El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, está acostumbrado a los recibimientos hostiles en Naciones Unidas. Pero ayer pudo utilizar para bien la animosidad contra el Estado judío por parte de la abrumadora mayoría de Estados miembros. En determinado momento de su alocución a la Asamblea General de la ONU, señaló que tan sólo 70 años después del Holocausto Irán estaba amenazando insistentemente a Israel con la aniquilación. Pero “la respuesta de casi cada uno de los Gobiernos aquí representados ha sido absolutamente nula. Silencio absoluto. Silencio atronador”. ¿Y cuál fue la respuesta de las delegaciones que no boicotearon el discurso de Netanyahu? El mismo silencio al que acababa de referirse. El premier israelí se quedó de pie en el estrado durante los que deben de haber sido los 44 segundos más angustiosos en la historia de este tipo de intervenciones en Naciones Unidas. Ese silencio, verdaderamente atronador, nos decía todo cuanto necesitamos saber sobre la comunidad internacional y su indiferencia ante los intentos de destruir Israel. Tras el silencio, Netanyahu prosiguió y señaló lo evidente:
Puede que ahora puedan entender por qué Israel no se une a ustedes para celebrar este acuerdo. Si los dirigentes iraníes estuvieran tratando de destruir su país, puede que estuvieran menos entusiasmados con el acuerdo.
Puede que el silencio más atronador durante las observaciones realizadas por Netanyahu sobre el acuerdo nuclear con Irán, que, como señaló correctamente, estaba siendo celebrado por la ONU, fuera el de Estados Unidos. El presidente Obama había utilizado su discurso del lunes pasado ante esa misma asamblea para ser ovacionado por haber firmado el acuerdo y evitado que fuera paralizado por el Congreso, pese a que la mayoría del pueblo americano y de los legisladores se oponían al mismo. Así pues, los norteamericanos presentes se quedaron cruzados de brazos mientras Netanyahu señalaba que Irán aún está decidido a oponerse a los intereses estadounidenses, a extender el terrorismo y a tratar de conseguir la hegemonía regional: temas que el presidente, de manera notoria, eludió en su discurso.
Algunos observadores habían predicho que, en su discurso, Netanyahu restaría importancia a las diferencias con Estados Unidos como parte de un intento de reconstruir la alianza entre ambos países, perjudicada por la decisión norteamericana de buscar la distensión con Irán. El primer ministro señaló que Washington y Jerusalén estaban, en general, de acuerdo en la mayoría de cuestiones y que cualquier discusión entre ellos no es más que una riña familiar. Pero su negativa a eludir las diferencias fundamentales entre ambos Gobiernos demuestra que no se hace ilusiones con que los últimos 16 meses de la Administración Obama vayan a ser distintos de los anteriores 80. Ante un presidente que está decidido a abrir una brecha lo más grande posible entre ambos aliados, Netanyahu creyó que no tenía más remedio que mostrar al mundo queIsrael no se arredra por estar en minoría, ni tampoco por la forma en la que el mundo sigue discriminándolo. A menos que suceda algo inesperado, Netanyahu seguirá ocupando su puesto cuando Obama abandone la Casa Blanca. Si los israelíes creen que reparar la alianza deberá posponerse hasta que se elija un nuevo presidente, probablemente tengan razón.
La confianza de Netanyahu en que Israel puede permitirse esperar hasta que Obama se retire probablemente se ha visto reforzada por el hecho de que, en su alocución del lunes, el mandatario estadounidense omitió cualquier mención a los palestinos y al proceso de paz. Todos los discursos anteriores de Obama ante Naciones Unidas habían incluido, de forma destacada, su deseo de que se alcance una solución de dos Estados y la necesidad de que Israel asuma riesgos en aras de la paz. Pero ante un proceso de paz estancado y unos problemas bastante más acuciantes, como Siria, el Estado Islámico y la entrada de Rusia en las guerras de Oriente Medio, tuvo el acierto de ignorar una cuestión que no tiene posibilidades de resolver en el futuro inmediato.
Pero Netanyahu no debería confiarse demasiado.
El supuesto bombazo del líder de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, durante su discurso de anteayer ante Naciones Unidas fue un fiasco. Nadie, ni siquiera los suyos, se tomó en serio su amenaza de poner fin al proceso de Oslo y de que su Gobierno no cumplirá sus compromisos. La maniobra era un evidente farol, ya que Abás se beneficia de la cooperación económica, política y de seguridad con el Estado judío más de lo que ganan los israelíes con la colaboración con la Autoridad Palestina. Sin ella, su partido, Fatah, temería constantemente ser expulsado de la Margen Occidental por un golpe popular de Hamás, como ya lo fue de Gaza en 2007. Nada cambiará sobre el terreno como consecuencia de su discurso. Su gesto no fue más que parte un intento de presionar a Naciones Unidas, y a Estados Unidos en particular, para reconocer un Estado palestino independiente sin tener que hacer antes las paces con Israel.
Aún no está claro si Obama será tan tonto como para caer en esta trampa, pero aunque los norteamericanos, incluso la hostil audiencia de Netanyahu en la Asamblea General, saben que Abás va de farol, es posible que no sean capaces de dejar pasar una nueva oportunidad de atacar a Israel.
Hay que entender que el problema que afronta Israel no depende de la hostilidad a Netanyahu; ni siquiera es consecuencia de la maltrecha relación entre el primer ministro y Obama. Como señaló el premier, en el último año Naciones Unidas aprobó 20 resoluciones que condenaban injustamente a Israel, y sólo una relativa a la catástrofe en Siria. Eso nos dice cuanto necesitamos saber acerca de cómo el antisemitismo tradicional se ha convertido en una ideología disfrazada de mera crítica a Israel o de abierto antisionismo.
Aunque son pocos quienes creen en las amenazas de Abás, los israelíes deben tener en cuenta la disposición de la comunidad internacional a aceptar, e incluso a aplaudir, las mentiras que propaga sobre Israel y el proceso de paz. Los palestinos mataron Oslo hace quince años, cuando respondieron a una oferta de paz israelí que incluía un Estado propio con una guerra de desgaste. Abás y otros supuestos moderados siguen negándose a reconocer la legitimidad del Estado judío independientemente de sus fronteras. Pero la Administración Obama y la mayoría de miembros de Naciones Unidas siguen culpando a los israelíes del fracaso a la hora de lograr un acuerdo de paz que los palestinos no tienen interés alguno en firmar.
Netanyahu tenía razón. En el seno de todos los problemas diplomáticos internacionales de Israel hay un silencio atronador respecto a las amenazas a la existencia de los judíos y a la decisión de las fuerzas islamistas a cumplir esas amenazas mediante terrorismo y, posiblemente, incluso armas nucleares. En la raíz de ese silencio no hay insatisfacción con Netanyahu, indignación por los asentamientos israelíes o simpatía por los palestinos o Irán; el silencio empieza y acaba con el odio a los judíos. Hasta que Naciones Unidas no se cure de esa enfermedad y sus salas no dejen de ser una cloaca de prejuicios, el silencio continuará.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
Si hubiera estado sentado en esa sala en ese momento me hubiera saltado el protocolo y durante ese silencio me hubiera puesto de pie y le hubiera espetado si ese silencio era en respeto de los próximos niños palestinos a ser asesinados a raíz del comunicado del jueves pasado de su oficina autorizando a sus soldados a disparar con munición letal contra los jóvenes y niños palestinos que lancen piedras contra las tropas de ocupación.