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| lunes mayo 13, 2024

Parasha Hazinu-Sucot


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Una gran parte de la porción de la Torá Haazinu (Oigan) consiste en una «canción» de 70 líneas dicha por Moshe al pueblo de Israel en el último día de su vida.
Llamando al cielo y la tierra como testigos, Moshe exhorta al pueblo «Recuerda los días de antaño / Considera los años de muchas generaciones / Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán» como Di-s «los encontró en una tierra desierta», los hizo un pueblo, los eligió para sí mismo y les legó una hermosa tierra. La canción también advierte sobre las dificultades de la abundancia: «Ieshurún engordó y pateó / Tú has engordado, grueso, anadeado / El olvidó al Di-s que lo hizo / Despreció la Roca de su salvación» — y las terribles calamidades que ocurrirían, cuando Di-s «oculta Su rostro». Sin embargo, hacia el final, él promete, Di-s vengará la sangre de sus sirvientes y se reconciliará con su pueblo y su tierra.

La parashá concluye con la instrucción de Di-s a Moshe de subir a la cima del Monte Nevó, desde donde observará la Tierra Prometida antes de morir ahí. «Tú verás la tierra frente a ti; pero no entrarás allí, a la tierra que Yo doy a los hijos de Israel»

LOS ANCIANOS SABEN

“Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán”
Se cuenta que un niño judío estaba a punto de hacer el Bar Mitzvá y recibió como regalo unos Tefilín. Asombrado preguntó a su padre que eran esas cosas.

“No se” respondió el padre “debe tener algo que ver con el judaísmo. Mejor pregúntale a tu abuelo, él debe saber de esas cosas”.

Lamentablemente esta historia se repite muy frecuentemente. Cada vez son más los padres que sólo conocen la parte superficial y derivan a sus hijos a los ancianos para que se mantenga la conexión con el judaísmo.

SUCOT

Durante cuarenta años, mientras nuestros antepasados atravesaban el desierto de Sinaí antes de entrar a la tierra santa, milagrosas «nubes de la gloria» los rodeaban y cubrían, protegiéndolos de los peligros y malestares del desierto. Desde entonces, recordamos la amabilidad de Di-s y reafirmamos nuestra confianza en su providencia morando en una suca–una choza de construcción temporal cubierta con un techo de ramas—durante el festival de Sucot (Tishrei 15-21). Por siete días y noches, comemos todas nuestras comidas en la suca y actuamos como si ella fuera nuestro hogar. Otra observancia de Sucot es la de tomar las Cuatro especies: etrog (cidra), lulav (palmera), tres hadasim (ramitas de mirto) y dos aravot (ramitas de sauce). En cada día de la festividad (excepto Shabat), tomamos las cuatro especies, recitamos una bendición sobre ellas, las unimos en nuestras manos y las agitamos en seis direcciones: derecha, izquierda, adelante, atrás, hacia arriba y hacia abajo.

El Midrash nos dice que las cuatro especies representan a los varios tipos y personalidades del pueblo judío, lo que acentúa la unidad que remarcamos en Sucot. Sucot también se llama La Época de Nuestra Alegría; de hecho, una alegría especial impregna la festividad. Cada noche se realizan Celebraciones de la Extracción de Agua, evocando las noches de alegría en el Templo Santo con motivo de la extracción de agua para ser usada en el servicio del festival, llenan las sinagogas y las calles de canciones, música y bailes hasta las tempranas horas de la mañana. El séptimo día de Sucot se llama Hoshana Raba («Gran Salvación») y cierra el período del juicio divino comenzado por Rosh Hashaná.

LA SEXTA DIMENSION

Por Nejama Dina Hecht

Me salieron al paso en una esquina cuando estaba por ir a tomar mi café de la tarde. Eran dos muchachos. Vestían trajes de estilo clásico, aunque arrugados, y para protegerse del sol llevaban sombreros grandes y negros. Me pidieron que encendiera una vela. Pero no se trataba de una vela cualquiera, me pidieron que encendiera una vela para Di-s. Para cambiar el mundo. Para lograr la perfección. Y me pregunté si también me iban a decir que era la llave a la riqueza.

Me negué.
Toda la vida estuve tras la búsqueda del sentido de la vida. Sabía que el dinero no era la llave. Hasta los avisos publicitarios coincidían en este punto. Necesitaba algo más. Realización. Profesión. Autoestima. Un grupo de amigos. Participar en lograr el cambio en la vida de alguien. Y, aunque ya había alcanzado todas estas metas, no era suficiente. Ese día supe que necesitaba más aún. Estaba preparada para trabajar más para la comunidad, salir a buscar un empleo que me planteara más desafíos. Pero no estaba buscando a Di-s.

No necesito que Di-s sea parte de mi vida. Vivo en este mundo, no en un nirvana. No necesito rituales, ni tampoco el comportamiento repetitivo del culto para darle color a mi vida. Y, ciertamente, no me hacía falta una sencilla vela blanca para reemplazar mi vela con aroma a lavanda. Necesitaba encontrar el sentido de la vida.
No acepté encender la vela. Para Di-s. Para alcanzar la paz en el mundo. Para lograr la unidad.

Unas semanas más tarde volvieron a salirme al encuentro. En esta oportunidad llevaban unas ramas y frutos. Me pidieron que agitara las ramas en el aire, que las sacudiera en todas las direcciones. ¡Qué manera ridícula de no querer ver la realidad! Me negué. Pero, al día siguiente, dije que sí.

Y pensé ¿en qué me puede perjudicar algo que viene de una pequeña cultura extranjera? De modo que sacudí los frutos. Y no hubo fuegos artificiales, ni apariciones de Di-s, ni el fulgor de la realización. Tal como lo esperaba.
Pero esa misma noche, poco más tarde, sentí que había sucedido algo diferente. Nada importante, nada que pudiera identificar con exactitud. Solamente un ligero sentimiento de bienestar.

De modo que, al día siguiente, volví a sacudir la rama. Repetí las extrañas sílabas y agité los frutos. Pero no por la paz del mundo. Solo para volver a captar ese fugaz sentimiento.
Ahora, enciendo velas todos los viernes de noche. Ya no le agrego leche a mi ‘Pollo a la King’. Leo diariamente las palabras de alabanza contenidas en un pequeño libro. A Di-s.
¿Qué fue lo que cambió?

Curiosamente, las cosas que hago no han cambiado. Sigo teniendo mi profesión. Sigo teniendo amigos. Sigo trabajando como voluntaria en el refugio para mujeres. Pero hay algo más.
Nada ha cambiado. Nada ha cambiado en mi mundo de cinco dimensiones.
Pero descubrí una sexta dimensión que, hasta ahora, nunca había conocido.
Si me lo hubieran contado no lo habría creído. De haberlo leído, tampoco nada habría cambiado.
El sonido solamente puede ser comprendido en el contexto de otros sonidos.

Fue recién en el momento en que pude agitar la rama, que logré llegar a tener una referencia con respecto a esa dimensión. Y fue solo cuando empecé a hacer más, que realmente pude sentir su presencia.
Esos muchachos hubieran podido hablar y seguir hablando hasta hartarme pero, para mí, no habría tenido ningún significado. Tenía que hacerlo por mí misma.

Ahora sé por qué me salieron al paso. (www.es.chabad.org)

EN MEMORIA DE BARUJ BEN JAIM TZVI HALEVI WINICKI Z”L

 
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