Las diferentes interpretaciones a las que se presta el concepto de ‘terrorismo’ –es decir, la falta de una definición única para describir este mal– son uno de los aspectos que dificulta el tema cuando la comunidad internacional trata con grupos como Hezbollah, Daesh (ISIS), Boko Haram, Al Nusra o Hamas, puesto que, en principio, aparece complicado sindicar quién es un terrorista.
Si se parte de un principio tan amplio y general como es el hecho de que detrás de cada terrorista lo que hay es «la frustración de un ideal», como sostiene a menudo gran parte de la intelectualidad progresista occidental, la opinión pública se encontrará ante la imposibilidad de buscar explicaciones monocausales a la hora de establecer cuáles son las motivaciones que inducen a una persona a convertirse en un terrorista y, por tanto, la visión que los terroristas tienen de sí mismos.
Sin embargo, a pesar de la complejidad que presenta entender cuáles son los motivos que mueven a los terroristas hacia sus sangrientas acciones, dado que sólo así se podrán planificar las estrategias adecuadas para combatirlos y poner en funcionamiento una acción preventiva que permita anticiparse a la acción de los propios terroristas con estrategias apropiadas, entendiendo que seguramente suscitará la ira del terrorista y su entorno, pero no debe conducir a despertar el ansia de venganza de una sociedad en su conjunto. Es decir, resulta fundamental distinguir entre el terrorista y su medio social. En este sentido, es bueno recordar que no pocos gobiernos y países actúan con una escasa comprensión del terrorismo. Algo no va bien en la identificación de su ideología y de «contra quién» es la guerra (por ejemplo, en Siria) mucho menos se conoce sobre sus valoraciones o cuáles son sus motivaciones, cómo son captados, a qué denominan «éxito» en esta lucha y cuáles son las alternativas a lo que se está haciendo hoy.
Es importante establecer algunos rasgos comunes que permitan conocer cómo son los terroristas en general. Sin embargo, centrarse hoy especialmente en el perfil del terrorista yihadista es lo imperioso. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 (11-S) han presentado un tipo de terror global que pone de manifiesto la importancia de lo que hoy se ve en el accionar del ISIS y su archienemigo Hezbollah.
Más qué nunca, se necesita saber qué pasa por la mente de quienes se comprometen con la expansión de este tipo de salvajismo. Sin embargo, el intento por comprender cuál es el planteamiento del terrorista, su psicología y cosmovisión, no debe llevar a nadie a creer que esté justificando en lo más mínimo su accionar.
Causas y comportamientos: «terrorismo reivindicativo» y «terrorismo punitivo»
Son pocos los principios comunes que se pueden señalar a la hora de explicar la concepción que de sí mismos tienen los terroristas. Uno de esos elementos repetidos en prácticamente la totalidad de ellos, no cabe duda que todo terrorista se muestra convencido de que persigue una «causa justa» frente a una situación de «injusticia» manifiesta y persistente en el tiempo. Esto explica que para todo terrorista, su actuación no sólo esté plenamente justificada en este sentido, sino que además la conciba como esencial. Su acción se plantea como única solución y se espera de ella consecuencias inmediatas y eficaces a los fines que persigue.
Desde ese punto de vista es que se autodefinen como «guerrilleros» en general –al margen que esta consideración coincida o esté completamente alejada de la definición jurídica que ofrece el derecho internacional– o como muyahidín (combatientes) en el caso de los grupos yihadistas actuales.
Ellos se ven como combatientes en una «guerra asimétrica» a la que consideran plenamente legítima. Para ellos, no hay una línea de separación entre la insurgencia legítima y el terrorismo. Otro de los puntos comunes es que todos se ven a sí mismos como «héroes y mártires«, modelos ejemplares en sus aspiraciones sociales, etno-nacionalistas o religiosas. Por tanto, sea cual sea su causa, esto muestra otro rasgo común, como es el hecho de que para todo terrorista es importante el cómo va a ser recordado en la posteridad en el ámbito de su sociedad. En este sentido, es enormemente significativo que antes de cometer una «operación de martirio», el terrorista yihadista deje grabado un video para justificar su inmolación. En estos casos el pensamiento del terrorista no va únicamente dirigido hacia las promesas del paraíso, sino también hacia al recuerdo entre los vivos.
Precisamente esta consideración para el recuerdo y la memoria entre los suyos es parte esencial en esa determinación que lleva a una persona a convertirse en terrorista.
Esta consideración adquiere mucha más fuerza si de antemano el terrorista es consciente del peligro de muerte que implica su acción o cuando se habla de un shahid (suicida) que se encuentra muy relacionado en los momentos actuales con las acciones del terrorismo integrista radical, una modalidad impulsada de forma notoria por Hezbollah en el Líbano y el Daesh en Siria e Irak o por los grupos yihadistas en los Territorios Palestinos y Afganistán.
Fuera de lo que suponen estos aspectos básicos, a los que podríamos añadir que se ha alterado el punto habitual, ya que por lo general el terrorista suele ser hombre y joven en torno a los veinte años de edad, hoy también se pueden contabilizar más de una docena de atentados suicidas ejecutados por mujeres también jóvenes o niñas; la concepción que de sí mismo tenga el terrorista está muy ligada a las causas que originan su acción. Este factor es el que determinará los límites en su comportamiento.
Resolver si el terrorista persigue con sus actos un objetivo político o social, más allá del objetivo religioso. Es muy diferente que en el subconsciente del terrorista existan binomios conceptuales como «ideología» o como «sacralización». En este último caso, su propia guerra –su causa justa– se convierte en una «guerra santa» o yihad. Si el terrorista llega a convencerse de este hecho, la causa justa estará por encima incluso de su propia vida. En otras palabras, el terrorista pasa a un estado de autopercepción que lo sitúa en un escalón superior, el de mártir.
Precisamente este tipo de terrorismo ideológico sacralizado es el que actúa en el marco de lo que ha venido a denominarse yihadismo internacional o terrorismo global, ello por su impacto y efecto en la sociedad mundial.
De este modo, podemos distinguir entre denominar terrorista reivindicativo y el terrorista punitivo. El primero está vinculado a objetivos políticos o sociales, actúa normalmente en un marco más restringido territorialmente, aunque cuando sobrepasa este límite, actúa en espacios donde existen intereses muy localizados en relación con su causa. En algunas ocasiones también recurre al suicidio como arma de ataque, no como objetivo final.
Mientras que el segundo, «el mártir religioso», tiene un principio de acción mucho más abstracto y en consecuencia, su ámbito de actuación es mucho más amplio. Ni siquiera actúa promovido por un Estado determinado, sino que pertenece a una red basada en el fundamentalismo religioso. Para este terrorista, el suicidio es un sacrificio digno a los ojos de la divinidad. Algo que se convierte en consecuencia, en un objetivo superior. No en instrumento. El terrorista piensa que cuantos más enemigos pueda asesinar en su martirio, mayor será la honra de Alá.
Ello es lo que está aconteciendo hoy en el marco del accionar del Daesh (pretendido califato) tanto igual que con los elementos del Hamas palestino y el Hezbollah libanés.
Éste es el terrorismo que alimentó Al Qaeda (La Base), que tuvo su origen como guerrilla en la guerra de Afganistán contra los soviéticos y que, desde la guerra del Golfo de 1991, se ha propagado a través de una red transnacional de movimientos islamistas satelitales.
Una yihad global o frente islámico mundial, como fue definido por el propio Osama Bin Laden y recogido por Abu Bakr al Baghdadi, conductor del Daesh que ha alcanzado el grado más alto de radicalización en movimientos fundamentalistas islámicos hasta ahora conocidos. Pretende ser la yihad por antonomasia, la que llevará al triunfo del islam en el orden mundial y que se inició como una corriente contraria a los regímenes árabes y musulmanes que no aplicaban de forma rigurosa la sharia (o ley islámica) y acabó extendiendo a todos los «enemigos» del islam, entendiendo por ellos, en primer lugar a los estadounidenses, seguidos de los judíos y a todos los regímenes árabes laicos que el Daeshidentifique como colaboradores de los «infieles». Esto explica por qué muchos de los movimientos más radicales sean respaldados en todo el mundo musulmán y en sus extensiones hacia Occidente.
El muyahid (combatiente) de esta yihad, conocido como yihadí, no tiene límites en su acción, ni geográficos, ni en cuanto a sus medios.
La prueba de ello es que a la llamada a la yihad global de Abu Bakr al Baghdadi respondieron grupos en más de catorce países islámicos. Entre otros el Grupo Islámico Armado (GIA) argelino, Al Yama´a al islamiyya (‘La Asamblea Islámica’) egipcio o El Harakat al Muyahidun (‘Movimiento de los Combatientes’) pakistaní.
En ello se puede comprobar que, en este tipo de terrorismo político, existe un objetivo ciertamente religioso en su grado más puro.
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