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| sábado noviembre 23, 2024

¿Cuánto vale un muerto israelí?


La reacción al último atentado en Jerusalén vuelve a desnudar la inmoralidad de cierto periodismo en España.

El nuevo atentado en Jerusalén nos recuerda que el método del asesinato por atropello no se inventó ni en Niza ni en Berlín, sino en las calles de Israel. Sin embargo, mientras que los actos terroristas en Europa provocan una conmoción inmediata y una oleada de solidaridad razonablemente sincera, con los muertos en Israel siempre hay la necesidad de matizarlos.

Hagamos una salvedad: desde el punto de vista periodístico es normal que un atentado en Alemania o Francia cause más titulares y más grandes que uno en Israel. En primer lugar, porque los últimos ataques en nuestros vecinos europeos han tenido una magnitud brutal y unas circunstancias especialmente traumáticas; en segundo, porque Israel es un país que ha sido azotado con mucha mayor frecuencia por el terrorismo y en el que, por desgracia, hay una guerra cada cierto tiempo, es decir, que con razón o sin ella lo asociamos mucho más fácilmente con la violencia.

Sin embargo, hay otro aspecto en el que las diferencias son iguales o mayores y para el que no existe ninguna justificación: excepto en los casos más descerebrados de la izquierda pseudoislamista –por ejemplo, el impresentable Urbán– a nadie se le ocurre analizar los atentados en Europa en un contexto que los explique tan bien que, más que explicarlos, los justifique, y esa es una tentación en la que no es que caigamos si los asesinos han actuado en Tel Aviv, Jerusalén o Haifa, es que nos revolcamos en ella.

Así, lo que en París, Berlín o incluso Estambul es un asesino ciego por el odio y el fanatismo se convierte, unos kilómetros más allá, en un pobre inocente al que le empujan las circunstancias, la penosa situación económica y, sobre todo, «la ocupación».

En esta ocasión el ejemplo perfecto de esta rastrera justificación del crimen lo ha dado El Periódico de Cataluña, con una tan indescriptible como repugnante columna de Joan Cañete Bayle, coordinador de la sección de Opinión del rotativo, es decir, no se trata de un colaborador externo incontrolado.

Las circunstancias

Cañete Bayle defiende con escaso acierto, y aún menos disimulo, que las terribles circunstancias sociales y económicas son las culpables de que un pobre palestino, desesperado por la pobreza y por el muro y los controles que tiene que atravesar cada día, no tenga más remedio que coger un camión y lanzarse a atropellar inocentes. Pero, ¿cuáles son realmente esas circunstancias?

Para empezar, en el caso que nos ocupa toda esta milonga es básicamente mentira: el asesino tenía la nacionalidad israelí y se movía por todo Israel sin ninguna limitación y sin controles de seguridad de ningún tipo.

Del mismo modo, la minoría árabe que vive en Israel no sólo tiene todos los derechos civiles y políticos inherentes a su ciudadanía, sino que disfruta de una situación económica comparable –ventajosamente– con la de cualquier país del entorno o del norte de África. Aún siendo cierto que los árabes israelíes son uno de los colectivos más desfavorecidos del país –como también lo son los judíos ultraortodoxos, por ejemplo– siguen teniendo estándares de vida superiores a los de sus hermanos en Egipto, Jordania y, no digamos, Irak, Libia o Siria.

Es más: incluso en Cisjordania, a través de una situación política que es extremadamente compleja –y a la que no es ajena la incompetencia de la propia Autoridad Nacional Palestina que lleva desde 2006 sin convocar elecciones ni generar una verdadera democracia– la economía está creciendo: el PIB se disparó un 12,5% en 2015 según los datos del Banco Mundial y eso que éstos incluyen Gaza, un territorio que sí vive un auténtico desastre gracias a la dictadura teocrática de Hamás.

En cualquier caso, en Israel, Bruselas o el fondo del África Negra culpar a la pobreza del terrorismo no sólo es un insulto a los pobres, que lo que quieren no es poner bombas sino salir adelante y poder mejorar su situación y la de los suyos, sino que también es una mentira histórica que no se hace verdad por más que se repita compulsivamente. ¿Ejemplos? Ahí tienen al tan terrorista como multimillonario Ben Laden, a los niños ricos de la Baader Meinhof o, qué casualidad, cómo en España las dos regiones en las que nacieron organizaciones terroristas más sanguinarias fueran Cataluña y el País Vasco que no eran entonces, ni son ahora, las más pobres.

Las verdaderas razones de los asesinos

Es cierto que en Israel existe lo que podemos llamar un problema territorial de muy difícil solución; es cierto que hay dos comunidades que podrían verse como enfrentadas y con intereses diametralmente opuestos, pero la violencia terrorista no nace de eso, no después de que se haya dado repetidas oportunidades al diálogo. No: la violencia nace del fanatismo y de una ideología totalitaria travestida de religión.

En este caso concreto que nos ocupa el propio terrorista era simpatizante del Estado Islámico y, por si a alguien le quedan dudas de sus motivaciones, su propia hermana nos las ha aclarado con una frase que recoge en su crónica el corresponsal Sal Emergui: «Ha sido enviado por Alá y ha logrado una muerte dulce y bella». ¿Dónde están el Muro y la ocupación?

Los españoles que no estamos en el olvido voluntario de nuestra propia historia aún recordamos cuando los atentados de ETA no eran asesinatos sino «una expresión del conflicto», cuando la vida de un policía, un guardia civil o un concejal del PP o del PSOE tenían muy poco valor para algunos.

Ahora, viendo que si ocurren en Israel no son atentados sino «atropellos», leyendo que los terroristas son como mucho «agresores», descubriendo que existen los camiones asesinos y encontrándome estas puestas en contexto tan alambicadas, me pregunto cuánto vale un muerto israelí. Y la respuesta es que, como les pasaba a los policías, los guardias civiles y los concejales en el País Vasco, para algunos vale muy poco. Desde luego mucho menos que un muerto en París, Niza o Berlín.

Carmelo Jordá es redactor jefe de Libertad Digital.

 
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