningún tipo de esfuerzo por acudir en ayuda de los refugiados del mundo árabe. El Occidente democrático, en un despliegue de autoodio y culpa fabricada que no aporta ninguna solución racional, se inventa un Medio Oriente para su propio consumo, que no sólo no refleja la realidad sino que definitivamente la empeora.

Con la tragedia del bonzo tunecino en 2010, la primera de las protestas que dio origen al invento de la Primavera Árabe, los analistas de las democracias occidentales decretaron la aparición de un movimiento democratizador en África y Arabia que iba de Túnez a Egipto, de Siria a Baréin, de Libia a Marruecos. Nótese, nuevamente, que adjudico esta interpretación exclusivamente a los analistas occidentales. Era y es prácticamente imposible encontrar en los diarios o canales de noticias intelectuales nativos árabes que vivan hoy en el mundo árabe que compartan esa interpretación. El tipo de crisis que atraviesa el mundo árabe desde 2010 y hasta nuestros días no se diferencia en nada de su derrotero previo: los cambios gubernamentales no se dieron en un contexto de elecciones, sino por medio de asesinatos o golpes de Estado, que en ningún caso condujeron a una democratización posterior. Como Naser destronó al rey Faruk, Al Sisi derribó al fundamentalista islámico Morsi. Cuando al electorado egipcio se le dio la posibilidad de concretar elecciones relativamente libres y secretas, optó masivamente por la alternativa fundamentalista islámica, que de democrática sólo tiene su modo de ascenso al poder, y cancela cualquier pacto de convivencia parlamentaria y libertades públicas el mismo día de la asunción. Por supuesto que un golpe militar en su reemplazo, como sucedió, no es precisamente la solución libertaria que inventaba la prensa occidental. El asesinato, la tortura y la posible violación del sátrapa libio Muhamar Gadafi tampoco llevó a Libia a un sistema de derechos y garantías individuales; más bien se trata en la actualidad de un territorio desmembrado en retenes controlados por distintas facciones armadas.

Suponer que el completo fracaso del mundo árabe al modernizarse y democratizarse es consecuencia de las políticas internacionales de Estados Unidos y Europa es discriminar a las masas y los actores políticos del mundo árabe, desconsiderándolos al punto de no suponerles ningún tipo de influencia en sus propios destinos. Cuando ocurrió el desmembramiento y la caída de la Unión Soviética, hacía decenas de años que disidentes y activistas políticos de ese orbe, exiliados o en sus países, venían reclamando el final del stalinismo: Havel, Kundera, Sharansky, Solyenitsin, Pasternak, entre otros miles de intelectuales, científicos y artistas reclamaban el fin de la opresión y la democratización. En el mundo árabe no sólo no tenemos la menor idea de qué desean sus intelectuales, científicos o artistas, sino que, además de fabular esa voluntad, culpamos a las democracias occidentales de sellar sus destinos. Si no existiera tal nivel de fabricación de la percepción, el mínimo sentido común nos indicaría que los principales responsables, tanto de la tragedia del mundo árabe como de las posibles soluciones, son los propios monarcas, jeques, ayatolás y dictadores del mundo árabe. Son sus líderes, sus intelectuales, sus artistas, oficialistas y disidentes, sus masas, quienes deberían, en primer lugar, acudir desesperadamente en apoyo y auxilio de sus hermanos sirios al borde literalmente de la muerte.

El mundo árabe-musulmán se ha concebido a sí mismo como unidad identitaria y religiosa en múltiples ocasiones. Chiitas y sunitas, del persa Irán a la árabe Gaza, consideran el vasto Medio Oriente la Casa del Islam, en contraste con el territorio de las democracias occidentales, habitado por los “infieles”. Irán, a miles de kilómetros de Israel, propone su destrucción, no sólo por estar habitado mayoritariamente por judíos, sino en supuesta solidaridad con sus hermanos palestinos. Siria, Egipto y Libia, en distintos momentos de sus historias, consideraron la posibilidad de unirse en una única república revolucionaria árabe. En 1948, recién creado el Estado de Israel, seis países árabes, entre ellos Irak y Arabia Saudita, sin fronteras con el país invadido, se mancomunaron de inmediato para invadirlo y destruirlo. En 1967, Jordania, Egipto y Siria sellaron un nuevo pacto militar para exterminar a los judíos de Medio Oriente. Y en el 73, luego de una nueva agresión conjunta de Siria y Egipto contra Israel, en la Guerra de Iom Kipur, todo el mundo árabe, incluyendo los países pobres del África, se complotó en un boicot a la venta de petróleo a Occidente. De modo que cuando se trata de confeccionar una entente para destruir Israel o atacar intereses de las democracias occidentales, la unidad del mundo árabe funciona acertadamente, pero cuando se trata de socorrer a sus propios hermanos en desgracia el silencio es ominoso.

Irán destina miles de millones de dólares anuales a financiar el terrorismo en Yemen, en Líbano, en Gaza y en la propia Siria, ¿nada de ese bochornoso presupuesto se puede dispensar en solidaridad con los refugiados? ¿En su interminable territorio, donde sobra el lugar para esconder las usinas nucleares, no restan un par de metros cuadrados para salvar al menos a un par de familias sirias de morir ahogadas? El hecho de que los ayatolás sean los principales aliados del dictador sirio en la región sólo redobla esta brutal injusticia. ¿Y los petromillonarios países del Golfo Pérsico? Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Baréin, Qatar,Omán y Kuwait no sólo se niegan a recibir a un solo refugiado sirio en sus países, ya no digamos una familia, sino que tampoco organizan un mínimo esfuerzo económico para socorrerlos siquiera más allá de sus soberanías.

La obligación de cualquier adulto frente a un niño a punto de ahogarse es auxiliarlo del modo más rápido y efectivo posible. Pero la solución a la tragedia de los refugiados sirios, no porque resulte políticamente conveniente para tal o cual factor de poder, sino porque el mínimo sentido común lo reclama, es que el mundo árabe abra la puerta y sus caudales a sus hermanos árabes. Eso es lo que deben exigir, tanto en el Occidente democrático como en el resto del mundo, quienes realmente quieren solucionar esta catástrofe humanitaria.

http://elmed.io/el-destino-de-los-refugiados-sirios/
 
Comentarios

Pues no es del todo correcto el analisis, Arabia Saudita ha ofrecido miles de millones para construir cientos de mezquitas en Europa (lean bien, solo en Europa) donde los refugiados podran ser indoctrinados y centalizar la accion de los miles de terroristas que entran en Europa con la fachada de refugiados. Iran seguramente no se quedara atras tampoco, pues sus terroristas chiitas tambien necesitan bases en Europa con la fachada de mezquitas.

Opinión
Llegan los godos al imperio vencido
Por Arturo Pérez-Reverte | El País
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En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y 98 años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos.

Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras islam y rais -religión mezclada con liderazgos tribales- hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros, pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa, o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roída por dentro y amenazada por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni deba defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual.

Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive, y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar.

La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.

Periodista y escritor español.

Es tanto lo que se escribe, y es tan poco lo que se hace, . La publicidad es incluyendo la prensa. Y nosotros los lectores,expectantes, y los fabricante de armas, risueños y felices, esperando ,donde nacer otro conflicto cuanto mas fuerte ,mas agresivo mejor. Algunos informes son aparatosos, no menos inescrupulosos, dignos de la mejor comedia. Una reportera lo hace caer a un padre con su niño ,alpiste para la prensa. Mientras miles y miles ,no dudo que sean llegando a millones, caminan, corren mueren, sobreviven, hasta deben nacer en semejante ecatombe, .Y solo uno, como una muestra de humanidad , sirve de cartel propagandístico para disimular la inpoerancia del mundo ante esta tragedia. Y solo uno, que tuvo la suerte de caer por la sancadilla, esta feliz, tiene casa comida trabajo, y futuro. Solo uno, que cumple el deber de tranquilizar las conciencias de los indiferentes europeos, que trabajan incansablemente en dar solución a la tragedia, con reuniones interminables buscando soluciones que no llegan, cuando la única solución esta a la vuelta de la esquina, terminar la GUERRA EN SIRIA, y las interminables masas humanas que inocentemente caminan entre vías férreas y trenes abarrotados, sin destino aparente, , solo tienen el destino que le han marcado los creadores de estos conflictos en la lucha por el PODER, UNICO FIN QUE PRESIGUEN LOS GRANDES CONDUCTORES DE LA POLITICA MUNDIAL.-

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