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| martes diciembre 24, 2024

Terrores infantiles


Cuando se habla de terrores infantiles se supone que son los miedos que padecen los niños, especialmente por la noche y ante la oscuridad, y que muchas veces se traducen en pesadillas. Sin embargo, en estos días, en Israel, se desarrolla entre la población judía una terrible sensación de inquietud ante la presencia de niños árabes, como los que esta semana protagonizaron un ataque con cuchillos contra un guardia de seguridad en el tranvía de Jerusalén. Y no es el primer caso, aunque en éste las cámaras captaron toda la escena, desde que murmullan sentados esperando el momento propicio en que el guardia les dé la espalda, el ataque simultáneo, la reacción de la víctima que consigue sacar su arma y acorralarlos, y el posterior arrebato suicida de uno de ellos (de edades de 11 y 14 años, según algunas versiones, o de 12 y 13 según otras), lanzándose cuchillo en mano contra alguien armado que le apunta a menos de dos pasos.

¿Realmente alguien cree en la hipótesis de la “frustración nacional” como semilla de esta locura? ¿Qué les han enseñado a estos críos para que su mayor ilusión en la vida sea morir matando, convertidos en “shahid”? En estos casos, ni siquiera podemos imaginarnos una motivación sexual como la de llegar a un paraíso de vírgenes, cuando sus propios protagonistas lo son y alguno ni tan siquiera ha llegado a una pubertad que le haga imaginar los celestiales placeres. ¿Dónde lo aprendieron? Seguramente en muchos lugares de forma simultánea: en los medios de comunicación controlados por el gobierno de la Autoridad Palestina (como la emisora de radio que recientemente cerró provisionalmente el gobierno israelí), en el seno de las familias (en las que han calado las mentiras institucionales, como el peligro de la Mezquita de Al-Aqsa) y, fundamentalmente, en las escuelas: las mismas organizadas bajo la bandera de una agencia de Naciones Unidas (UNRWA) y sufragadas con los impuestos de su bolsillo y el mío, entre otros. Allí, los libros de texto, las fotos de los mártires infantiles que decoran sus paredes y la retórica incitadora de los maestros crean el caldo de cultivo ideal para que florezcan el odio y el culto a la muerte.

Las semillas de esa intoxicación mental institucionalizada llevan un par de décadas geminando y su fruto es esta nueva generación de hipnotizados (niños, adolescentes, jóvenes estudiantes), algunos muy lejos del estereotipo de miseria y marginalidad que suponen los que se acercan a leer el conflicto con gafas ideológicas. Un estallido al que no cabe siquiera llamar insurgencia (ni rebelión ni intifada), ya que está fuera de todo control. Y aún los diferentes grupos terroristas lo único que pueden hacer es colgarse las medallas de una tempestad para la que han sembrado tormentas durante años (los historiadores dirán con razón, generaciones).

Esta ola de terror no sólo es infantil por sus protagonistas, sino también por su propia razón de ser: inmadura, irracional y sin medir las consecuencias para sus actores ni para la causa que creen defender.

 
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