Viendo al Gobierno israelí convulsionarse por cuarenta casas del asentamiento ilegal de Amona, es comprensible que alguien ajeno al asunto se pregunte si se ha vuelto loco. Si no se comprende la estrategia subyacente, no hay forma racional de explicar por qué altos funcionarios del Gobierno han dedicado más horas a buscar la manera de evitar demoler esas cuarenta casas que a otros asuntos mucho más importantes. La clave de todo eso tiene más sentido que las políticas formuladas, y también demuestra por qué el enfoque de Barack Obama sobre la cuestión de los asentamientos es en definitiva destructiva para la propia solución de los dos Estados que dice defender.
Un comentarista israelí, Yosi Verter, apuntaba el otro día que el primer ministro, Benjamín Netanyahu, no había tenido problemas otras veces en dar pasos que molestaran a sus bases. En 2009 inició un inaudito congelamiento de diez meses en la construcción en los asentamientos, y ha acabado con asentamientos ilegales con poblaciones relativamente grandes. La construcción en los asentamientos se ha visto más ralentizada bajo su mandato que bajo el de cualquier otro primer ministro, como admite incluso el ultraizquierdista Haaretz. Netanyahu llegó incluso a imponer una no declarada –e insólita– paralización de la construcción en grandes barrios judíos de Jerusalén Este. Así que, ¿qué ha pasado?
La respuesta, que vi con claridad en el transcurso de una comida de shabat, tiene que ver con una brecha generacional. Los recuerdos políticos más candentes para mi generación son los Acuerdos de Oslo de 1993, y el subsiguiente repunte del terrorismo; la fallida cumbre israelo-palestina de 2000, y el subsiguiente baño de sangre de la Segunda Intifada, y la retirada de Gaza de 2005, y los subsiguientes ataques con misiles contra Israel, lo que hasta ahora ha dado lugar a tres guerras. Así que, desde nuestra perspectiva, Netanyahu lo está haciendo simplemente fenomenal. A diferencia de sus predecesores, ha resistido a la enorme presión internacional para que haga nuevas concesiones territoriales que habrían sido igualmente desastrosas para la seguridad de Israel. En consecuencia, estamos dispuestos a darle más margen en otros asuntos, aun cuando no estemos de acuerdo con él.
Pero quienes eran pequeños cuando se produjeron todos o la mayoría de los acontecimientos citados tienen una opinión muy diferente de Netanyahu. Como no tienen el recuerdo de lo rápido que otros primeros ministros sucumbieron a las presiones –Isaac Rabin se desdijo de su promesa de no negociar con la OLP; Ariel Sharon, de la de no retirarse unilateralmente de Gaza–, no ven que Netanyahu se está manteniendo valerosamente firme ante unas retiradas territoriales desastrosas. Dan por hecho que así son las cosas.
Lo que ven, en cambio, es cómo ha cedido de facto el control del territorio dando a la comunidad internacional poder de veto sobre cuándo y dónde construye Israel. Para poner el más claro ejemplo, ¿qué otro país se abstiene de construir las viviendas que tan desesperadamente necesita en su propia capital por miedo a la presión internacional? ¿No es eso una burla a la reclamación israelí de soberanía sobre Jerusalén?
Así que, después de casi ocho años de construcciones paralizadas, declaradas y no declaradas, los activistas más jóvenes están que arden de frustración. Quieren ver a Israel actuar como un país normal, soberano, y construyendo donde le parezca adecuado, lo que para muchos significa sobre todo en la Margen Occidental. Que Amona se haya convertido en el vehículo de su frustración ha sido simple azar. El Tribunal Supremo ordenó su demolición para el 25 de diciembre, y la treta habitual del Gobierno de posponer cualquier sentencia ya no va a seguir funcionando: tiene que demolerlo o ilegalizarlo sin más dilación.
¿Pero qué tiene que ver esto con la política de Obama sobre los asentamientos? La respuesta es sencilla. Otros Gobiernos estadounidenses han distinguido entre las áreas que Israel conservaría con casi toda probabilidad bajo cualquier acuerdo con los palestinos –por ejemplo, los mayores barrios judíos de Jerusalén Este y los principales bloques de asentamientos– y los asentamientos aislados que tendrían que ser evacuados bajo cualquier acuerdo. Ya que la construcción en las primeras no fue un impedimento real para las posibilidades de una solución de dos Estados, otras Administraciones no armaron demasiado jaleo al respecto.
La Administración Obama, en cambio, objeta las nuevas viviendas en grandes barrios judíos de Jerusalén con el mismo clamor que las que se erigen en los asentamientos más aislados de la Margen Occidental. Ni ha reconocido a Netanyahu mérito alguno por su insólita contención en la construcción en los asentamientos; en vez de ello, lo ha acusado constante y falsamente de construir “agresivamente” y después ha utilizado su falsa acusación para culparle de que el proceso de paz se halle en punto muerto.
Si Obama hubiese aceptado tranquilamente que se construya en Jerusalén y los bloques principales de asentamientos y hubiese reconocido a Netanyahu su contención, éste tendría un argumento sólido que oponer a los airados jóvenes activistas de su partido. Es cierto que no estamos construyendo en todas partes –podría haber dicho–, pero al menos lo estamos haciendo en algunos lugares que son importantes para nosotros: el comedimiento en otras áreas sirve para mantener las buenas relaciones con Washington.
Pero viendo cuáles son las políticas de Obama, Netanyahu no tiene ningún argumento. No estás construyendo en ningún sitio –podrían replicar los jóvenes activistas–, y si vas a generar la misma indignación internacional construyendo en Jerusalén que construyendo en Amona, ¿por qué no hacerlo en todas partes?
Netanyahu ha luchado desesperadamente por lograr algún tipo de acuerdo respecto a Amona, y tal vez lo consiga. Pero la rabia de los jóvenes activistas no va a desaparecer, así que, en algún momento, tendrá que elegir entre empezar a construir y arriesgarse a la desaprobación de la comunidad internacional o seguir restringiéndose y arriesgarse a perder a su propia base. Y cuando los políticos de los países democráticos se ven obligados a elegir entre sus votantes y los líderes extranjeros suelen perder los segundos.
Por lo tanto, si la comunidad internacional quiere asegurarse de que la construcción de asentamientos no perjudica una solución de dos Estados, tiene que dejar de oponerse a la construcción en áreas donde esto no supone un perjuicio, como Jerusalén y los asentamientos principales, y empezar a reconocer a Netanyahu su moderación. De lo contrario, éste no tendrá munición con la que combatir a los enojados jóvenes activistas de sus bases. Y si no puede vencerlos, es casi seguro que se unirá a ellos.
© Versión original (en inglés): Commentary
Obama Obama no podes disimular tus raices musulmanas, por eso todo lo que haga Israel te molesta. No te metas mas porque te quedan pocos dias para terminar tu mandato, retirate con dignidad y deja vivir en paz al pueblo elegido de Dios