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| sábado noviembre 16, 2024

Putin canta victoria en Siria


Misión cumplida, eso dice Vladímir Putin. Menos de seis meses después de embarcarse en su aventura en Siria para reforzar a su aliado, el presidente Bashar al Asad, la mayor parte de las fuerzas rusas está de camino a casa.

“La efectiva labor de nuestras Fuerzas Armadas ha creado las condiciones para que comience el proceso de paz”, ha dicho Putin.

Sí, claro.

Oh, sí, hay un alto el fuego en vigor, pero no hay prácticamente ninguna posibilidad de que se mantenga. Sigue habiendo combates esporádicos y sólo es cuestión de tiempo que se multipliquen.

Entretanto, se supone que los negociadores se van a reunir en Suiza bajo los auspicios de Naciones Unidas para forjar un acuerdo que dé lugar a “un Gobierno creíble, no excluyente ni sectario en Siria”.

De nuevo: sí, claro.

El Gobierno está controlado por alauitas no musulmanes laicos, que sólo suponen el 12% de la población siria. Llevan en el poder desde que el Partido Baaz Árabe Socialista de Hafez el Asad diera un golpe de Estado, en 1970, y son espectacularmente remisos a entregarlo. Nunca lo recuperarán si lo hacen. (Imaginemos que los cristianos coptos se hicieran con el poder en Egipto. ¿Creen que podrían lograrlo y salirse con la suya dos veces?)

En Oriente Medio a las minorías se las comen vivas, especialmente si la mayoría está representada, si es que ésa es la palabra correcta, por islamistas suníes armados.

Un proceso de paz en Suiza es algo que suena noble y por lo visto hace sentirse mejor a mucha gente, pero es una ruta a ninguna parte. No estamos hablando de Irlanda del Norte. La guerra siria es la Cúpula del Trueno, en la que entran dos hombres y sale uno. Sólo que, a diferencia de la Cúpula original de la tercera parte de Mad Max, en ésta es cosa de tres: Asad, los rebeldes y el ISIS. Lo mismo nos daría tener un proceso de paz entre peces luchadores siameses en un acuario enano.

“No negociaremos con nadie sobre la presidencia”, dijo el ministro de Exteriores, Walid Moalem, que insiste en que Asad “es una línea roja y pertenece al pueblo sirio”.

Así que buena suerte con la creación de un Gobierno no excluyente ni sectario con Asad a los mandos. Y si éste cae, buena suerte con la creación de un Gobierno no excluyente ni sectario con islamistas suníes armados en el poder. Es algo con tantas posibilidades de suceder como que unos zombis fumados compartan una comuna hippie con los talibanes.

Este conflicto recuerda sobre todo a la guerra civil libanesa. La siria dura ya cinco años, y la del Líbano se prolongó durante quince. Pero en Siria ha muerto aproximadamente el triple de gente en un tercio del tiempo, lo que hace que este conflicto resulte prácticamente diez veces más letal.

En realidad, la guerra civil libanesa ni siquiera fue una sola guerra; más bien se trató de una serie de guerras intercaladas con cierres en falso y treguas fallidas. Comenzó con enfrentamientos iniciales entre milicias palestinas y cristianas y se transformó en una guerra entre israelíes y palestinos, que no era en absoluto una guerra civil, sino una guerra extranjera librada en suelo libanés. Cuando los iraníes se implicaron estalló otro conflicto entre Israel y Hezbolá, y entre éste y los laicos chíies del Movimiento Amal. Avanzada la guerra civil, al norte, diversas facciones cristianas se sacudieron entre ellas. El Ejército sirio luchó en el Líbano prácticamente contra todos en un momento u otro, incluidos los israelíes.

Fue un conflicto desconcertante que en su día confundió a casi todo el que trataba de entenderlo, pero sus rasgos básicos eran simples: la multitud de sectas libanesas se enzarzaron unas contra otras, y cada una de ellas recabó ayuda de intervencionistas extranjeros contra sus enemigos nacionales. Israel y Occidente respaldaron a los cristianos, Irán apoyó a los chiíes y el mundo árabe defendió a suníes y palestinos. En un momento u otro el régimen sirio de Asad respaldó y se opuso a cada uno de ellos.

Observadores de todo el mundo creyeron que la guerra civil libanesa había acabado por fin en cada uno de los fallidos altos el fuego, pero en realidad no concluyó realmente hasta que el régimen de Asad conquistó el país entero y obligó a todos a desarmarse.

No esperemos que suceda algo diferente en Siria, donde está funcionando la misma dinámica básica. Rusia, Irán y Hezbolá apoyan a los alauitas, los regímenes suníes árabes están de parte de los rebeldes, Occidente respalda torpemente a los kurdos y los elementos más repulsivos del mundo musulmán apoyan decididamente al ISIS.

Al igual que en la guerra civil libanesa, hay guerras dentro de la guerra. Y a diferencia de la contienda libanesa, que en general fue un sinsentido, la siria es realmente una lucha a muerte. Cada bando constituye una amenaza existencial para el otro; quien pierda será, casi con certeza, masacrado. Las guerras de este tipo nunca se resuelven en vestíbulos de hoteles europeos.

Dejarlo en un momento de relativa calma es una sabia decisión por parte de Putin. Siria es, ahora mismo, un cráter humeante, pero está más tranquila que de costumbre, y de momento su aliado Asad está a salvo. Retirarse hoy no parece una derrota; al contrario: ha hecho que todos los que se le oponen parezcan memos. Nadie vence a sus fuerzas o a sus peones en el campo de batalla. Podrá afirmar de manera convincente que la próxima ración de caos no es culpa suya, que Siria era más estable cuando él se fue que cuando llegó.

Pero ¿un proceso de paz? Seamos realistas. No asistiremos a nada por el estilo hasta que Asad o los rebeldes sean derrotados definitivamente y el ISIS borrado de la faz de la Tierra.

© Versión original (en inglés): World Affairs Journal 
© Versión en español: Revista El Medio

 
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