Cuando los hombres de Hezbolá la visitaron tras la pérdida de su hijo, se tragó sus palabras, escuchándoles mientras se explayaban sobre la figura de Sayeda Zainab, nieta del profeta Mahoma e hija del imán Alí y una de las pocas supervivientes de la batalla de Karbala, en la que murió su hermano Husein. Para los chiíes, Sayeda Zainab simboliza el dolor puro del luto, la justicia y la lucha del bien contra el mal. Para los chiíes libaneses –sobre todo para los adeptos de Hezbolá–, cumple otra función: es la justificación básica de por qué Hezbolá está en Siria. Los combatientes están ahí para proteger su santuario en Damasco.
Rima escuchaba en silencio a los hombres de Hezbolá, pero ella sólo quería que se fueran. No sentía ni las fuerzas ni la entereza que se suelen asociar a Sayeda Zainab y a las madres de los mártires. Se sentía exhausta y vacía. Le dijeron que ahora había ascendido al estatus de madre de mártir, y que Sayeda Zainab velaría por ella.
¿Va a asegurarle el futuro ese título? Lo cierto es que no. Obtendrá alguna indemnización, alguna prestación y después se olvidarán de ella, como de los otros miles de madres que han perdido a sus hijos en la batalla. Su hijo pasará de ser el muchacho vivo en su recuerdo a un poster ajado por el paso del tiempo en alguna de las destartaladas paredes de Dahiyeh [el bastión de Hezbolá en Beirut], y ella volverá a su vida de lucha diaria para llegar a fin de mes.
Rima proviene del sur del Líbano. Se mudó a Dahiyeh con su familia durante la guerra civil, se casó joven y no terminó sus estudios, se quedó cuidando de sus cinco hijos. Su marido trabaja de taxista y apenas gana lo suficiente para alimentar a la familia. La única esperanza de Rima es que sus hijos tengan una vida mejor. Ahora uno de ellos está muerto, y el más pequeño está ansioso por unirse al combate en Siria para vengar la muerte de su hermano, pero también para ganar dinero, ahora que ya no cuentan con el salario de su hermano.
A la nuera de Rima, Fátima, parecía gustarle la idea de que se la comparara con la heroína que moldeó su educación. Fátima es hoy una viuda de 20 años, con un hijo que tendrá que criar ella sola. Los hombres de Hezbolá le dijeron que no se preocupara, que van a “cuidar de ella”. Cómo lo harían exactamente, jamás se concretó, pero las promesas le hacían sentir a salvo y segura. “Sin embargo, pronto se dará cuenta de que es una ilusión”, dijo Rima. “Nos dieron un sobre con 20.000 dólares y me dijeron que estarían en contacto”.
Muchas viudas pobres como Fátima pasan a formar parte de la reserva de novias –o esposas temporales– para los combatientes de Hezbolá, recompensa otorgada a quienes vuelven a Beirut para darse un respiro de la batalla, o están heridos y merecen una compensación. Rida –un combatiente de 25 años que regresó herido al Líbano desde Alepo– se casó con una de esas viudas jóvenes en cuanto le dieron el alta en el hospital. Recibió una carta de felicitación del propio Hasán Nasrala, un poco de dinero para alquilar y amueblar un pequeño apartamento en Dahiyeh y una cantidad adicional como indemnización por sus lesiones. ¿Será esto suficiente para que Rida y su nueva mujer empezaran una nueva vida? Probablemente no. El dinero les dará alguna satisfacción real –aunque temporal– a él y a su esposa. Pero al final tendrá que cuidarse de sí mismo.
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El hijo de Rima llevaba algún tiempo con Hezbolá, así que su familia fue indemnizada cuando murió. Aunque algunos se quejan de que antes la indemnización era mayor –casi el doble–, las familias siguen esperando que se las compense y que se cuide de ellas. Pero Hezbolá no tiene el mismo presupuesto para prestaciones que antes, ya que la mayor parte del dinero que viene de Irán lo destina a las operaciones militares regionales, sobre todo en Siria, lo que significa que las familias de los nuevos reclutas no pueden ser indemnizadas ni de cerca como las de los combatientes más veteranos. Mientras, siguen muriendo combatientes, y hay más familias que exigen indemnizaciones y subsidios. Esto está generando descontento en la comunidad de Hezbolá y también en la comunidad chií del Líbano en general.
Después de que Hezbolá se viera a obligada a recortar las prestaciones sociales y a aumentar el presupuesto militar, las divisiones entre los fieles del partido han empezado a salir a la superficie y a hacerse más fuertes. Por ejemplo, los combatientes (hombres) son recompensados por sus esfuerzos y sacrificios, mientras que otros empleados (en su mayoría mujeres) se supone que deben quedarse a la espera, hasta que finalice la batalla y se logre la victoria. Sin embargo, han pasado más de cuatro años y la victoria sigue pareciendo una lejana promesa.
Las instituciones de Hezbolá constituyen una estructura económica alternativa que contrata y capta a hombres y mujeres. Una niña de la comunidad de Hezbolá se educa en las escuelas Mahdí o Al Mustafá (escuelas de Hezbolá). Se espera de ella que trabaje en las instituciones de Hezbolá, se case con un combatiente de Hezbolá y promueva los valores de Hezbolá dentro y fuera de su familia. El Partido de Dios sabe que una mujer disciplinada y comprometida puede criar combatientes disciplinados y comprometidos. Es un sistema que se reproduce físicamente a sí mismo.
Pero la interminable guerra siria está produciendo grietas en el sistema, y las mujeres ya no están por la labor tanto como antes, ni se les compensa por sus sacrificios en la misma medida que a los hombres. La brecha entre combatientes noveles y veteranos también se está agrandando. Los veteranos y sus familias eran y siguen siendo parte de la comunidad de Hezbolá, la cual no representa a la comunidad chií en general. Cuando mueren en combate, sus mujeres son tratadas con más respeto y obtienen una mayor indemnización. Esas mujeres ya son parte del sistema de Hezbolá, así que gozan de cierta cuota de poder y estatus. Aunque se han recortado las prestaciones al grueso de la comunidad, se sigue cuidando del círculo interno.
Sin embargo, está surgiendo un nuevo problema: las viudas de los nuevos combatientes. Éstos no son necesariamente miembros de Hezbolá, y por lo general no están comprometidos con la ideología o la guerra, sino que son parte de la comunidad a la que el partido está supuestamente protegiendo. En su mayoría provienen de familias pobres. Sin los ingresos de sus maridos, y con menores indemnizaciones y prestaciones, estas mujeres suelen sufrir económicamente, a pesar de toda la palabrería sobre su estatus recién adquirido y la supuesta protección de Sayeda Zainab.
“Hay un grave conflicto de clase en la comunidad de Hezbolá”, aventuró Samar, habitante de Dahiyeh. Samar participó activamente en las instituciones de Hezbolá como voluntaria antes de su implicación en Siria. Por “conflicto de clase” se refiere a la forma en que Hezbolá está dividiendo su presupuesto: combatientes y no combatientes; combatientes veteranos y combatientes noveles.
“Mientras que las esposas de los altos mandos de Hezbolá conducen coches nuevos y compran en los centros comerciales más caros, los empleados de las instituciones de Hezbolá [de los cuales aproximadamente un 65% son mujeres] están perdiendo beneficios, y se recortan y retrasan sus salarios”, explicó Samar. “Mientras, se abandona a las madres y esposas de los noveles”.
Tras la batalla de Al Qusair, en 2013, Hezbolá comprendió que la guerra siria iba a tener un coste para el partido mucho más alto de lo esperado. No podría cubrir la mayor parte de las indemnizaciones para las familias de los mártires. Así que empezó a pedir a los solteros que aplazaran sus proyectos de casarse y tener hijos, y a reclutar a más jóvenes solteros. “Si mueren, sólo tendrán que pagar a sus padres unos pocos miles de dólares –explicó Samar–; pero si muere o resulta herido un hombre casado, tendrán que hacerse cargo de sus familias para siempre, mediante la Institución del Martirio y la Institución para los Heridos”. Con más de 1.500 muertos hasta ahora, y muchos más heridos, las instituciones de Hezbolá no tienen capacidad para dar cobertura a todos.
Pero como la guerra se prolonga, Hezbolá ya no puede seguir impidiendo a los hombres que tengan una familia, a pesar del coste. Por eso se está animando a muchos a que se casen con viudas de guerra, o a que al menos contraigan matrimonios temporales (mutá) hasta que el momento sea más propicio.
Como los nuevos reclutas se siguen considerando de fuera, sus esposas tienen un estatus más bajo, lo que significa que son las peor paradas económicamente, y las más vulnerables a las exigencias de los hombres de las altas esferas del partido. Varias mujeres han hablado abiertamente de jerarcas de Hezbolá que las han amenazado con una reducción de las prestaciones si no aceptan “visitas privadas”. Unas se niegan, otras aceptan. “Si ese dinero es todo lo que tienen, el matrimonio temporal no es un pecado, y a algunas no les quedará más opción que aceptar”, dijo Samar.
El matrimonio temporal no sólo es aceptable, sino que se promueve como acto sagrado que será recompensado en el cielo. Al vincular lo sagrado con dichas prácticas, Hezbolá ha conseguido contener sus pérdidas y lograr una suerte de precario equilibrio en sus apuradas circunstancias.
El Partido de Dios también ha conseguido modificar las normas del matrimonio temporal mediante fetuas, con el fin de hacerlo más fácil y accesible. Se emitió una fetua hace unos años que permitía a los hombres casados contraer un matrimonio mutá, y otra más reciente permitía a las mujeres contraer el mutá sin tener que esperar 40 días (Al Eda) entre un hombre y otro: el periodo generalmente necesario para asegurar que la mujer no está embarazada. Sin embargo, esta nueva regulación que eliminaba la Eda también prohíbe la penetración. Así que una mujer y un hombre pueden hacer lo que sea menester para obtener placer, siempre y cuando él no la penetre. Después, la mujer se puede casar con otro hombre inmediatamente después. Al final del día, estas mujeres son conscientes de que los servicios sexuales que proveen son más importantes. Si no fuese por el dinero que reciben, pocas de ellas participarían en este acto sagrado.
Amal fue una de las que se negó ante la insinuaciones de un alto cargo del partido. Cuando murió su marido, una delegación oficial de Hezbolá la visitó y le dio un sobre lleno de dinero. Uno de ellos la visitó un par de semanas más tarde “para comprobar que todo iba bien”, pero después sus visitas se hicieron más frecuentes y empezó a tirarle los tejos. Ella es sumamente pobre, pero consideraba que lo que le pedía era humillante. Cuando lo rechazó, la amenazó con cortarle las prestaciones. Aunque él no cumplió su amenaza, se hizo patente la vulnerabilidad de Amal dentro del sistema.
Amal proviene de una familia muy conservadora de la región de la Beká. Se volvió a vivir con sus padres tras morir su marido, pero eran muy pobres y no podían mantenerla. Al final, animada por sus padres, aceptó la petición de matrimonio de otro combatiente con el que jamás se había visto. Ser la esposa de un combatiente confiere prestigio. A pesar de la actual falta de servicios adecuados, muchos en la comunidad siguen creyendo que se velará por los combatientes y sus familias. En cuanto se casó con un combatiente, cesaron los acosos.
Las mujeres son el principal problema interno de Hezbolá. La guerra en Siria significa que están perdiendo hijos, hermanos y maridos. Es marginar su función en el partido, y empujar a las más pobres al borde de la supervivencia. La presión que se está generando en el seno de la comunidad no se podrá contener durante mucho tiempo con medidas provisionales, como el retraso del matrimonio para los hombres jóvenes y los matrimonios temporales para las viudas. La frustración comunal y las desigualdades que la guerra sigue exacerbando y haciendo más profundas podrían llevar pronto a una explosión que ni siquiera Sayeda Zainab será capaz de prevenir.
© Versión original (en inglés): Tablet
© Versión en español: Revista El Medio
Las mujeres de Hezbola actúan como si fueran víctimas de algo
Crían asesinos hechos y derechos!!!
Q se hagan cargo de sus consecuencias
No las presenten c víctimas de nada!!!
Deberían ir presas solidariamente x las atrocidades q hacen sus hijos «mártires»